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El progre con miedo al progreso

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El pasado febrero estrenaron en España la película La Tierra Prometida producida y protagonizada por Matt Damon. La historia cuenta el trabajo de un empleado de Global (una empresa que extrae gas mediante fracking) que va pueblo a pueblo comprando terrenos. Hasta que se encuentra con un lugar diferente, en el que vive un catedrático del MIT jubilado que le estropea el discurso y donde, en torno a ese tema, se desarrolla toda la trama.

Nadie dice toda la verdad

El personaje que interpreta Matt Damon es un buen tipo, una persona sincera, que no engaña, simplemente es buen vendedor, pero es honesto, trabajador y listo. Muy bien interpretado por Damon, que con camisa de cuadros y las botas del abuelo pasa por un joven criado en ambiente rural que ha estudiado y disfruta de la actividad de la vida urbana.

Hay varias luces en la película y todo un repertorio de sombras, de aspectos sesgados, que inducen al espectador a volver al terruño y quemar las ciudades. El tema central es la mentira. El que miente es el bad guy, el que dice la verdad es el nice guy. Matt Damon se pasa media película repitiéndole a la chica que él es una buena persona. Y queda demostrado cuando se descubre que él es otro pobre infeliz engañado. Pero la realidad es que mentir, nos mienten o, en el mejor de los casos, no nos cuentan lo que no conviene. Los gobiernos, las grandes empresas, los bancos, los partidos políticos… y los propios ciudadanos, también lo hacemos.

En la película, solamente hay una parte que engaña: los malos, es decir, la empresa de fracking. Ese es el primer sesgo.

Pero pasa casi desapercibido el hecho de que la solución, el camino "correcto", consiste en seguir manteniendo una agricultura deficitaria a golpe de subvención a costa del trabajo del resto de la población, sin mirar lo que cuesta al ciudadano no agricultor ganar cada dólar. Es decir, se fomenta vivir a costa de los demás, eso sí, manteniendo la tradición del viejo granero del abuelo, las cosas de toda la vida, que despiertan los sentimientos más puros, en mí la primera, de cuidar la herencia de tus mayores, pero encierra un mensaje subliminal peligroso.

El inmovilismo y el miedo al progreso

Cuidar lo que nuestros mayores han sacado adelante no significa mantener un negocio deficitario ni una forma de vida que se extingue, a toda costa. Tenemos una responsabilidad con nuestros descendientes. Y el mismo empeño que pusieron quienes nos precedieron en dejarnos un mundo mejor es el que deberíamos poner nosotros. Porque esa es la herencia: ofrecer un mundo mejor, con más posibilidades de salir adelante de manera independiente, no mantener lo que hay sobre las espaldas de nadie.

Si nos trasladamos al origen del ferrocarril y aplicamos el mensaje de la película de Damon, seguiríamos viajando en automóvil y, si somos puristas, en diligencia. Porque ese "caballo de hierro" era peligroso. Hubo ingenieros que aseguraron que era nocivo para el viajero ir en un medio de transporte que alcanzaba tal velocidad. Por no hablar de las tierras ocupadas, las granjas desaparecidas, el cambio en el paisaje… el progreso, a fin de cuentas.

Las minas, los pozos de petróleo, las placas solares (que emplean plata y necesitan una actividad extractiva que altera el medio)… en general, todas las industrias energéticas, suponen una alteración del entorno, de la vida de quienes viven en él, es una cirugía invasiva en toda regla.

No se cuenta en la película cuáles son los beneficios para todos los ciudadanos de tener una energía limpia y barata. Solamente se exponen los riesgos. El catedrático del MIT no afirma que el fracking es como una bomba nuclear, sino que tiene problemas y que no es seguro al cien por cien. La vida tampoco lo es.

El miedo bloquea las soluciones

Pero la realidad nos muestra que no queremos vivir consumiendo menos energía. Los ciudadanos, con sus elecciones, compras, formas de vida, imponemos un consumo determinado. Esos son los datos de partida del problema. ¿Cómo se soluciona de la mejor manera posible?

Elijamos el menor de los males e invirtamos en la solución de los problemas, que sin duda, como todo avance, implica. No se avanza sobre seguro. Es ley de vida. Cada elección tiene un coste de oportunidad e implica un riesgo. Y en el caso de fracking y de las demás fuentes de energía no es diferente. Por supuesto, la magnitud del estropicio es mayor en la elección de una u otra apuesta energética que en la elección de un corte de pelo. Por eso es tan importante decir toda la verdad, sin sesgos.

Y, finalmente, parece que nadie se hace la gran pregunta: ¿a quién no le conviene que triunfe lo nuevo? A los que sacan dinero con lo viejo. En este caso, las petroleras, las empresas subvencionadas por el Estado, es decir, las renovables, y aquellas grandes empresas asociadas a los gobiernos que viven de esto. El dilema se plantea ahora por la asfixia presupuestaria que empuja a los gobiernos, al estadounidense también, a reducir la gigantesca factura energética. Se acaba el dinero, hay que despertar el ingenio, y los viejos modos han de dejar sitio a los nuevos. En este sentido, el fracking es el futuro. O volvamos al caballo.

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