Skip to content

Thomas Piketty y el mecanismo averiado de la desigualdad

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

El francés Thomas Piketty se ha convertido en el nuevo economista fetiche del socialismo. Su obra magna, un extenso libro sobre la desigualdad titulado Capital en el Siglo XXI, pasó por las librerías sin pena ni gloria cuando fue publicada en Francia en 2013. Ha sido este año, al publicar Harvard University Press la traducción inglesa en Estados Unidos, cuando literalmente ha arrasado. El polémico Nobel de economía Paul Krugman no tardó en deshacerse en elogios ante el que considera "el que será el libro más importante de la década". En cuestión de semanas, Piketty ha sido elevado a los altares de la izquierda. Todo apunta a que va a permanecer ahí durante mucho tiempo.

Capital en el Siglo XXI se ha convertido en el nuevo libro sagrado del socialismo porque rearma a la izquierda frente al sistema capitalista en torno al estandarte de la igualdad. Por un lado, es un libro de gran empaque académico, fruto de un extenso estudio histórico y de un innegable esfuerzo de recolección de datos. Pero sobre todo, proporciona un argumento sencillo, elegante y aparentemente lógico, que puede emplearse como arma arrojadiza en cualquier discusión para atacar al capitalismo y defender el ascenso del Estado omnipotente.

La tesis central de Piketty es que en el sistema capitalista existe una fuerza inexorable que hace que el capital acumulado crezca más rápido que la renta y los salarios. Esta ‘fatal contradicción central del capitalismo’, según el economista francés, tiene un doble efecto. En primer lugar, provoca que las rentas del capital se vayan comiendo progresivamente las rentas del trabajo. En segundo lugar, hace que la riqueza se vaya concentrando cada vez en menos manos a medida que se transmite de generación en generación, dando lugar a una creciente e injusta desigualdad. "El empresario inevitablemente tiende a convertirse en un rentista, cada vez más dominante sobre aquellos que no poseen nada excepto su trabajo", concluye Piketty.

Para tratar de demostrar su tesis central, el autor de Capital en el Siglo XXI divide su investigación en dos partes. La primera consiste en mirar hacia el pasado y estudiar cuáles son los hechos hasta hoy. Aquí se presenta el encomiable esfuerzo de investigación histórica que ha proporcionado a Piketty un prestigioso reconocimiento académico. Es cierto que se ha levantado mucha polvareda a raíz de la denuncia del Financial Times de que Piketty realizaba cálculos torticeros y cometía numerosos errores en sus series históricas. Este debate es natural y sin duda interesante para ir mejorando los datos que tenemos del pasado, como el propio autor afirmaba cuando hizo públicas las hojas de cálculo utilizadas para escribir el libro. Sin embargo, esto no resta utilidad al extenso estudio realizado, ni demuestra que haya sido deliberadamente manipulado. Más que nada, porque las series históricas del libro por si mismas ya siembran serias dudas sobre la tesis central de Piketty.

Analicemos a la luz de sus propios datos las dos tendencias inexorables hacia las que, según Piketty, nos conducirá el capitalismo. En el capítulo 6 de Capital en el Siglo XXI, se estudia la evolución de las rentas del capital frente a las rentas del trabajo. Según el autor, las rentas del capital deberían "devorar progresivamente" a las rentas del trabajo. Sin embargo, para los dos países analizados, Francia y Reino Unido, vemos que la tendencia de largo plazo es más bien es la contraria. Si bien la relación tiene oscilaciones, un análisis desapasionado nos muestra que entre finales del siglo XVIII hasta hoy, en estos países la renta del trabajo en general ha ido ganando terreno a las rentas del capital. Está claro que esto no demuestra que en el futuro tenga que ser siempre así, pero sí arroja serias dudas sobre la supuesta ley de hierro de Piketty de que las rentas del capital tienden a devorar a las del trabajo.

Por otro lado, para analizar la evolución de la desigualdad en la riqueza, Piketty estudia el porcentaje de riqueza que poseen los ricos (10% más rico del país) y los súper ricos (1% más rico). Hay que decir que, aunque incluye en las cifras de riqueza algunos bienes duraderos como viviendas, por algún motivo ha excluido otros como coches, mobiliario, electrodomésticos, productos electrónicos o joyas, que son bienes que forman una buena parte del patrimonio de las clases medias y bajas. Además, Piketty siempre analiza la desigualdad dentro de un país. Pero según ha estudiado el economista Xavier Sala i Martín, uno de los más prestigiosos y citados economistas del mundo en cuanto a crecimiento y desarrollo económico, si analizamos las desigualdades entre países, a escala global, se vería cómo las desigualdades han caído en picado durante las últimas décadas.

