Skip to content

Refugiados: las comparaciones son odiosas

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

El apoyo a la Primavera Árabe por parte de algunos gobiernos europeos ayudó a que llegaran al poder fuerzas más reaccionarias y antioccidentales de las que había en el mundo árabe.

Cuando queremos magnificar algún acontecimiento, solemos compararlo con algo conocido que haya tenido una magnitud superior a la que queremos referirnos. Así, la llegada masiva a Europa de refugiados huyendo de la guerra civil siria y de las atrocidades del Estado Islámico se ha dicho que es la crisis más compleja a la que se enfrenta Europa desde la Segunda Guerra Mundial.

Personalmente, creo que la crisis humana generada por las guerras balcánicas durante la década de los 90 del siglo pasado fue mucho más dura que la presente, si nos remitimos sólo al territorio europeo y no entramos en la extensión total del conflicto, aunque es cierto que los atentados terroristas en París y Bruselas se han añadido a la ecuación y han generado miedo y preocupación entre los europeos.

Comparar es cuando menos polémico y, en algunos casos, insultante, y en general creo que no hace ningún bien a nadie, salvo a los que, bien desde la política, bien desde la venta de sensacionalismo, se ganan el respaldo de la ciudadanía, pues desdibuja la información y sesga la opinión hacia donde quiere el que la ofrece.

Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial en Europa, la destrucción, los desplazados, los apátridas, el colaboracionismo, la resistencia (la real y la inventada), la ocupación, la escasez, el cansancio, la venganza, los conflictos no resueltos, los que aún se estaban resolviendo a base de violencia y los que iban a plantearse en pocos años, convertían el continente en un puzle complicado, mucho más complejo e incierto que lo que pueda producir la entrada de miles o cientos de miles de refugiados.

Millones de personas fueron reubicadas durante los años siguientes al 45, muchos de ellos fueron entregados a gobiernos de países que los recibieron con desconfianza e incluso miles de ellos fueron ejecutados directamente en países comunistas, como Yugoslavia o la Unión Soviética, por haber combatido y colaborado con el bando equivocado. Después de terminar la guerra, una parte de Europa del Este, Grecia o Yugoslavia, siguieron la guerra en forma de conflictos civiles. Después de la guerra, casi nada tenían los supervivientes, salvo lo que las fuerzas ocupantes podían darles y lo que las precarias economías que aún quedaban en pie podían producir para satisfacer las necesidades básicas de muchas personas. Incluso en los países occidentales que habían sido liberados, el hambre y las carencias en la dieta siguieron siendo un problema notable durante años, sin olvidar el problema de la vivienda, el más acuciante.

Los refugiados sirios, si es que al final terminan llegando en el número al que se comprometieron los gobiernos europeos, tendrían a su disposición todos los recursos o, al menos, parte de los recursos de costosos, complejos y poco eficientes Estados de Bienestar que los europeos crearon después de la Segunda Guerra Mundial en un contexto muy específico y que poco tienen que ver con los que ahora tenemos. Precisamente, son la dimensión de los Estados de Bienestar y sus fines los que han generado el problema en Europa.

El apoyo a la Primavera Árabe por parte de algunos gobiernos europeos ayudó a que llegaran al poder fuerzas más reaccionarias y antioccidentales de las que había en el mundo árabe. En el caso sirio, Asad, aliado de Rusia, era el “enemigo” a batir, y el conflicto desestabilizó tanto al régimen que estalló una guerra civil que fue aprovechada para crear el Estado Islámico, que hoy por hoy representa no solo un grupo terrorista capaz de atacar Europa, sino que posee un territorio que le convierte en un Estado de hecho, con su ejército en plena guerra contra todos, incluso contra los musulmanes que no comparten su visión del islam. Sobre todo, contra ellos.

Miles de personas han huido a los países fronterizos, mientras Turquía, que es la que más desplazados ha acogido en sus fronteras, ha jugado con ellos para forzar acuerdos con la UE y otras potencias europeas, permitiendo que pasaran en dirección a los ricos territorios comunitarios. La llegada masiva de refugiados a través de los Balcanes desde las playas griegas ha generado un espectáculo mediático, con especial foco en los muertos y ahogados, que ha provocado dos tipos de conflictos: uno político y otro moral.

