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Shocks de oferta e inflación de costes

Publicado en Libertad Digital

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Durante los 70 la economía internacional pasó por una crisis económica que tiró por la borda todas las predicciones keynesianas: el paro y la inflación ocurrían al mismo tiempo. Keynes había asegurado que el desempleo se debía a una insuficiente demanda agregada y que la inflación era consecuencia de un exceso de demanda agregada. Obviamente, los dos problemas no podían convivir de manera simultánea: había que elegir entre reducir el paro (y generar inflación) o reducir la inflación (e incrementar el paro), tal y como lo resumía la síntesis neokeynesiana de la curva de Phillips.

A esta simultaneidad entre desempleo e inflación se la denominó "estanflación" y supuso un desprestigio irreparable para los seguidores de Keynes. Sin embargo, la manera que tuvieron muchos de ellos de salvar los muebles fue crear dos novedosos conceptos que todavía influyen a la ciencia económica actual: los shocks de oferta y la inflación de costes.

Básicamente, los keynesianos contraargumentaron que lo sucedido durante los 70 fue una disminución de la oferta agregada, de modo que mucha gente terminó desocupada porque se destruyó producción y al mismo tiempo todo se encareció porque había menos bienes en la economía. A este encarecimiento generalizado de los productos se le denominó "inflación de costes": todos los precios se dispararon porque era más caro producirlo todo. En los 70 el principal causante de la inflación de costes fue, obviamente, el precio del petróleo.

En principio, la inflación de costes parece una excepción a la ley que establece que la inflación es, siempre y en todo momento, un fenómeno monetario. En concreto, yo mismo he defendido que deberíamos definir inflación como envilecimiento de la moneda.

Sin embargo, la inflación de costes sólo es una coartada para mantener vigentes teorías ruinosas. El término parte de una profunda incomprensión de la ley de Say, a saber, que oferta y demanda son necesariamente iguales. Si la oferta agregada se reduce (esto es, si la economía produce menos bienes) las rentas de los individuos se reducen proporcionalmente y por tanto su demanda (poder de compra) también cae en igual medida.

Por ejemplo, si un empresario gana 100.000 euros al año, su demanda será mucho mayor que si gana 60.000. Esa caída de beneficios de 40.000 euros reduce su demanda; del mismo modo, una reducción de la oferta agregada, reduce la demanda agregada. Por este motivo, cuando los bienes ofrecidos por una economía se reducen, los precios de algunos productos (aquellos cuya demanda sea más inelástica o inflexible) aumentarán, pero otros caerán (simplemente, porque no habrá demanda para ellos y tendrán que liquidarse al descuento). Incluso aquellos que equiparan inflación con un "incremento generalizado de los precios" no pueden encajar este caso en su definición.

Por supuesto, una disminución de la oferta puede dar lugar a un incremento generalizado del precio de los bienes de consumo. Si la mayoría de individuos reduce su ahorro para seguir consumiendo al mismo ritmo que antes y la oferta de estos bienes se reduce, sí es cierto que aumentarán de precio. Sin embargo, el incremento del consumo reducirá los ahorros de la sociedad y, por consiguiente, el tipo de interés subirá, lo que reducirá la demanda de otros bienes (como por ejemplo la vivienda) y hará caer su precio. De nuevo, pues, no se aprecia ningún "aumento generalizado de precios" por ningún lado.

La inflación es siempre un fenómeno monetario que nace del envilecimiento de la moneda por parte de sus emisores. En los años 70 fue, por un lado, la monetización masiva de deuda pública para financiar la guerra de Vietnam y la Great Society de Johnson y, por otro, el abandono del patrón oro; hoy en día la monetización de deuda pública para financiar la guerra de Irak y el conservadurismo compasivo de Bush unido a la política crediticia expansiva de la Fed.

La manera que tuvo de manifestarse la inflación, entonces y ahora, fue, en efecto, a través del incremento del precio de ciertas materias primas, pero ese incremento se debió, en buena medida, a la expansión crediticia. Cuando Nixon abandonó Bretton-Woods, el valor del dólar dejó de estar anclado a ningún valor real, por lo que una de las formas de tratar de conservar un valor menguante fue adquirir materias primas (en otros períodos esos nuevos fondos han afluido hacia el mercado inmobiliario o hacia la Bolsa). Este aumento de costes se trasladó progresivamente a los precios de mercado y empezó a hablarse de inflación.

Pero de nuevo, entonces y ahora, el origen de la inflación fue el envilecimiento monetario y no la escasez de materias primas. De hecho, desde que la Fed reemprendió su política monetaria expansiva bajando tipos de interés durante el pasado mes de septiembre, el precio del petróleo se ha encarecido casi un 20%, el oro un 28% y la plata y el platino un 29%. ¿Es que acaso todas estas materias primas se han vuelto escasas al mismo tiempo?

Es más, que esta "inflación de costes" tiene su origen en la expansión monetaria podemos apreciarlo claramente si medimos el precio del petróleo en términos de onzas de oro. En 1967, cuando el dólar todavía mantenía su convertibilidad con el oro a un tipo de cambio de 35 dólares = 1 onza de oro, el petróleo costaba 3,12 dólares por barril. Estos días, la onza de oro se ha situado en unos 900 dólares y el barril en 90. Dicho de otro modo, en 1967 podíamos comprar 11,2 barriles de petróleo con una onza de oro, hoy 10. O dicho en términos de dólares, el precio del petróleo ha pasado de 3,12 dólares por barril a 3,5 dólares.

Ciertamente, se trata de un notable aumento del 12%, pero hay que ponerlo en perspectiva: desde 2004 los precios del petróleo con respecto al oro se han reducido desde 3,9 dólares a 3,5, una caída del 10%.

Sólo hay un caso en el que un shock de oferta podría causar inflación: cuando se produce una caída sustancial de la producción de país con una moneda fiduciaria de curso forzoso. En este caso, la divisa dejaría de cumplir buena parte de sus funciones (adquirir los bienes producidos) y podría ser repelida por sus tenedores. Pero, también en este caso, la inflación es consecuencia del intervencionismo monetario, en concreto, la imposición de un moneda con la que obligatoriamente saldar las deudas.

La inflación de costes fue sólo un camelo keynesiano para intentar mantener su posición de preeminencia intelectual. Oferta y demanda nunca pueden estar desajustadas, ya que todo bien es oferta y demanda al mismo tiempo (oferta para el vendedor y demanda para el comprador). Si ciertos bienes no se compran, sus vendedores no podrán, a su vez, comprar en el mercado, con lo que oferta y demanda se habrán reducido correlativamente.

La inflación, en cambio, es una consecuencia del envilecimiento de la moneda. Los lugares donde se manifieste tendrán mucho que ver con los bienes que primero adquieran los destinatarios de la expansión crediticia (y entre estos podrán estar las materias primas), pero no con disminuciones de oferta.

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