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El enemigo indefinido

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Es la parálisis de quien lucha en la niebla de la desinformación contra un enemigo que no ve, ni sabe qué forma tiene, ni cuáles son las armas adecuadas

Uno de los recursos más utilizados por los guionistas de cine de suspense es el de la indefinición del enemigo. Tanto si se trata de un extraterrestre que ha adoptado una forma de vida desconocida, como si los protagonistas son médicos que han de atajar una misteriosa enfermedad difícil de identificar, el elemento alrededor del cual gira toda la trama es no saber a qué atenerse, qué arma emplear, dónde está el contrincante, cómo se manifiesta, sus puntos débiles. Comiendo con Juanma López Zafra, mi bigdatero favorito, me explica que en estadística, econometría, y en general en ciencias, si las hipótesis de partida no están bien definidas, entonces no hay nada que hacer con el problema. Y así es como he percibido a gran parte de la población en estos trágicos días. Creo que provocar en la población la sensación de que hay un enemigo indefinido es la mejor arma para inmovilizarnos.

Cuando en una capital se produce un atentado terrorista como el del 13-N, con un elevado número de víctimas, en un lugar público no identificable con ninguna ideología o religión se abre una herida en la población. No solamente en el país, por empatía, ciudadanos de otros países sentirán el reflejo del dolor de los afectados directamente.

París, Beirut, Madrid y el mundo

En España nos duele más París porque tuvimos nuestro 11-M y es una ciudad vecina. En Beirut sienten más su atentado y seguramente también los países del entorno. En Guatemala se duelen de su etapa en la que el terrorismo asolaba al país, igual que en Perú, con Sendero Luminoso, o en cualquier otro lugar. Los casos de París, Madrid y Beirut son más parecidos porque la causa va envuelta en una visión de la religión pervertida por el fanatismo. El rector de mi universidad, después de guardar un minuto de silencio en solidaridad con el pueblo francés decía: “Nadie puede matar en nombre de Dios. Ese Dios no existe. Existe el Dios del amor y de la vida”. Desafortunadamente, a lo largo de la historia, ha habido facciones religiosas de todo tipo que han interpretado las cosas de otra manera. Y ahora también. ¿Cuál es la diferencia? Que antes se veía venir y ahora no sabemos quién mata.

El efecto de no hacer el duelo de su pérdida en una persona o grupo de personas es grave. Perpetúa el dolor y la rabia. Necesitamos cerrar las brechas, por eso me parece relevante rescatar cuerpos de fosas comunes y cunetas, de todos los bandos, de todas las guerras, para que todos cerremos adecuadamente la herida y no transmitamos más el odio derivado de un luto inconcluso.

La otra diferencia es que ahora, como pasa en todos los ámbitos, el dolor también se politiza. De manera que no se trata exclusivamente de fanatismo religioso, sino también de alta política internacional. Esa de la que no nos enteramos nunca los pagadores de impuestos con cuyo dinero se financian las medidas de alta política internacional. Ser consciente de esta segunda dimensión del problema provoca una sensación de ser el bobo de turno que casa muy mal con el dolor por la muerte de familiares, amigos, conocidos, y con la empatía que despiertan. Por eso hablamos de cómo se financia quién, de si es mejor cerrar fronteras o no, de si la política es la verdadera causa.

La parálisis permanente de la sociedad

He leído a mi amiga – que reflexiona (de la mano de DV8 Physical Theatre) sobre la “parálisis piadosa” en la que ha caído Occidente y que nos hacer sentirnos incapaces, por miedo a ofender, de decir que somos superiores a los talibanes. Y se pregunta cuáles son las razones. En mi opinión, la parálisis a la que se refiere Marion tiene mucho que ver con la confusión inducida, inoculada vía millones de tuiteros y usuarios de redes sociales, a quienes se nos lleva de la mano a dudar de si son nuestros presidentes quienes provocan los atentados, mientras la corrección política nos tapa la boca para que no podamos decir en alto que los Estados no nos defienden y que queremos recobrar la responsabilidad de la defensa, al menos un poquito.

Es la parálisis de quien lucha en la niebla de la desinformación contra un enemigo que no ve, ni sabe qué forma tiene, ni cuáles son las armas adecuadas. Y lo peor, y esto me hace temblar, es que a veces me planteo si realmente hay voluntad política de acabar de verdad con esta amenaza invisible pero cierta que se manifiesta en número de muertos.La parálisis de la sociedad es provocada por décadas mirando las noticias en la televisión donde somos testigos de corrupción política cada vez más obscena, de la que nadie rinde cuentas, nadie devuelve el dinero, nadie paga, excepto nosotros. Y a la vez, cada año electoral, se nos aterroriza con el miedo al otro partido, el miedo a los que van a venir a quitarte lo tuyo, o a comerse a los niños, o a volver a épocas pasadas, con el único objetivo de mantener su escaño o de alcanzarlo por primera vez, en un sistema político cerrado, sin posibilidad de que votes a una persona independiente, porque te tienes que tragar a la lista completa.

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