El conflicto político viene ligado a la imposibilidad de que los Estados de Bienestar asuman las necesidades básicas de todas estas personas, entendiendo por básicas las mismas que los ciudadanos europeos reciben. El problema es que, como los recursos son limitados, deben establecerse prioridades. Si éstas son del tipo renta recibida, los refugiados sirios pasarían a ocupar los primeros puestos. Los gobernantes que defienden el Estado de Bienestar deberían explicar a los ciudadanos europeos por qué tienen que dedicar sus recursos a estas personas recién llegadas y no a ellos o a sus compatriotas; quizá habría que explicar por qué hay que elevar la presión fiscal, en definitiva, por qué los recién llegados se convierten en ciudadanos de primera a la hora de recibir prestaciones, y los europeos que las están financiando, de segunda.

Esta dimensión nos lleva a un conflicto moral. Es cierto que ha habido manifestaciones a favor de los refugiados y algunas fuerzas políticas de corte populista han apoyado su inclusión en Europa, pero no menos cierto es que no pocos ciudadanos europeos ven peligrar su forma de vida con la llegada de tanta gente con extrañas costumbres, algunas veces con valores y una ética opuesta a la occidental (recordemos los incidentes de Año Nuevo en Colonia). Además, la llegada entre los refugiados de personas con posibles intenciones terroristas y, sobre todo, los atentados de París y Bruselas han elevado su grado de preocupación y miedo. Y el miedo genera frustración; la frustración, ira; la ira, odio, y el odio, violencia. No es extraño que se haya paseado por Europa el fantasma de la xenofobia y el racismo. Es el mejor momento para los populistas y, entre ellos, se han colado sorprendentemente personajes que deberían dar lecciones de moralidad y no lecciones de ideología, como el Papa Francisco, que ha coincidido con la extrema izquierda y la extrema derecha en achacar este drama al capitalismo y al egoísmo de la gente, como si las matanzas del Estado Islámico fueran responsabilidad de Amancio Ortega o la destrucción de Palmira de El Corte Inglés.

El acuerdo entre la UE y Turquía que permite la devolución de los refugiados a Turquía ha posibilitado, de nuevo, a Ankara sacar beneficios políticos. Así, se han aumentado los 3.000 millones destinados a Turquía para atender a los refugiados, se va a eximir a los turcos de la necesidad de visado para viajar a la UE ya en junio y se sigue avanzando en el proceso de adhesión al club comunitario. Esta inmigración está ligada a la violencia de una guerra y es masiva. Crear campos de refugiados en la UE supondría un coste político que los gobernantes no quieren tener y, por eso, simplemente se devuelven, con estilo, con argumentos, con hipocresía, pero salvaguardando el sistema, que es lo que importa. Hasta que en alguna crisis de éstas, todo salte por los aires.

2 Comentarios

  1. Las comparaciones son..
    Las comparaciones son…inevitables, porque son un recurso mental para calcular magnitudes, burdo pero innato.
    Desde que tenemos conocimiento, constatamos que cuando pueblos enteros abandonan sus hogares huyendo de la guerra, lo que encuentran es miseria e incomprensión.
    Imaginar que en esta ocasión iban a encontrar algo distinto era exactamente eso, un ejercicio de imaginación.
    Otro ejercicio de imaginación es esperar una solución por parte de los políticos.
    El destino de cada refugiado depende de su capital humano, su capacidad de sacrificio, su capacidad de adaptación y la suerte. Si logra prosperar será pese a los políticos y con la ayuda de la empatía. Así ha sido siempre hasta la fecha y convendría aprovechar las lecciones históricas.
    Los refugiados no son una entidad, son la mera suma de vidas rotas, cada una con identidad propia y distinta.

  2. El problema no es de recursos
    El problema no es de recursos, sino de que la mayoría de los supuestos refugiados, son en realidad, combatientes. Y los gobiernos europeos prwfieren mirar para otro lado. Peor que en Troya.

    Con Turquía saben que pueden contar para que haga, con su dosis extra de brutalidad, lo que ellos no quieren hacer.


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos