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Voluntad, libertad, propiedad y contratos

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De niño yo quería tener el poder del deseo, y estaba preparado para cuando apareciese el genio de la lámpara: le pediría que se cumpliera siempre todo lo que yo quisiera, con lo cual sobrarían los otros dos deseos (genios expertos en metalógica y los problemas de la auto-referencia aclararían que no pueden conceder ciertos metadeseos para no quedarse sin empleo). Es una lástima, pero no existe el genio de la lámpara (ni los Reyes Magos, ni Santa Claus, ni Papá Noel): todo el mundo se entera antes o después.

La voluntad aspira a realizarse, pero los deseos suelen estar muy lejos de la realidad; para evitar la frustración puede recurrirse a la superstición, y así los creyentes de las diversas religiones rezan a sus divinidades para pedirles todo tipo de cosas (si son buenos negociadores prometen algo a cambio y agradecen lo ya concedido). Yo quería ser una estrella del baloncesto, salir con la chica más bonita y ser admirado por todos (nada original). Es una lástima, pero no existen las entidades sobrenaturales: solamente algunas personas consiguen romper el hechizo y se dan cuenta de ello. Si quieres conseguir algo, haz algo al respecto; simplemente desear intensamente no sirve de nada si esa motivación no impulsa a la acción. Querer mucho y hacer poco es garantía de frustración e infelicidad.

La relación entre hijos y padres es fuertemente asimétrica: el niño pide, exige, llora, y el progenitor se esfuerza para poder dar y satisfacer su voluntad (desde las necesidades hasta los caprichos). Es una lástima, pero es biológicamente imposible ser eternamente niños todos a la vez, alguien tiene que producir (dar puede ser emocionalmente gratificante, pero el altruismo puro es evolutivamente imposible).

Por otro lado el niño necesita ser educado, aprender mediante transmisión cultural, adquirir hábitos adecuados: los padres guían este proceso mediante prohibiciones y obligaciones que van contra la a menudo poco razonable voluntad del niño. La persona adulta no necesita los mandatos de sus mayores y actúa según su propia voluntad. Los colectivistas tal vez asumen que lo que funciona con los niños debe ser adecuado para los adultos, de modo que pretenden organizar la sociedad a golpe de leyes intervencionistas que impongan su voluntad sobre la de los demás (o quizás quede en ellos un residuo de resentimiento que les lleva a vengarse de su represión infantil coaccionando al vecino). Algunos intentan vivir siempre como niños, o simplemente fracasan en el proceso de maduración, no asumen su autonomía y su responsabilidad y se transforman en pedigüeños profesionales, intentan dar lástima y vivir de la caridad ajena (hay vagos muy hábiles en la manipulación de los sentimientos que consiguen recibir algo sin dar nada a cambio).

La biología, la psicología evolucionista y la praxeología indican que la voluntad (las preferencias, los deseos) es impulsora y guía de la acción adecuada que permite la supervivencia. Una persona madura e inteligente tiene posibilidades de éxito porque actúa conforme a sus deseos, no se limita a recrearse en sus ensoñaciones, a rogar a la divinidad, a esperar que pase algo, a recibir un regalo milagroso o un golpe de suerte.

Como los seres humanos son hipersociales cada persona actúa persiguiendo sus preferencias en un entorno en el que están presentes otras personas con sus propias preferencias. En las sociedades no libres unos seres humanos imponen por la fuerza sus preferencias a otros. En una sociedad libre se reconocen derechos de propiedad universales y simétricos, ámbitos de control legítimo dentro de los cuales cada propietario es soberano, sus valoraciones son las únicas relevantes y así se evitan, minimizan o resuelven los conflictos.

