Skip to content

Estilo Morales

Publicado en Libertad Digital

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

Evo desvalija empresas extranjeras con un jersey de lana gorda y los políticos europeos desangran nuestros monederos pertrechados con traje y corbata. Evo es un ratero megalómano; nuestros políticos, unas sanguijuelas cojoneras.

La última ocurrencia de los zascandiles bruselenses consiste en gravar con un nuevo impuesto los mensajes a móviles y los correos electrónicos. La UE siempre está a la vanguardia del progreso técnico cuando se trata de vaciarnos la cuenta corriente; cualquier caladero de nuevos euros recibe su obsesiva atención.

Y, cómo no, la propuesta nace de un francés, Alain Lamassoure, usurero mayor del republicanísimo reino uropeo. En opinión de este brillante asalariado-a-nuestras-costillas,

"los intercambios entre países se han disparado, luego todo el mundo ha de comprender que el dinero para financiar la UE debería venir de los beneficios engendrados por la propia Unión".

Entiendo que al chiraquín le cueste diferenciar entre libertad y servidumbre, por algo sigue siendo político sin que las entrañas y la conciencia se le hayan escapado por patas. Ahora bien, me gustaría creer que semejantes chupitos de sentido común no van a sumir a nadie en una descamisada embriaguez socialista, aun cuando muchos serviles crédulos decidan inyectárselos en vena.

Imagine que un grupo de bandoleros le secuestra y le encierra en un cuarto oscuro. Al cabo de unos meses deciden liberarle, de modo que usted reanuda su vida, se pone a trabajar y a ganar dinero. ¿Tendría algún sentido que sus antiguos secuestradores le requirieran una parte de su salario aduciendo que usted está obteniendo ingresos gracias a que hace dos meses decidieron liberarlo?

La pifia argumental es similar a la del euroladrón. Los intercambios entre países se han disparado porque los estados europeos han reducido las barreras existentes entre ellos, favoreciendo de este modo la interrelación de los ciudadanos. El mérito lo tienen los individuos, y los empresarios que crean los medios para que esa interrelación sea posible; la Unión Europea sólo contribuye a ello de la misma manera en que un asesino en serie contribuye a nuestra salud si decide indultarnos.

Además, la extraordinaria prodigalidad paneuropea que muestra Lamassoure con el dinero ajeno sirve perfectamente para ilustrar el origen y el destino de esa colusión de mafiosos sinvergüenzas que se llama Unión Europea: el control de la sociedad.

Todavía hay quien piensa que el origen del euroburocratismo tiene algo que ver con la búsqueda de la fraternidad y la libertad entre sus ciudadanos, pero lo cierto es que la Unión Europea supone una vía no militar de alcanzar el objetivo que Napoleón, Hitler o Stalin ya acariciaran: regir a todos los europeos a través de un solo Estado.

En la práctica, nuestros padres fundadores, a diferencia de los estadounidenses, no pretendieron librarnos de la tiranía, sino armonizarla. Los dirigentes franceses y alemanes renunciaron a conquistar por las armas a sus vecinos y decidieron someterlos mediante la firma de unos tratados con vocación imperialista. Sólo tuvieron que repartirse la tarta del control político para tranquilizar sus ansias expansionistas: si los monarcas absolutistas unían sus dominios a través del matrimonio, los monarcas democratistas del presente los fusionan mediante contubernios pseudoconstitucionales.

No es de extrañar, por tanto, que el destino de este desaguisado estatista sea un crecimiento sostenido de la burocracia a costa de los europeos. Si Lamassoure asegura que el nuevo impuesto sobre los e-mails y los SMS es imprescindible para sostener la Unión Europea, ¿hemos de entender que el armatoste francoalemán está a punto de derrumbarse por insuficiencia de fondos? Supongo que de ser así todos los eurociudadanos deberíamos hacer un euroesfuerzo para evitar que los europarlamentarios, eurofuncionarios y eurochorizos, entre viajes en primera clase a Bruselas y Estrasburgo, tuvieran algo más que langosta y caviar para echarse a la boca.

Pero me temo que el nuevo impuesto no va destinado a financiar la UE tal y como la conocemos en la actualidad, sino a expandir sus programas, competencias, regalos, subvenciones y suculentos salarios. Vamos, los eurócratas exigen más impuestos para incrementar sus despilfarros y remuneraciones. Algunos nunca se dan por satisfechos, sobre todo cuando paga el vecino.

Eso sí, para Lamassoure no tenemos de qué preocuparnos, pues el nuevo impuesto es muy reducido; no es mucho –dicen–, pero, dados los miles de millones de transacciones que se efectúan cada día, podría ayudar a aumentar los ingresos.

Tras ciertas alocuciones sólo queda levantar el acta de defunción de la inteligencia. Si el impuesto no es muy gravoso, entonces los ingresos no serán muy elevados, a menos que los políticos hayan descubierto cómo multiplicar los panes y los peces partiendo de una pequeña suma de dinero. Si los ingresos son elevados, entonces el impuesto sí será gravoso. El Estado no tiene recursos propios, todo procede del expolio a la sociedad; aquél no puede ganar mucho sin que la ésta pierda más.

No debemos pensar sólo en el perjuicio económico que generaría la medida; para recaudar el impuesto será necesario controlar cuántos correos electrónicos y SMS enviamos, lo cual abre las puertas a conocer a quién se los enviamos y qué contienen.

El "proceso de construcción europeo" no es más que nuestra particular revolución bolivariana. Más lenta, pero más firme y segura. La dictadura explícita pasó de moda entre los europeos tras la II Guerra Mundial; ahora se conforman con un despotismo iletrado en forma de parlamentos. Pero no les preguntemos por la libertad: la mayoría ya ha perdido la costumbre. Entre cadenas e impuestos se vive mejor.

Más artículos

Sobre la expansión crediticia conjunta

Una de las críticas al argumento de la expansión crediticia simultánea es que, eventualmente, los medios fiduciarios emitidos en exceso acabarían siendo devueltos al banco (reflujo) mediante el mecanismo de las cámaras de compensación.