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Venezuela y la sangrienta octava estrella

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Lo que ocurre los últimos días en Venezuela tiene un sentido mucho más profundo que el de unas meras manifestaciones convocadas por la oposición frente a un Gobierno. Lo que estamos viendo es a miles de ciudadanos que salen a la calle en un intento de frenar el proceso de castro-cubanización absoluta de un país al que Hugo Chávez dotó de una ideología socialista de Estado al convertirlo en «República Bolivariana».

El objetivo último de Chávez, y ahora de Maduro, es convertir a Venezuela en la nueva Cuba castrista. Puede resultar absurdo querer emular un modelo fracasado, pero en este caso tiene su lógica. Desde el punto de vista del socialismo del Siglo XXI, el comunismo cubano dista de ser un fracaso. Para los sistemas socialistas el éxito o el fracaso no se mide en términos de bienestar real de la población. Un sistema de este tipo no es más o menos exitoso en función de que los ciudadanos estén bien alimentados, dispongan de papel higiénico o puedan permitirse disfrutar de las vacaciones en un lugar agradable. Ni tan siquiera, propaganda a un lado, por la calidad de la sanidad y la educación. Si se tiene en cuenta todo eso, el régimen de Fidel y Raúl Castro es un absoluto desastre.

Un sistema socialista es exitoso cuando la inmensa mayoría de los ciudadanos tiene unas condiciones de vida similares, aunque estas sean míseras, y no pueden oír voces contrarias a quienes detentan el poder. Y, en todo eso, el castrismo ha sido un gran éxito. Casi toda la población cubana vive en una igualitaria pobreza extrema y, aunque hay decenas o cientos de valientes opositores, la actitud más frecuente en la isla es callar ante el Partido Comunista, sus fuerzas represivas y la ommipresente propaganda gubernamental. ¿Cuántos se creen esta última? Realmente es difícil de saber.

Décadas de aislamiento y ausencia de información y opinión libres pueden mantener engañados a miles o millones de personas, pero la hipocresía necesaria para poder sobrevivir en un régimen totalitario (decir lo que uno piensa de verdad puede llegar a costar la cárcel o algo peor) impide que se sepa el grado real de aceptación o rechazo del sistema socialista. En cualquier caso, el castrismo en este aspecto ha triunfado con creces. No puede decir lo mismo el chavismo.

En Venezuela quedan restos de periodismo no oficial, aunque se hayan cerrado bastantes medios de comunicación privados, se hayan sometido al poder político a otros, y unos cuantos más sean reprimidos con creciente dureza. Existe un internet todavía aceptablemente libre (aunque en esto también se está retrocediendo bajo el régimen chavista). Por estos y otros factores, quedan miles de venezolanos que todavía no han sucumbido a la sumisión por convicción o a la práctica del fingimiento al régimen socialista para sobrevivir. Son los que han salido a calle y están siendo reprimidos con dureza por las fuerzas de seguridad y los grupos armados castro-chavistas.

Lo que no se ha conseguido con la propaganda, el chavismo lo está intendo imponer con la fuerza bruta. Maduro ha advertido con dar un «carácter armado» –como si no lo hubiera tenido hasta ahora– a la «revolución» si hay un intento de golpe de Estado. Según demuestra la experiencia comunista, los regímenes socialistas consideran como golpe de Estado toda protesta de los ciudadanos contra ellos, con lo que es de esperar que la represión vaya a crecer.

En las calles de Venezuela se muestran estos días dos variantes de la bandera del país. Muchos opositores lucen la tradicional, con siete estrellas. El chavismo muestra la oficial, con una estrella más, añadida por Chávez en 1999.

Esa octava octava estrella es necesariamente sangrienta, pues sangriento es el socialismo. El chavismo ya ha segado la vida de personas que reclamaban libertad, y el riesgo de que la represión vaya a más es muy real. No parece que Maduro vaya a poner freno por voluntad propia ni por presiones internas. Por eso es tan importante que desde el resto del mundo los medios de comunicación informen de lo que ocurre, y que los ciudadanos estén atentos y denuncien en la medida de sus posibilidades por cualquier vía.

También resultaría muy valioso que los Gobiernos democráticos denunciaran la represión y amenazaran a Maduro y sus aliados con convertirles en apestados en la arena internacional. Pero, nos tememos, eso es mucho pedir. Al menos con Ejecutivos como el de Mariano Rajoy y otros gobernantes europeos.

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