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El sistema anti-niños

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La conclusión sólo puede ser una: nos toman por imbéciles. Los apoltronados de la Carrera de San Jerónimo y similares se están riendo de nosotros. Vomitan leyes, reglamentos, decretos, órdenes ministeriales a tutiplén, supuestamente para protegernos y para proteger a nuestros hijos. Pero después resulta que forman un sistema que es incapaz de conseguir que Miguel Carcaño diga la verdad sobre dónde está el cuerpo de su víctima. El mismo sistema que persigue a los homeschoolers como si fueran delincuentes (sólo a algunos, que a Carmen Thyssen no le han dicho nada que yo sepa) pero que no actuó cuando en Galicia un niño faltó a clase durante dos años seguidos. Después, cuando lo encontraron descuartizado en una maleta tirada en una cuneta en Menorca, sólo se hablaba de la descerebrada de su madre. De los que tenían la responsabilidad de abrirle un expediente de absentismo escolar nadie habla.

Es el mismo sistema que consigue hacernos tragar y callar cuando la consejera de Bienestar Social de la Generalitat nos dice que “el gobierno catalán no ha cometido ningún error” en el caso del educador social que acogía a niños tutelados y que resultó ser pederasta. Quienes se encargaron de los 34 controles que tuvo que pasar se han cubierto de gloria. A lo mejor redactaron los informes sin haber pasado realmente el control. No sería la primera vez. Yo he visto informes de servicios sociales relativos a familias que educan en casa y redactados por asistentes sociales que nunca visitaron a esas familias y que nunca vieron a esos niños. Por suerte en esos casos los niños sí estaban bien atendidos, pero podría no haber sido así. Podría haber sucedido que los niños no hubieran estado bien educados, ni bien alimentados, podrían haber sido víctimas de abusos o podrían incluso haber estado muertos. Pero, mientras tanto, unos asistentes sociales firmaron un informe donde aseguraban que todo estaba bien.

Y así nos luce el pelo. Creemos que es correcto, incluso bueno, que haya un gobierno que vele por nuestros hijos. Que prohíban los refrescos gigantes, que decidan qué alimentos pueden ofrecerse en los comedores escolares, que no les dejen ver según qué películas o jugar a según qué videojuegos. Y luego pasan cosas como éstas. Como lo del pederasta de Castelldans, los veinte niños muertos en la India debido al mal estado de la comida que les dio el gobierno local, o los niños detenidos en los Estados Unidos por los actos más inocentes que uno se pueda imaginar, como eructar en clase, tirarse leche en el transcurso de una pelea, lanzar aviones de papel dentro del aula, llevar un cuchillo de plástico o dibujar a Jesús en la cruz. Eso por no hablar del secuestro legal de niños, algo que está a la orden del día en países como Suecia, donde el sacrosanto Estado del Bienestar ha cruzado todos los límites de lo humanamente aceptable.

El riesgo cero no existe, por supuesto. Puede haber accidentes y descuidos imperdonables con consecuencias terribles. Como los niños ahogados por falta de una adecuada vigilancia y de una adecuada formación. Nueve en once días en lo que va de verano es una cifra excesiva que debería haber hecho saltar alguna alarma, pero no. O como los niños que fallecen asfixiados tras ser incomprensiblemente olvidados dentro del coche. También hay mujeres dementes que paren a sus hijos y acto seguido los echan por el desagüe o los meten en el congelador. “No tenía dinero para abortar”, dijo una. Bien, alguien debería haberle contado que existe algo llamado “adopción”.

Me pregunto qué futuro tiene una sociedad tan enferma en la que unos observan pasivamente estas atrocidades como quien ve una película de superhéroes en la tele, con la convicción de que nada tiene que ver con sus propias vidas, mientras otros prefieren ni mirar porque ojos que no ven, corazón que no siente. Nos toman por imbéciles y puede que lo seamos.

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