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Obama, como Maduro y Correa, enemigo de la prensa libre

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En el poco tiempo que lleva en el poder, Nicolás Maduro está acelerando de forma creciente la destrucción de la libertad ciudadana que emprendió Hugo Chávez. De hecho, la castrización del país caribeño y la destrucción de los restos de democracia en Venezuela han alcanzado una velocidad sin precedentes.

En esa estrategia, y siguiendo los pasos de su mentor, entra la persecución y represión de los medios de comunicación y los periodistas que no le son afines. Esta última no pasa siempre necesariamente por el cierre de radios, televisiones o periódicos, así como por el encarcelamiento de sus directivos y profesionales. También incluye técnicas como el espionaje de los informadores. Ejemplo de ello es el hecho, recientemente descubierto, de que los servicios secretos bolivarianos espían a periodistas venezolanos residentes en Miami.

Pero estos no son los únicos periodistas que son espiados por un Gobierno en territorio de EEUU. Cada vez surgen más noticias referentes al espionaje de medios y periodistas estadounidenses por parte de las autoridades de su propio país.

Primero fue el caso de los cien periodistas de la Agencia Associated Press cuyos teléfonos fueron pinchados por orden de la Casa Blanca. Ahora se suma la noticia de que el FBI –una agencia que, a pesar de lo que muestren series como Bones o Mentes Criminales, es básicamente un servicio de inteligencia que actúa dentro de las fronteras de Estados Unidos– ha estado accediendo al correo electrónico de James Rosen, un periodista de Fox News.

En ambos casos, el objetivo era conocer las fuentes de sus informaciones. En el caso de la agencia de noticias versaban sobre las actividades antiterroristas de EEUU en Yemen y en el de la televisión trataban sobre el régimen comunista de Corea del Norte. Obama y su administración no han pedido perdón por estos espionajes. Al contrario se han justificado y casi se podría decir que han sacado pecho.

El secreto de las fuentes es una herramienta fundamental para poder ejercer el periodismo, por lo que está garantizado por ley en cualquier país del mundo. Si no se puede asegurar el anonimato de quién proporciona una información delicada, en numerosas ocasiones sería imposible acceder a ella. Por eso, violarlo es un atentando directo contra la libertad de expresión.

Pero en el caso de Rosen estamos ante algo de una gravedad mayor. En un hecho sin precedentes, ha sido acusado por las autoridades como "como instigador, cómplice o cooperador necesario del delito" (la entrega de información confidencial por parte de su fuente, un empleado del Departamento de Estado). Estamos ante un salto cualitativo tremendo. Si al espiar a los periodistas Obama se comporta como Maduro, al acusarles –sobre todo si se tiene en cuenta de que se trata de un profesional de un medio muy crítico en el actual presidente de EEUU– imita las técnicas de Rafael Correa, el mayor represor de los medios de comunicación en América tras los hermanos Castro.

Ya no consiste tan sólo en espiar a los periodistas, algo de por sí muy grave. Al presentar cargos contra uno de ellos por ofrecer informaciones incómodas para la Casa Blanca, ese es el motivo real de la acusación aunque nominalmente sean otro, la administración de Obama lanza un mensaje al resto de profesionales de los medios: "a partir de ahora, quien publique algo que nos moleste se arriesga a que encontremos la excusa para tratar de mandarle a la cárcel". Se trata de un paso de gigante en el recorte de la libertad de expresión. Si Rosen resulta finalmente condenado, Obama tendrá su primer preso político.

No se trata tan sólo de una cuestión que afecte tan sólo a los periodistas y los dueños de los medios de comunicación. Sin una prensa libre, se priva a los ciudadanos de recibir informaciones que el poder no quiere que les lleguen, además de la oportunidad de acceder a todo tipo de opiniones. No en vano, otro presidente de EEUU, Thomas Jefferson, sentenció en 1787 (cuatro años antes de acceder a la Casa Blanca):

Si tuviera que decidir si debemos tener un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno, no dudaría en preferir lo segundo.

Es tradición que durante la cena de la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca el presidente de EEUU bromee sobre sí mismo. Si este año se comparaba con Lincoln y parodiaba la película sobre dicho mandatario, el año que viene podría dejarse bigote y salir vestido con una camisa roja. Hasta podría incluir un pajarito sobre su cabeza como detalle de atrezzo. Claro que no sería una parodia, sería la escenificación de cómo le gusta tratar a los medios de comunicación.

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