Los liberales tenemos una concepción humilde y realista de la libertad como ausencia de coacción y respeto al derecho de propiedad. Muchos enemigos de la libertad distorsionan el concepto de diversas formas arbitrarias, absurdas o incoherentes, que distorsionan el papel de la voluntad. Para algunos libertad es poder y riqueza (realización de los proyectos vitales personales), aunque se obtengan coaccionando a los demás (de forma directa o indirecta), garantía de que se cumpla mi voluntad obviando la escasez y los límites de la capacidad de actuación humana; para otros libertad es ausencia de influencias o condicionantes externos o internos, que nada perturbe mi voluntad considerada como una entidad causante pero incausada, que influye pero no es influida (no tengo necesidades, solamente deseos autogenerados); y según otros sólo soy libre si escojo entre dos bienes y no entre el menor de dos males (por ejemplo en una situación angustiosa, desesperada), mi elección es libre solamente si no hay ningún aspecto en ella que sea valorado negativamente (sin costes).

Las relaciones en una sociedad libre son voluntarias por ambas partes. Algunas relaciones son tan importantes que se formalizan explícitamente mediante contratos. Los contratos no son simples transferencias absolutas y definitivas de derechos de propiedad (eso más bien sería un simple apunte en un registro de la propiedad). Los contratos son acuerdos más o menos complejos mediante los cuales las partes contratantes deciden voluntariamente en el presente aceptar restricciones sobre la legitimidad de su actuación según sus preferencias futuras. Igual que el derecho de propiedad impone límites a la voluntad (la propiedad ajena), los contratos implican compromisos limitadores de la libertad que son exigibles mediante el uso de la fuerza, porque los contratantes entienden claramente que en eso consiste un contrato, que si no se transformaría en una mera declaración de intenciones fácil de incumplir. Los contratos son herramientas éticas y jurídicas importantes que permiten a las personas planificar de forma conjunta y así no tener que actuar improvisando en cada instante sin poder prever el futuro con algo de certeza. Quien sacrifica parte de su libertad no es necesariamente un enfermo mental sin voluntad propia. Contratar implica obtener algo renunciando a algo a cambio, así que no es sorprendente que una parte de lo contratado (lo que se pierde, se entrega, o se obliga uno a hacer) sea lamentado por el individuo: conviene no olvidar que lo que consigue le compensa de la pérdida, al menos en el momento de la realización del pacto.

Algunos comentaristas poco consistentes pretenden que es evidente (axiomatizan sin dar argumentos ni explorar alternativas de forma exhaustiva) que todo contrato laboral debe poder rescindirse cuando el trabajador lo desee (el empleador aparentemente no debe disfrutar de los mismos derechos humanos, y no les suena el concepto de cláusula de rescisión), porque si no se violaría su libertad: absolutizan la voluntad presente (la libertad no es simplemente poder hacer lo que te dé la gana en todo momento, rompiendo cualquier compromiso previo) y destruyen la esencia de los contratos y su capacidad de organizar la acción humana de forma cooperativa. No saben definir coherentemente qué es la libertad y se hacen un buen lío al respecto.

Tal vez por falta de capacidad intelectual estos comentaristas no suelen realizar análisis teóricos rigurosos: mezclan de forma patosa la esclavitud involuntaria con los contratos voluntariamente aceptados de sumisión parcial o total, tema delicado pero intelectualmente explorable (sin que su estudio implique que al pensador le guste la posibilidad de la sumisión). En lo que sí se esfuerzan es en mostrar a los demás sus preferencias particulares: insisten en lo horribles, vomitivas, aberrantes y repulsivas que les parecen las teorías éticas liberales más consistentes y radicales (la pesadilla hecha realidad del anarcocapitalismo como liberalismo fundamentado en el derecho de propiedad y los contratos). Según ellos los anarcocapitalistas son fulanos impresentables, hijos de puta, sectarios, locos aprovechados de la coacción estatal, herederos con un ejército de siervos y esclavos, canallas inhumanos, hedonistas aspirantes a ser lo más guay entre lo radical que compiten por decir la mayor burrada, promotores de barbaridades, vergonzosos devoradores de niños, proxenetas y clientes de niñas prostitutas, prima donnas, fantasmas, fraudulentos, enemigos de la sociedad abierta (y en realidad no liberales), partidarios de un feudalismo ciertamente contrario a toda idea de libertad burguesa, defensores de una libertad consistente en la impunidad y que se cagan literalmente en la libertad política, malos compañeros de cruzada, indiferentes frente a hechos cuya relativización supone algo rayano en lo criminal.

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