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El fin de Jauja en Spotify

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Desde el inicio de mayo, Spotify decidió poner límites al uso gratuito de su servicio. Hasta ese momento, unos cuantos millones de usuarios privilegiados, invitados en la primera época del lanzamiento, podíamos disfrutar sin pagar nada de ilimitadas audiciones de su fondo de canciones, aunque con algún anuncio de vez en cuando. Desde entonces, dicho disfrute queda restringido a diez horas mensuales y un cierto número máximo de veces de cada canción.

Y así, nos hemos visto expulsados de la tierra de Jauja, en la que, como es bien sabido, abundan los ríos de leche y requesón, y los árboles de tocino y buñuelos. ¿Es esto una desgracia? Sí, para quien solo vea el aquí y el ahora.

Pero el que comprende que Jauja es solo una leyenda, también sabe que no hay almuerzo gratis, y que también el excelente servicio que proporciona Spotify (alabado en previas columnas por un servidor) tiene sus costes. Y que si los dueños de Spotify no recuperan el dinero que meten en él, se verán obligados tarde o temprano a cerrar el servicio. Cierre que sí sería perjudicial para todos los que, de una forma u otra, disfrutamos del servicio. Porque, si eso ocurre, entonces ni siquiera los que estén dispuestos a pagar tendrían el servicio a su disposición.

Spotify se enfrenta al reto a que tarde o temprano se enfrenta todo negocio: ¿vale lo que suministro más de lo que me cuesta? Esta ley inmutable para la economía sostenible (esta sí es una ley de verdad, no las que hacen los políticos, aunque le pongan el mismo nombre) ha encontrado su mayor afrenta en el mundo internet y con especial virulencia a principios del siglo XXI, donde muchos ilusos pensaron que en la nueva economía nada tendría coste.

Florecían (y florecen) "negocios" en que su viabilidad se medía por el número de visitas o el de usuarios únicos, sin atender para nada a los ingresos que estas visitas o clientes generaban. En estos modelos de negocio, se extrapolaba la conducta de los individuos en una situación atípica, la gratuidad de la satisfacción obtenida, a la que tendrían cuando empezaran a pagar, asumiendo que se mantendría hasta cierto punto.

Sin embargo, la verdadera prueba de satisfacción del individuo no es cuando se le da una cosa gratis, sino cuando se mide si la valora por encima de lo que cuesta. Servicios que parecen maravillosos cuando no suponen pagos para el individuo, se convierten en perfectamente prescindibles cuando toca soltar la pasta, aunque sea a un precio tan barato que ni siquiera cubra los recursos invertidos. Esta fue la prueba que no pudieron superar muchísimos supuestos negocios en la primera época de internet.

Y es la prueba a la que ahora se somete Spotify, y a la que tampoco han de ser ajenos servicios tan ilustres como Facebook o Twitter. También ellos se enfrentarán tarde o temprano a la maldición de validar si el servicio tan demandado por millones de clientes les es realmente útil o se queda en un mero capricho pasajero.

Qué pena que la Asamblea de Sol no pueda abolir la Ley de los Costes. Tendríamos Spotify gratis de por vida.

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