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Arde París

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Muchos medios, el lector sabrá que no todos, ocultaban la militancia islámica predominante entre los incendiarios. Francia ha llevado a la práctica con denuedo el multiculturalismo, esa idea según la cual quien llega al país de acogida no tiene porqué integrarse ni aceptar sus normas de convivencia. Como la de no quemar coches, pongo por caso. Ello ha favorecido la creación de inmensos guetos.

Pero esa es sólo una cara del problema. La otra (que sí fue recogida por todos los medios) es económica. Las tasas de paro entre la juventud de los barrios multiculturales podían superar el 50 por ciento. Esperanzas, pocas. Deseos, los de cualquier persona que espera vivir más de dos veces lo que ha vivido. Resultado: una lacerante frustración.

La frustración no justifica el vandalismo, pero ¿qué explicación hay para ella? Haber implantado, hasta donde ha podido, el Estado de Bienestar. Décadas de intelectualidad francesa denostando el mercado libre han logrado imponer su opuesto hasta una profundidad sorprendente. El éxito es total.

Es decir, el fracaso. El de muchos jóvenes que se ven atenazados por el palo y la zanahoria. El primero es el salario mínimo y las regulaciones que desincentivan la contratación de los menos cualificados. La zanahoria son las ayudas sociales, que mantienen a familias de inactivos. Es como si les dijeran: "no permitiremos que te caigas, pero tampoco que te levantes". ¿Se imaginan en esa extenuante posición?

Puede que algún lector me considere algo exagerado, pero los 15.000 jóvenes franceses que van anualmente a Gran Bretaña a trabajar y a montar empresas lo ven exactamente así. Donde llegan, la tasa de desempleo juvenil es la mitad, y tienen la sensación de que pueden hacer cualquier cosa, algo que es más complicado en Francia. Ellos mantienen viva la llama empresarial.

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