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Redistribución de talentos, inteligencia y guapura

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Las declaraciones de Obama hace siete años favorables a la redistribución masiva de renta han levantado polvareda en Estados Unidos. En España nos sorprende que tantos americanos pongan el grito en el cielo ante esta clase de opiniones, pero si estuviéramos menos ofuscados por eslóganes emocionales entenderíamos que ésa es la reacción más sensata.

El argumento práctico en contra de la redistribución de rentas es simple y contundente: la redistribución implica que unas personas reciben un volumen de riqueza superior al que generan como productores a expensas de otras personas a quienes se confisca parte de lo que como productores les corresponde. De este modo deviene relativamente más gravoso obtener renta produciendo y relativamente menos gravoso obtenerla a través del Estado, por lo que se incentiva lo segundo en detrimento de lo primero.

Los igualitaristas a menudo arguyen que estas consideraciones prácticas son secundarias, pues la ética exige que sacrifiquemos algo de "eficiencia" en ayuda de los más necesitados. En concreto, el progresismo más ilustrado (Rawls, Dworkin) plantea argumentos como éste: la desigualdad que es fruto del esfuerzo y las decisiones personales es legítima, la desigualdad que es fruto del azar y los talentos innatos es ilegítima y debe intentar corregirse. Este planteamiento equipara justicia con mérito.

Más allá de la dificultad de separar las decisiones personales del azar o el talento innato (¿es Rafael Nadal rico porque se ha esforzado o porque nació con talento?) cabe cuestionar la premisa: ¿por qué es injusto aprovecharnos de los talentos, características, circunstancias, etc. que la naturaleza ha puesto a nuestro alcance? No es cierto que nuestras intuiciones morales apunten en esa dirección. La gente vincula el mérito con la justicia en muchos casos, pero no lo hace en muchos otros. También cree que el azar juega un papel importante y legítimo en la vida, y procura sacar partido a sus atributos, talentos y circunstancias sin sentir remordimientos por ello. De hecho es difícil reconciliar nuestra individualidad y sentido de la existencia con la idea de que nuestros talentos y características innatas son en cierto modo indignas y necesitan de represión y correctivos.

Con todo, no está claro que la equiparación de justicia con mérito lleve a conclusiones redistribucionistas, pues el beneficiario del aparato redistributivo aún ha hecho menos méritos para recibir subsidios. Si despojamos el argumento de florituras se reduce a lo siguiente: un individuo con menos talento o en circunstancias precarias puede amenazar con violencia a otro individuo inmerecidamente más rico (como consecuencia de su talento, suerte, etc.) para quitarle parte de su riqueza, aunque aquél haya hecho aún menospara merecerla.

La defensa meritocrática de la redistribución tiene otras implicaciones incómodas para sus proponentes. Imaginemos un mundo en el que podemos transferir nuestros componentes físicos a otras personas mediante procesos quirúrgicos. En este mundo, de acuerdo con el principio de que la desigualdad innata es injusta y debe corregirse, deberíamos redistribuir los atributos físicos de nuestro cuerpo: los guapos deberían transferir, bajo coacción, parte de su belleza a los feos; los atletas deberían transferir parte de su agilidad y fortaleza a los minusválidos. En definitiva, en ese mundo los progresistas deberían estar a favor del igualitarismo físico.

Corregir la desigualdad física, genética y psíquica, debería ser en realidad su política preferida en un mundo donde tal cosa fuera posible, pues la desigualdad física es el origen de la desigualdad de rentas que pretenden corregir. Si un individuo ha obtenido una gran fortuna como resultado de su innato talento e inteligencia, podemos redistribuir parte de su fortuna a quienes tienen menos, o podemos atacar la fuente y redistribuir parte de su talento e inteligencia a alguien sin talento y con un IQ bajo.

Los progresistas pueden consolarse pensando que el igualitarismo físico es hoy en día ciencia ficción (aunque con el desarrollo de la eugenesia quizás deje de serlo pronto). Pero el propósito de este experimento mental es averiguar si el igualitarismo físico, con independencia de su viabilidad, es moralmente deseable. O, más específicamente, si el argumento meritocrático a favor de la redistribución implica la deseabilidad del igualitarismo físico. Encerrar en un gulag a todo el que crea que Dios existe también es materialmente irrealizable, pero considerar esta idea deseable o que tu razonamiento conduzca lógicamente a ella ya es lo bastante preocupante.

La próxima vez que un progresista defienda la redistribución de rentas deberíamos preguntarle si estaría dispuesto a renunciar a su talento, guapura o inteligencia en favor de quienes no tienen esos atributos. Se encontraría entonces en la tesitura de abrazar el igualitarismo físico o rechazar el igualitarismo material. Y con un poco de suerte vencería el sentido común.

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