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Tercermundismo, excrecencia del marxismo

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La fascinación que la desgracia de los países pobres ha provocado siempre a los intelectuales de izquierda nace de la visión marxista de que la miseria del tercer mundo es consecuencia directa de la opulencia de occidente. Para estos autoungidos campeones de la justicia social, las sociedades occidentales explotan salvajemente a los países más desfavorecidos, de igual forma que el ama de casa, la clase trabajadora o los homosexuales son oprimidos por el sistema capitalista en los países industrializados. Desde esta perspectiva, los movimientos “libertadores” no serían más que el trasunto de la lucha de clases extendida a escala planetaria: cada vez que una guerrilla comunista mata a un campesino traidor los obreros alemanes son más libres. De igual forma, cada vez que los transexuales madrileños se manifiestan por sus derechos, los pastores nómadas de Burkina Faso se liberan un poco más.

La escatología comunista nutre incesantemente de agravios el acta formal de acusación contra la civilización occidental, culpable de esquilmar en primer lugar los recursos naturales del mundo pobre a través del colonialismo y más tarde de acabar con sus posibilidades de desarrollo a través del imperialismo de las multinacionales. Esta tosquedad analítica, por otra parte consustancial a la esterilidad intelectual de la izquierda, ha sido sin embargo suficiente para que en la agenda política mundial se conjuguen con total desparpajo esta serie de mantras, de forma que hoy en día hasta en las capas más conservadoras e ilustradas se admiten como verdades inmutables.

La clave del éxito de esta operación de agit-prop del marxismo y sus sociedades interpuestas (ecologistas radicales, ONG’s subvencionadas, pacifistas a la violeta, etc.) es haber grabado en la conciencia de occidente la culpa inexorable por todas las atrocidades cometidas en nombre del progreso desde la colonización de otros continentes, cuyo peso debe pender de cada uno de nosotros como un gravísimo pecado que es necesario expiar.

Unido a este complejo de culpa, extendido con la tradicional eficacia marxista, se ha esparcido, también con éxito, una devoción especial por toda expresión cultural tercermundista. Esta fascinación por el pintoresquismo indígena,  cuya labor de promoción ha correspondido tradicionalmente casi en exclusiva al movimiento New Age, parte de la base de que las sociedades primitivas atesoran una sabiduría incomparablemente mayor que las pervertidas sociedades occidentales, de cuya decadencia es responsable directo el sistema capitalista. Porque para los cultivadores de los cánones intelectuales del momento, y en mayor o menor medida todos somos newagers, el genio humano no se manifiesta en los hallazgos técnicos que han mejorado la existencia de la humanidad de forma exponencial en el decurso de tan sólo doscientos años (gracias al capitalismo), sino en preservar las relaciones del ser humano con la madre naturaleza (Gaia) en toda su pureza como hacen los aborígenes y los campesinos de las sociedades primitivas. El desarrollo teórico es seductor, pero su base doctrinal no puede ser más ramplona: la modernidad es mala, luego el primitivismo es bueno.

Esta pasión sobrevenida de la izquierda occidental por la causa del tercer mundo ,se ha agudizado especialmente tras la caída del Muro de Berlín, pues a la revolución marxista le quedan cada vez menos adeptos en casa. Por otra parte, el uso instrumental que la izquierda hace de la pobreza del tercer mundo (una forma especialmente abyecta de desprecio) es fácilmente comprobable. Basta constatar el olvido en el que se sumen las causas de las sociedades más míseras, tan pronto empiezan a actuar de forma contraria a lo que dicta el ideal tercermundista. Los tigres y dragones asiáticos alcanzaron el éxito contraviniendo la receta sagrada del marxismo mundialista (subvenciones, socialismo, violencia contra la propiedad y supresión de libertades cívicas) y apostando por seguir los pasos que los países occidentales iniciaron con éxito hace dos siglos. Hoy disfrutan de unos niveles de bienestar homologable a nosotros. La izquierda aún no se lo ha perdonado.

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