Skip to content

El chocolate del loro constitucional

Publicado en La Información

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

Lo peor de todo es el brote de radicalismo que está asfixiando a los ciudadanos de bien.

Siempre cumplo con mis compromisos”. Así de rotundo respondía el presidente Rajoy al líder de la oposición, Pedro Sánchez, el 27 de noviembre de este año que acaba. Ese día Rajoy estaba centrado en explicar la aplicación del artículo 155 de la Constitución en el Congreso de los Diputados. Sánchez, cuyo único papel en el caso del procés ha sido sacarle al PP el estudio de una posible reforma constitucional, tenía que arrancar un signo de aquiescencia, para presentarse ante su público como un macho alfa, que había firmado el 155 pero solo después de haber doblegado la voluntad pepera mediante la firma de un pacto de reforma de la Constitución, tal y como había anunciado ya en octubre. 

Pero creo que muchos, si no todos, sabíamos en qué se iba a convertir esa promesa cumplida. Porque, efectivamente, hay una comisión y un pensamiento de reforma. Ahora bien. Una cosa es cambiar los muebles de sitio y otra cosa es reformar de verdad la casa: mover un tabique, ampliar una habitación, abrir una ventana. Y da la sensación de que Rajoy nunca pensó en algo más que comprar una plantita para el recibidor. Campeón de las esperas y los tiempos, Mariano debe estar tejiendo, como una Moira griega, el destino de España dependiendo del resultado de las elecciones autonómicas catalanas del próximo 21 de diciembre, y del final de la aventura belga del ex presidente Puigdemont. Especialmente ahora que el juez del Tribunal Supremo Llarena ha retirado la orden de detención europea hacia él y los cuatro ex consellers que le acompañan en su fuga (no es un exilio). Se trata del último movimiento en la partida de ajedrez judicial que mantiene Puigdemont y la justicia española y que supone que si regresan serán detenidos y que ya no están en libertad vigilada, son simplemente prófugos, no hay juez belga que pueda retrasar el momento, o minimizar los cargos, o desplegar ninguna argucia más.

Incluso si el Partido Popular solamente tiene un rol secundario en el devenir de Cataluña, dado el papel protagónico de Inés Arrimadas de Ciudatans, de un lado, y los “indepes” más recalcitrantes (pero descabezados) de otra, a Rajoy le sale bien la jugada: hay un bando constitucionalista y un bando no constitucionalista, y si gana Arrimadas, debe pensar, ganamos “nosotros”, pierden “ellos”, los que quieren tocar las narices constitucionales. ¿De qué va a servir una comisión de reforma constitucional si en el foco del incendio ha ganado la opción no independentista? Y si eso resulta así, finalmente, ¿qué queda por debatir? ¿la reforma del Senado? ¿asegurar que reinará Leonor en lugar de Felipe Juan Froilán? El chocolate del loro. Con todo y con eso, hay seis meses de plazo para que la futura comisión estudie la posible reforma. Un plazo que comenzará una vez que terminen los trabajos de la comisión que estudia la reforma del modelo territorial, abierta por el PSOE, precisamente. Obras son amores, y no muchas comisiones. 

La jugada de Rajoy es redonda. No se va a estudiar un modelo federal, ni se va a considerar el derecho de secesión, ni la competencia fiscal (que me he enterado en el muro de Facebook de Félix Ovejero que ahora es de derechas). Nos quedamos como estamos. La Constitución no se toca. 

Y entonces es cuando hay que volver a las aportaciones jurídicas de Friedrich Hayek y Bruno Leoni, quienes plantean el llamado imperio de la ley (una traducción cuestionable de la expresión anglosajona “the rule of law”) como un sistema evolutivo que hay que revisar para que no se convierta en prisión rancia y caduca de una sociedad que está en permanente cambio. Da la sensación de que la mitad de catalanes que sí quieren la independencia, junto con aquellos españoles que se plantean el derecho de secesión como un objetivo deseable, van a quedar aparcados en un ladito, mientras Rajoy respira aliviado y trata de recuperar el tono del músculo económico. Porque eso es lo que vende y, como hemos aprendido, en esta política populista, de telerrealidad y cotilleo, con Twitter como vocero y juez a un tiempo, la audiencia manda. Para qué un debate serio, debe comentar con sus asesores y sus mochilas. Los datos son los que van a mantenerte en el poder, Mariano. Para cuando toque convocar elecciones de nuevo, la economía se ha restablecido, los buenos hemos sabido devolver la tranquilidad a los mercados, los malos han ido a la cárcel, hemos tenido fallos (se nos ha ido la manita el 1 de octubre) pero, en general, podemos repetir victoria. Hasta entonces, podemos quemar a Ciudadanos que hereda el marrón de gobernar un pueblo catalán fracturado en dos partes, el PSOE previsiblemente seguirá desgastándose, y no es probable que Podemos renazca, enfrentados como están entre ellos. Bravo, muchachos. 

Pero para mí, lo peor de todo es el brote de radicalismo que está asfixiando a los ciudadanos de bien. Por un lado, quienes defendemos (en primera persona, efectivamente), el derecho de secesión, vemos cómo se nos pega a la suela de los zapatos las arenas movedizas de la peor izquierda. Por otro lado, quienes defienden un modelo territorial como el que tenemos, o incluso menos descentralizado, con la mejor de las intenciones, también arrastran el lastre de quienes siguen vistiendo camisas azules y boinas rojas, levantando el brazo, los del “Cara al sol”, muchas veces involucionistas nostálgicos. Es una dura carga para unos y otros. No favorece que nuestra sociedad avance en paz. Más bien al revés, crispan la mayor parte de las veces, confunden, impostan una actitud falsa de defensa de la libertad cuando debajo de la ligera capa de postureo aparece claramente el peor de los populismos, de derechas o de izquierdas, pero liberticida en ambos casos. Son malos tiempos para la cordura.

Más artículos

El día en que faltaban pisos

El tema de la vivienda es, sin duda, el principal problema de la generación más joven de país, podríamos decir de la gente menor de 35 años que no ha accedido al mercado de vivienda en la misma situación que sus padres, y no digamos ya de sus abuelos.