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Vota y calla

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Si el Estado fuese una empresa privada acumularía cientos o miles de naves industriales de denuncias de sus clientes por continua violación de contrato, uso de información privilegiada, abusos, corrupción, extorsión y falta de transparencia. Sin embargo, pese a las numerosas promesas incumplidas de los políticos legislatura tras legislatura, el creciente poder estatal contra la libertad y propiedad privada y la máxima ineficiencia de los servicios estatales, el Estado omnipotente aún tiene el plebiscito del ciudadano medio. Tal vez la cuestión no radique aquí sino, como decía el Premio Nobel James Buchanan, en que el hombre medio cuando vota no lo hace por un partido, sino contra el otro.

Este tipo de actuación explica muy bien el llamado voto útil, y es que realmente es muy difícil que el programa de un partido político se adapte a las necesidades reales del individuo. El problema del voto útil es que sólo perpetúa el mismo modelo de estado omnipotente. Si un partido se abandera el salvador de su oponente (I, II, III, etc.), y siempre suele ser así ya que los programas de los partidos mayoritarios son prácticamente iguales, puede conseguir movilizar a un gran número de indecisos o desencantados. Es más fácil atacar al corazón del votante que discutir los contenidos del programa.

El votante útil se enfrenta a una gran contradicción, y es que al dejarse llevar por el odio y el corazón en realidad no está haciendo más que dar su soporte a aquello que detesta. ¿Es que tiene sentido que un liberal vote al PP? Ninguno, es absurdo. El PP –y cualquier otro partido español– es un partido abiertamente antiliberal; incluso en ocasiones se ha mostrado más socialista que el propio PSOE en temas como la vivienda o la Ley de Dependencia. Un partido liberal sólo puede ser un partido revolucionario, de ruptura total que instale un laissez faire. Las terceras vías no son más que eufemismos para denominar lo que siempre se ha llamado socialismo y tiranía.

Tal vez ahora, como muestra el nivel de abstención de voto en casi todos los países occidentales, las personas se están dando cuenta que da igual qué partido tome el poder porque todos tienen el mismo modelo tiránico: usurpación masiva de la libertad individual y de la propiedad privada. Como dijera el poeta cubano independentista José Martí y Pérez: "cambiar de amos no es ser libre". Si tuviésemos que escoger entre dos partidos como el maoísta y el estalinista, por más voto útil que intentásemos aplicar el resultado sería igual de nefasto ganase quien ganase. Bueno, quizá el programa del partido maoísta no contaría con deportar a nuestras familias, pero su victoria no nos haría mucho bien.

Aquel que cree en la libertad no puede apoyar unas instituciones que parecen odiar la iniciativa privada, el libre mercado, la libertad individual y la libertad de elección. Los fines actuales de tales instituciones son profundamente tiránicos y antisociales, favorecen al político, al funcionario y grupos de presión y, por tanto, deprimen contundentemente el bienestar del individuo. Seguimos viviendo en una sociedad de oligarcas y privilegiados públicos (consumidor de impuestos). Si en el terreno particular alguien se muestra hostil a nuestra iniciativa el primer paso evidente es prescindir de él, no hacerle caso y no contar con su nefasta colaboración. Si actuamos así en lo personal, ¿por qué el trato (forzoso) con el Estado ha de ser una excepción? La libertad no puede ser impuesta por ningún político, sino que ha de ser aceptada por cada individuo.

Para sentirse libre el primer paso es actuar con libertad uno mismo, y en el marco actual, eso significa vivir de espaldas al estado y evitar toda su maquinaria agresora que atenta contra la libertad individual; eso, evidentemente, significa no votar a aquellos que cuando lleguen al poder seguirán luchando contra nosotros, nuestras familias y la sociedad. No hay ningún partido político que pueda garantizarnos la libertad, y aunque de corazón lo quisieran, al tomar el poder se verían obligados a ceder ante los grupos de presión sociales, económicos y políticos. La compra de votos, los favores, el amiguismo y la corrupción forman una dinámica intrínseca e inevitable de los medios políticos y gobierno. Si vendemos nuestra libertad por el miedo que nos inculcan los políticos como la seguridad, los daños ecológicos que los propios políticos han creado, el vaticinio de catástrofes productivas que jamás se cumplen, los salvadores de nuestra libertad y la propia oposición sólo conseguiremos ser cada vez más dependientes de sus promesas incumplidas, más pobres y menos libres. Votar es el peor voto útil, la indiferencia absoluta hacia el estado y toda su maquinaria de coerción es el primer paso a una libertad individual real.

El Estado ya lleva demasiado tiempo diciéndonos lo bueno y humanitario que es, y así nos insta a que le votemos, nos callemos, y le dejemos en paz durante cuatros años, pero ellos son incapaces de dejarnos en paz y en libertad. Sus acciones chocan frontalmente con sus palabras, sólo nos quieren para su bienestar y para tomar la maquinaria de la fuerza y el poder. Va siendo hora que seamos nosotros quienes les digamos a esos burócratas que quienes se han de callar son ellos, y que lo mejor que pueden hacer teniendo en cuenta su máxima bondad auto–atribuida es dejar sus puestos de planificadores sociales y dictadores de la producción para empezar a trabajar de verdad para la gente en empresas privadas. Qué planifiquen sus vidas, no las nuestras.

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