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El verdadero país del Quijote

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No sé si es porque llevo desde la mitad de agosto yendo semanalmente a ver a Rafael Álvarez “El Brujo” representando sus cosas: Juanito, Julieta, Rosalinda, Francisco, Jesús… y me he dejado seducir por ese torrente de la tremenda realidad histórica que es siempre el teatro, ese reflejo que el Brujo nos devuelve de nuestra propia grandeza y miseria humanas. Con un 21% de I.V.A. y sin la mitificación del cine, ahí, a pelo. Y me queda de nuevo Juanito (solamente los que hayan ido a ver La luz oscura de la fe saben de quién hablo) donde nombra las andanzas del Quijote. Porque yo soy de esas que cuando algo me gusta, me embadurno. Y son varias las representaciones de Rafael a las que he ido dos veces por puro disfrute.

No sé si es por la conversación con un amigo que está en tránsito interno, como yo. Mi amigo, decepcionado, cansado de luchar contra esos locos que tienen un tesón a prueba de bomba, y acaban aburriendo a las ovejas con sus ataques zafios, personales, irracionales, errados, populistas y muy dañinos, necesita un descanso.

No sé si será porque mi amigo Giancarlo Ibarguen admira a Alonso Quijano, el hombre y al Quijote, el mito, el ejemplo, el botón de muestra de un talante sin molde, irrepetible. Y Giancarlo pone frases, referencias en Facebook, de manera que le sigo la pista, compartimos sentimientos y añoranza de ese espíritu quijotesco, él en Guatemala y yo en Madrid. Benditas redes.

La realidad de Alonso Quijano es nuestra España

Lo cierto es que hace días no paro de darle vueltas a la idea de que tenemos lo que merecemos. Somos esa sociedad que se reía de Alonso cuando iba por tierras manchegas, por Sierra Morena, por Zaragoza y le seguía la corriente para que permaneciera en sus alucinaciones, aunque el hombre sufriera. ¡Qué crueles!

Somos los mismos que lloramos y le compadecimos cuando en su lecho de muerte desmentía el espíritu de las novelas de caballería. Somos los extras en la vida del Quijote que no le entendimos jamás y le tratamos de loco.

Los mismos que nos sentimos hoy en día tan orgullosos de ser de la tierra del Quijote, los que hemos montado una parafernalia increíble vendiendo souvenirs, ganando dinero a cuenta del mito que no leemos, excepto si es un requerimiento del programa exigido por el Acuerdo de Bolonia y así lo prescribe la ley. Es decir, lo leemos por fuerza y sin amor.

No somos Quijotes o Sanchos. Somos los demás, la figuración. Así de triste es la cosa. Por eso nos venden cualquier burra, nos cuelan cualquier opción, nos identificamos con todo tipo de modas, opiniones, si son de fuera mejor, mientras despreciamos tradiciones sin siquiera reconocerlas porque no nos han enseñado cuáles son.

Tradición no es solamente el Toro de la Vega o hacer el cocido con la receta de la abuela. Amar la tradición no es irse de turismo rural, o tener un mini huerto urbano. No es una costumbre. Es otra cosa mucho más complicada que de niño se aprende a respetar, se ama porque te hace ser quien eres y no se ignora, al revés, se mantiene con respeto. Aunque tú sigas tu vida con tus normas del siglo XXI. 

Por eso no respetamos al Quijote. Ni le entendemos. Por eso somos figurantes de nuestra sociedad. Y por eso tenemos lo que nos merecemos.

Tenemos el Podemos que nos merecemos

Me refiero a ese Podemos que abarca y pretende representar el hastío de la manera más cutre, burda y de patio de vecinos que uno imagine. Tenemos partidos sin un proyecto real que ofrecer a los ciudadanos, más allá de la siguiente votación. Tenemos un socialismo que te mira a la cara y te suelta “Si me votas bajo los impuestos” aunque en su ideario primigenio las cosas sean de diferente manera. Tenemos una derecha que quiere ser progre, unos libertarios que quieren un Estado fuerte frente al extranjero y unos defensores de la libertad de expresión que redefinen el honor, la dignidad y lo que haga falta para poder censurar al que tiene una opinión diferente y convence más que él.

Y en medio, me encuentro con gente que no para de alardear de su preparación, gente muy leída, que proclama que va a votar a Podemos y su lenguaje no verbal te cuenta que quieren seguir siendo los “enfant terrible” de la clase, que no han terminado de crecer y que votar la rebeldía pautada es para ellos muy auténtico.

Con todo lo que ya sabemos de Monedero e Iglesias (qué apellidos tan paradójicos para la opción que representan), votar a Podemos como signo de rebeldía es, recordando lo que decía Rafael Álvarez acerca de los homenajes al Quijote, como tallar una imagen de Alonso Quijano con su Sancho y su Rocinante en la cabeza de un alfiler. Una proeza. Pero de leer el Quijote nada.

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