En todo caso, según las series sobre desigualdad de riqueza del capítulo 10 del libro, para los países analizados (Francia, Reino Unido, Suecia y Estados Unidos) la supuesta tendencia inexorable de los ricos a acumular cada vez un mayor porcentaje de la riqueza vuelve a quedar en entredicho. En todos los casos, se ha ido transitando de unas sociedades relativamente más desiguales hacia unas sociedades en las que la riqueza está menos concentrada, al menos hasta hoy. El propio Piketty admite en el libro que "el crecimiento de una verdadera clase media patrimonial (o propietaria) ha sido la principal transformación estructural de la distribución de la riqueza en los países desarrollados durante el siglo XX. Si retrocediéramos un siglo en el tiempo, a la década de 1900-1910, en todos los países de Europa la concentración del capital sería entonces mucho más extrema de lo que es hoy".

En conclusión, fijándonos en los resultados del estudio histórico del libro, es cuanto menos arriesgado sostener que en el sistema capitalista las rentas del capital tienden necesariamente a devorar a las del trabajo y que la riqueza tiende a concentrarse en pocas manos. No en vano, Piketty dedica un tremendo esfuerzo a explicar que el capitalismo sí tiene esa tendencia natural hacia la desigualdad, pero que el período entre 1910 y 1970 es una excepción por una serie de motivos: dos guerras mundiales, la Gran Depresión, el alto crecimiento económico o el crecimiento de la población. Sin embargo, como explica Sala i Martín, si las buscáramos, también podríamos encontrar razones para suponer que la excepción a la norma no son los primeros 70 años del siglo XX, sino los últimos 30. De nuevo, los datos del propio Piketty arrojan serias dudas sobre su tesis central, y esto le obliga a realizar constantes piruetas argumentales a lo largo del libro.

Si en la primera parte de la investigación se ha analizado el pasado, y hemos visto que cuanto menos la tesis del autor parece no cumplirse, Piketty vuelve su cara hacia el futuro para tratar de demostrar que el siglo XXI será diferente al siglo XX. Para ello, elabora una teoría económica que ha tenido una gran trascendencia en los medios por su aparente sencillez. Piketty parte de que es de esperar que la tasa de retorno del capital (r) se sitúe de manera natural por encima de la tasa de crecimiento de la renta (g). Al estudiar cómo han evolucionado ambas variables durante el pasado, se comprueba que la tasa de retorno del capital antes de impuestos ha oscilado entre el 4%-5%, mientras que el crecimiento de la renta ha ido creciendo exponencialmente desde cero hasta casi el 4%. Analizada la tasa de retorno después de impuestos, sin embargo, durante el siglo XX se desploma por debajo incluso del crecimiento de la renta. A la serie histórica, vemos que Piketty añade unas previsiones de crecimiento para el siglo XXI que sólo podemos calificar de sumamente pesimistas, pues asume que la tendencia histórica del crecimiento económico se va a dar la vuelta y va a caer hasta el 1,5% a lo largo del siglo XXI. Expertos en la materia como Sala i Martín han contestado que esas previsiones son catastrofistas, y que sería más realista asumir que la tendencia histórica que hemos visto hasta ahora sigue su curso, a lo que añade que por supuesto ni Piketty ni él pueden predecir cuál será el crecimiento económico durante el próximo siglo.

En todo caso, ¿qué interés tiene que la tasa de retorno del capital se sitúe de manera natural por encima de la tasa de crecimiento de la renta (en notación compacta, r > g)? Según Piketty, esto es lo que demuestra que el capital tenderá a crecer a un ritmo superior del que lo hace la renta. Es una explicación sencilla y elegante, perfecta para cualquier debate. Pero tiene un problema. ¡También es falsa! Y es que el ritmo al que crece el capital no tiene nada que ver con el retorno del mismo. Por ejemplo, es perfectamente posible que el capital nos proporcione un retorno elevado pero que sin embargo consumamos todas las rentas del capital (como haría un jubilado que vive de las rentas de su capital acumulado). Podemos incluso pensar en el hipotético caso en el que la sociedad no ahorrara en absoluto, provocando una reducción progresiva del capital acumulado independientemente de su tasa de retorno. De lo que realmente depende el valor del capital acumulado es de dos cosas. La primera es la tasa de ahorro de la sociedad, es decir, su capacidad para posponer el consumo de un porcentaje más o menos grande de la renta (¡independientemente de que esa renta provenga del capital o del trabajo!). Y la segunda es de la capacidad de los capitalistas y empresarios de organizar la estructura de capital de tal forma que produzca para los consumidores los productos que desean consumir a costes asumibles. Es decir, que cuando Piketty compara la tasa de retorno con la tasa de crecimiento de la renta, está realmente comparando peras con manzanas.

