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Sofismas y desarrollo económico

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Como explicaba María Blanco, y ya expuso hace décadas Henry Hazlitt en su Economía en una lección, la economía es un polo de atracción de sofismas y mitos, creencias populares que se sostienen que pueden ser intuitivas, pero que el razonamiento riguroso contradice.

En el ámbito del desarrollo económico estos sofismas son aún mayores si cabe. Por ejemplo: que la ayuda externa es insuficiente y hay que aumentarla en grandes cantidades para que pueda ser realmente efectiva, o que la planificación centralizada, ya sea en su vertiente tradicional (a través de inversiones públicas, educación, etc.) o tratando de imponer coactivamente mercados, que es otra manera de planificar desde arriba. Otras ideas, tampoco acertadas, son que el capital humano y físico es condición necesario para el desarrollo, y por eso se abogó por la teoría de la trampa de la pobreza y por inundar a los países subdesarrollados de dinero con el que invertir y sacar a los países más atrasados del agujero.

Sin embargo, como muestra William Easterly en su libro En busca del crecimiento, éstas y otras ideas, cuando fueron aplicadas, fracasaron rotundamente. Y lo hicieron básicamente porque, según él, incentives matter, y estas medidas se olvidaban totalmente de ellos. Pero no sólo los incentivos importan, sino que existen problemas de información inerradicables, ya que los planificadores centrales no pueden hacerse con la información que es necesaria para poder coordinar la sociedad y hacerla salir adelante.

Todas estas ideas teóricas nacieron en el seno de un paradigma económico que, en sus teorías sobre el crecimiento económico, apenas tiene en cuenta los factores institucionales, ni el carácter dinámico de los procesos sociales, sino que se centran principalmente en la relación funcional (la función de producción neoclásica) existente entre los factores productivos (inputs comoel trabajo, el capital, el progreso técnico o innovaciones tecnológicas) y la producción (output). Así se puede llegar fácilmente a la conclusión de que, a mayor inversión en fábricas y maquinaria, o en educación o I+D, mayor será el crecimiento.

Sin embargo, empíricamente esto no es así; el caso extremo sería la Unión Soviética, que según algún autor (Weitzman) tomó la teoría del crecimiento neoclásica convencional como la base para su crecimiento. Y teóricamente, lo importante es generar un marco de actuación o institucional que impulse y dirija el gran potencial del ser humano, su perspicacia y creatividad, hacia las actividades realmente productivas.

Tener en cuenta el marco institucional (que podríamos definir como las reglas del juego, el marco de actuación o el conjunto de incentivos que influye y determina los comportamientos de los individuos) y el concepto de función empresarial (entendida, siguiendo al profesor Huerta de Soto, como la capacidad innata del ser humano de descubrir oportunidades de ganancia que se dan en el entorno, y actuar en consecuencia para aprovecharlas) es absolutamente necesario para poder avanzar de manera fructífera en el campo del desarrollo y el crecimiento económico, y poder ofrecer recomendaciones de política económica con distintos resultados a las que se han aplicado desde la Segunda Guerra Mundial.

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