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Siempre hay demasiado estado

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¿Cuál es la diferencia entre la ambición del alto burócrata y la del empresario? Los dos aspiran a lo mismo: llevar su bienestar tan lejos como sea posible. Su desarrollo natural es crecer siempre. Unos más y otros menos, pero nadie entra en el gobierno de un país para hacerse menos popular, más pobre o vivir peor que antes. Lo mismo es aplicable al empresario. Quien monta una empresa es para ganar cuanto más dinero mejor. Creer lo contrario sería una gran contradicción con la lógica.

Mientras que el fin es similar en los dos casos, los medios son tremendamente diferentes. El político sólo tiene un camino para conseguir su fin: restringir la libertad y propiedad de los demás; sólo así se puede financiar y proteger. Los resultados de los políticos para la comunidad son imposibles de medir, y eso es una ventaja para ellos. Gracias a este difícil cálculo coste–beneficio pueden usar los medios más despóticos con el consentimiento de una parte de la población como el voto cautivo (pensionistas, desempleados crónicos, vagos, funcionarios…), y factores holísticos: “para el beneficio de todos” (nacionalismo de cualquier tinte, ayudar a la pobreza mundial, acabar con las injusticias del mundo…).

El empresario, por el contrario, no puede recurrir al uso de la fuerza, ni a promesas que es incapaz de cumplir. El empresario se enfrenta día a día al consumidor y accionista para satisfacerlos en ese mismo momento, de lo contrario, se queda fuera del mercado.

No hay razones para pensar, pues, que cualquier empresario y gobierno no tienden al crecimiento ilimitado. Pero mientras que el empresario se ha de mover en un entorno de contractualidad y paz (capitalista), el estado vive en un estado de anarquía donde puede hacer ilimitado su poder.

Aunque desde el punto de vista lógico y empírico el gobierno siempre tiende a crecer, algunos economistas creen que al estado se le puede limitar de alguna forma mágica. Muchos de ellos ni siquiera se ponen de acuerdo en qué tipo de limitación ha de tener el gobierno. Una de las principales preocupaciones de los padres fundadores de América fue mantener un gobierno limitado. Defendieron el derecho a las armas para limitar el estado, la permanencia del laissez-faire, crearon una constitución de derechos básicos… Nada de esto les sirvió para nada. Incluso la constitución americana se usó como instrumento para defender, y a la vez atacar la esclavitud durante muchos años.

Ninguna constitución, ninguna ley, ni ninguna buena intención política nos puede proteger del mayor enemigo de la libertad y la propiedad privada: el estado. Éste siempre actúa de forma masiva y generalizada contra sus ciudadanos y los de otros países.

¿Cuál es el camino para tener una comunidad próspera, pacífica, contractual y libre? La inexistencia de estado, o lo que es lo mismo, la desaparición de los medios políticos. No es cierto que no existiría justicia ni seguridad en una sociedad libre (no tiene sentido hablar aquí de “estado” ni “país”, porque en libertad, éstos desaparecen ya que son el resultado de los medios políticos, unificados mediante guerras básicamente).

Si en un área determinada no existiese la justicia ni un mínimo de seguridad, esa área se despoblaría inmediatamente refugiándose sus ciudadanos en lugares más seguros. Pero teniendo en cuanta las preferencias subjetivas del individuo por la seguridad y justicia es lógico deducir que el propio mercado crearía una gran diversidad de calidad y precios para proteger la propiedad y libertad de cada individuo. Este proceso ya se formó en el pasado (Irlanda, Estados Unidos, Oceanía…), y en el presente con el alto desarrollo de empresas privadas de seguridad (I, II, III, IV, V…) y justicia (I, II, III, IV, V…).

Nada ni nadie puede asegurar un gobierno limitado. Incluso sin gobierno no podemos asegurar que no vaya a crearse otro. Pero si queremos libertad una cosa es segura, primero de todo tendremos que prescindir completamente del gran tirano, el estado.

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