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El ridículo de Theresa May

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Hay quien habla de un cierto arrepentimiento tras el brexit, un “regrexit”.

El ridículo es la seña de identidad de los líderes británicos. Jeremy Corbyn tiene un espectáculo semanal, en el que igual se sienta en el suelo en un tren que defiende la figura de Fidel Castro. Pero como los británicos (aunque por poco) no le han dado todavía el poder, sus regodeos en el ridículo no tienen mayor relevancia. Otra cuestión es lo que han protagonizado los dos últimos líderes conservadores, que para ende son los últimos primeros ministros británicos.

David Cameron se jugó la continuidad histórica de las Leyes de Unión de hace 310 años con el referéndum por la secesión de Escocia. Luego se la volvió a jugar, apostando su posición dentro del Partido Conservador a un referéndum de desvinculación de la Unión Europea que creía ganado, pero que perdió. Y lo mismo cabe decir de su sucesora, Theresa May. Gozaba de una holgada mayoría absoluta, con la que podía afrontar el delicado escollo de negociar la ruptura con la UE. Pero no era la suya. Así que convocó unas elecciones que nadie más que ella deseaba, con el absurdo argumento de que así el gobierno británico iba a acudir a la mesa de negociación con más poderes. ¿Más poder que una mayoría absoluta? No. Y, además, la ha perdido.

Corbyn ha hecho sin duda una buena campaña, centrada en la política doméstica, y mirando al Brexit por sus consecuencias en casa. May ha demostrado que es una pésima candidata. Ha ido dando bandazos. Y se ha presentado con un manifiesto estupefaciente, que entre otras cosas dice: “Debemos rechazar los modelos ideológicos que propone la izquierda socialista y la derecha libertaria, y abrazar en su lugar la visión mayoritaria (mainstream) que reconoce el bien que puede hacer el gobierno”. Una vez rotos los lazos con el thatcherismo, podría haber prometido a los británicos una lluvia de beneficios sin cuento y exenta de costes presentes o futuros, como cualquier otro líder socialista. Como Corbyn, por ejemplo. Pero dijo, por ejemplo, que las personas mayores tendrán que pagar más por su cuidado social. Ella hablaba de un gobierno “fuerte y estable” para gestionar el Brexit, y la oposición laborista le ha dado la vuelta: lo quiere para introducir más recortes. Y las encuestas le otorgaron una ventaja menguante desde los 23 puntos a los 2 justo antes de las elecciones.

Hay quien habla de un cierto arrepentimiento tras el brexit, un “regrexit”, como se llamaba a la sensación de vacío tras haber dado un paso al frente, sin tener claro si estaban ya al borde de los blancos precipicios de Dover. Pero ni se sostiene esa opinión, ni es necesaria para explicar lo ocurrido. Quienes más tendrían que salir reforzados de un regrexit son los nacionalistas escoceses. Escocia tiene un sentimiento pro europeo muy marcado, y los nacionalistas se podían sentir reforzados en su oposición al resto del país, pero han perdido nada menos que 21 escaños (mantienen 35), y los conservadores, que sólo tenían uno, ganan otros 12.

Además, el voto a favor del Brexit tenía un sentido, en parte, de rechazo a los recortes. La campaña acabó de convencer a los británicos de que ellos podían recibir más (o recortar menos) y pagar menos, si cerraban la puerta al mundo exterior. Un mensaje desideologizado, como el de May, pero que todavía apuntaba alguna reforma, era un camino hacia el fracaso. Un fracaso evidente, pues ha perdido la mayoría absoluta sin necesidad, pero también relativo. El porcentaje de voto a su partido ha aumentado (de 37 a 24 por ciento). Pero el voto a los laboristas ha aumentado casi el doble (de 31 a 40 por ciento). UKIP ha muerto de éxito. Y los Liberal Demócratas, que luchan por que el sistema electoral no les acabe expulsando, han mejorado su presencia en la Cámara de los Comunes.

Lo que nos interesa, como miembros de la Unión Europea, es qué va a pasar ahora con la negociación entre ambas partes sobre la desvinculación de Gran Bretaña. El Partido Conservador se apoyará en el báculo que le ofrecen el Partido Democrático Unionista del norte de Irlanda. Juntos superan la mitad más uno de los Comunes, y pueden conducir las negociaciones. Pero en conjunto se puede considerar una mala noticia. 

Tanto desde el punto de vista del gobierno británico como desde la Unión Europea se ha perdido algo. Pues las negociaciones entre las dos partes tendrán que ser consensuadas, también, entre el Partido Conservador y los unionistas escoceses. Eso quiere decir que todo el proceso es más costoso e incierto. Y aunque es Downing Street quien más tiene que perder, a todos nos interesan unas negociaciones sin más hipotecas políticas que las que ya tienen.

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