Es una pena que un economista como Piketty, con independencia de su ideología política, haya desperdiciado un encomiable estudio histórico analizándolo a la luz de una teoría del capital tan sumamente pobre. Como con brillantez ha expuesto Juan Ramón Rallo, Piketty de hecho ha entendido la teoría del capital al revés. El autor francés asume que el capital es un fondo que se autorreproduce, y que ese fondo proporciona unas rentas perpetuas a una determinada tasa que se aplica al valor nominal de la inversión inicial. El capitalista, por tanto, no tiene más que recogerlas sin esfuerzo. Rallo explica que la relación es exactamente la contraria. El valor del capital hoy no depende del valor histórico de los ahorros acumulados durante el pasado. Equivale al valor presente de las rentas futuras que se espera que esos heterogéneos bienes de capital proporcionen, valoradas por los consumidores y descontadas por la tasa social de preferencia temporal y de aversión al riesgo (o tipo de interés). Cuando un capitalista ha organizado ese capital de tal forma que los consumidores no valoran la producción lo suficiente, o simplemente no es capaz de adaptarse mejor que la competencia a los cambios en las preferencias de los consumidores, esas rentas esperadas se desploman y por tanto el valor de ese capital puede desaparecer de la noche a la mañana.

Por ese motivo, tiene sentido el dicho popular de que cuando una persona exitosa traspasa a sus descendientes el capital acumulado, entre sus hijos y sus nietos suelen bastar para hacer desaparecer el capital. La realidad desmiente a Piketty cuando dice que en el capitalismo la riqueza se tiende a concentrar en dinastías familiares que se traspasan un creciente capital de padres a hijos, y que son el motivo por el que la desigualdad aumenta. Como muestra Sala i Martín, ninguna de las familias de la lista de los más ricos en 1910 figura en la lista de los más ricos en la actualidad. Si Piketty argumenta que desde 1910 hasta 1970 lo que sucede es una gran excepción y que sólo debemos atender a los últimos treinta años del siglo XX, Rallo demuestra que algo similar sucede si comparamos la primera lista Forbes (1987) con la actual. De hecho, la mayoría de las personas más ricas del mundo hoy han obtenido sus fortunas partiendo prácticamente de cero: pensemos en Bill Gates, Warren Buffett o Amancio Ortega. La tesis de Piketty de que una supuesta mayor acumulación de capital tenderá a provocar que el capital se vaya acumulando en las manos de unas pocas familias, que se traspasan de generación en generación comiéndose la renta nacional, se deshace como un azucarillo a la luz de una correcta teoría del capital.

Hasta aquí la parte de investigación histórica y teórica del Capital en el Siglo XXI de Thomas Piketty. Hemos visto que el economista francés busca demostrar que en el sistema capitalista las rentas del capital irán devorando progresivamente a las rentas del trabajo y que el capital va a ir acumulándose en unas pocas manos que se traspasan de padres a hijos a expensas del resto de la población. Sin embargo, hemos visto que el análisis histórico del propio Piketty arroja serias dudas sobre que esta tesis sea cierta. Y, por otro lado, vemos que la argumentación teórica que dice que si r > g, el capital crecerá más rápido que la renta y se irá concentrando progresivamente, es totalmente falsa si la analizamos desde la óptica de una teoría del capital correcta. Parece, pues, que el mecanismo de generación automática de desigualdad que nos presenta Piketty está averiado. ¿Quiere decir esto que en el capitalismo no pueda tenderse hacia una distribución de la riqueza desigual en un determinado periodo? En absoluto. Sólo quiere decir que la aportación de Piketty es más un argumento fácil para usar en debates que una teoría correcta. Tras su extenso análisis, Piketty da el salto en el libro a la sección en la que propone cómo solucionar, a través del Estado, esta supuesta tendencia inexorable del capitalismo hacia la desigualdad. Pero para analizarla vamos a necesitar un segundo artículo.

Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos

El día en que faltaban pisos

El tema de la vivienda es, sin duda, el principal problema de la generación más joven de país, podríamos decir de la gente menor de 35 años que no ha accedido al mercado de vivienda en la misma situación que sus padres, y no digamos ya de sus abuelos.