Skip to content

Terminaremos sin fines, y sin libertad

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

Estar en contra de pagar impuestos cuando el receptor de los mismos es un político sinvergüenza, un actor que nos cae mal, o un sindicalista que no ha trabajado en su vida, es algo bastante natural. Es un sentimiento que fluye espontáneamente en casi todo ser humano que no pertenezca a la casta privilegiada que nos gobierna.

El problema es cuando esos impuestos van a parar a fines que son aceptados mayoritariamente. Por ejemplo, a los deportistas que se esfuerzan durante años para competir en unos Juegos Olímpicos. O para un ingenio humano que recorre cientos de miles de kilómetros para posarse con éxito en otro planeta.

Para alguien que no haya meditado mucho sobre el asunto, la comparación entre ambos fines les parecerá una salvajada. ¿Cómo se puede comparar que un político se enriquezca con que un deportista pueda realizar su sueño después de años de esfuerzo? ¿De verdad se puede criticar que todos pongamos nuestro granito de arena para que el ser humano avance en su conocimiento, como si de subvencionar a una panda de vagos se tratase?

La realidad es que moralmente no hay diferencia entre que nuestros impuestos vayan a algo que la mayoría cree bueno o que terminen despilfarrados en cosas a las que nadie quería destinar un céntimo. Y no la hay porque en ambos casos se está quitando dinero por la fuerza a personas que no tendrían que tener ninguna obligación de financiar esas actividades.

Es curioso que cuando expones esto, mucha gente te llama egoísta, avaro o codicioso. Si esa misma gente dedicara unos minutos de su tiempo a reflexionar sobre el asunto se darían cuenta de que obligar a otros a financiar un fin que persigues sí tiene bastante de egoísta.

Sobre todo cuando ese fin es apoyado por la mayoría. La cual no debería tener ningún problema en financiar cualquier fin sin tener que recurrir a quitarle el dinero a nadie.

Es algo lógico. Si que docenas de deportistas triunfen en los JJOO es algo tan importante para millones de españoles, tal número de personas no debería tener ningún problema en financiar el entrenamiento de deportistas por medio de contribuciones voluntarias.

¿Por qué, entonces, hay tanta gente a favor de que se financien vía impuestos? Por lo mismo de siempre: la gente quiere demasiadas cosas y cree que los impuestos son la vía mágica de alcanzarlas. No tengo duda de que mucha gente contribuye voluntariamente, y contribuirá aún más con impuestos más bajos, a que muchos atletas puedan competir al máximo nivel, o que la ciencia avance, o a otros muchos buenos fines que la humanidad se ha fijado. El problema es que esta vida, con unos recursos limitados para todos, exige tener unas prioridades. Y cada uno, con sus actos, elige cuáles son las suyas.

Y aquí es donde entra la tolerancia. Esa capacidad humana tan de moda pero que en realidad es casi desconocida para el común de los mortales. Porque sí, puede molestar que mucha gente decida no dar dinero para la investigación científica, mientras se gastan ese dinero en cosas más banales. Pero mucho más importante que llegar a Marte o ganar medallas de oro es que la humanidad empiece a respetar a sus semejantes, aunque les moleste las decisiones que toman sobre gastar su dinero.

Y lo es porque los mismos argumentos que sirven para legitimar mandar una nave a Marte con el dinero de todos son los que se usan para imponernos una sanidad universal en quiebra. O la misma autoridad que crea subvencionar a deportistas de élite hace que tengamos que pagar unas pensiones que nunca vamos a cobrar.

Porque, como pasa siempre en la historia de la humanidad, cuando la mayoría cree que el fin justifica los medios, los que ponen los medios terminan esclavizando a quienes les dieron el poder. Y llegados a ese punto, las mayorías se quedan sin sus preciados fines, y terminan compartiendo destino con las minorías a las que dejaron sin libertad.

Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos

El día en que faltaban pisos

El tema de la vivienda es, sin duda, el principal problema de la generación más joven de país, podríamos decir de la gente menor de 35 años que no ha accedido al mercado de vivienda en la misma situación que sus padres, y no digamos ya de sus abuelos.