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¿Y si el Banco de España no existiese?

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Lucía va por la mañana a su instituto, donde tiene un examen de Economía. Pero para su sorpresa el precio del viaje en autobús se ha quintuplicado por el descontrol de la inflación, los billetes los emite el sospechoso banco Avalancha, no existen cajeros automáticos y no hay examen porque sus profesores se manifiestan para pedir más sueldo. En el mundo ficticio de Lucía, imaginado por siete alumnos de 2º de Bachillerato del instituto de Secundaria Torrellano, de Elche (Alicante), desaparece el Banco de España y el monstruo hiperinflación campa a sus anchas. Los estudiantes imaginan un caos económico: los billetes no están emitidos por el BCE, nadie acepta las tarjetas de crédito ni se pueden hacer transferencias y los bancos no responden a sus obligaciones. Lucía se acuerda del corralito y empieza a entender por sus propias experiencias las funciones del banco central.

Se trata de un cuento con el cual han ganado el concurso “El Banco de España y la estabilidad de la economía” convocado para dar a conocer la institución. Según Miguel Ángel Fernández Ordóñez, su gobernador en el mundo real, “Afortunadamente, la protagonista se despierta de la pesadilla”. Seguramente se refiere a que él conservará su muy lucrativo e influyente puesto de trabajo desde el cual ejercer de semidiós controlador del sistema financiero del país. Está encantado de ver cómo calan las ideas de los bancos centrales sobre el socialismo estatista en lo monetario y lo prioritario que es controlar la inflación: ellos la causan, pero con total desvergüenza aseguran que luchan contra ella (contra la deflación también, que ambas son malísimas, sólo vale la estabilidad de los precios y papá estado ha de estar vigilante por el bien común).

La supina ignorancia sobre asuntos económicos, monetarios y financieros que estos críos demuestran con su relato es normal para su edad y el proceso de adoctrinamiento y aborregamiento conocido como educación pública. Pero algo de vergüenza podría darle a su profesor de Economía, José Ángel Molina, orgulloso de su necedad (la suya propia y la de sus pupilos): “Les dije que pensaran en qué pasaría si no existiese el Banco de España”. Dada la patética situación de la ciencia económica tampoco sorprende que los maestros sean meros transmisores irreflexivos de las falacias oficiales. Muchos presuntos economistas (entiéndase licenciados en ciencias económicas) tienen una ignorancia tal vez peor, porque en su sofisticación creen que saben.

Una burocracia coactiva que pretenda sobrevivir parasitando a los ciudadanos productivos necesita emitir propaganda sobre lo esenciales que son sus servicios y cómo éstos no pueden ser proporcionados en un mercado libre. Hay que saber mentir creyéndoselo, que así se engaña mejor. Sería interesante ver la reacción del (¿imparcial?) jurado del concurso ante un ensayo que mencionara la escuela Austriaca de Economía, el liberalismo, la emergencia espontánea de instituciones evolutivas como el dinero, el derecho y el lenguaje, la banca libre y competitiva con emisión privada de moneda, la posibilidad de organismos privados de certificación, los daños del intervencionismo estatal, y los ciclos económicos causados por la expansión monetaria y crediticia orquestada por los bancos centrales.

Dado que niños y adolescentes viven muchos años encerrados en entornos artificiales aislados del mundo real, es explicable que estos chicos ignoren que bancos centrales los hay en prácticamente todos los países (también en el del corralito, qué curioso) y en todas partes hay inflación y a menudo huelgas y manifestaciones para pedir aumentos de salario. Y que cuando no había bancos centrales había dinero emitido por bancos privados con bastante prestigio, y la economía y las finanzas funcionaban, y ya existían las transferencias y los bancos solían responder a sus obligaciones ante sus clientes o ante la justicia (salvo cuando los gobernantes les hacían algún favorcillo inconfesable como montar un banco central para que los bancos fraudulentos pudieran seguir trampeando sin que los bancos honestos los pusieran en evidencia).

Estos adolescentes demostraron no ser del todo intelectualmente irrecuperables: pidieron ver el oro del banco; no les dejaron ni acercarse a las cámaras acorazadas donde se supone que se guarda el poco que queda. Total, es una bárbara reliquia.

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