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‘Fake news’ sobre el fin del mundo

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El principal problema es que la gestión pública no ha logrado superar el problema causado por la gestión de bienes comunales.

La maquinaria de los medios de comunicación vomita, acrítica, ciega, los contenidos que otros elaboran con tal propósito. Todo el que tiene algo que contar, lo vuelca sobre la lanzadera de los medios para ver si su mensaje en una botella va a algún lado. La labor de los medios debería ser la de examinar con guantes (para no mancharse), y con el ánimo empapado en sospecha, todos los mensajes que les llegan. Los mensajes empaquetados, elaborados por una organización, tienen que ser deconstruidos, sus elementos examinados, y engarzados luego en un relato junto con otros elementos sacados de la realidad. ¿Hacer periodismo, oigo entre ustedes? Sí, eso.

No es que no se haga, pero no se hace siempre. Y no se hace, especialmente, cuando los mensajes encajan a la perfección en la ideología dominante. Es lo que ha ocurrido con los quince millares largos de científicos que han firmado un manifiesto político revestido de advertencia científica.

Sus redactores hacen suyo el mensaje de 1992 de la organización de compañeros de viaje Union of Concerned Scientists (que podríamos traducir libremente como Científicos Con Compromiso Político, CCCP), y lo repiten acríticamente. Lo importante del mismo no son los cuatro datos que lo acompañan, sino los mensajes estrictamente políticos, y sobre los que cualquier persona con una actitud científica, o al menos crítica, rechazaría de plano. Y demuestra una falta absoluta de honradez intelectual arrogarse el prestigio que la ciencia se ha ganado en su propio terreno para cubrir con ella un mensaje político, y por tanto extraño al mundo científico. Sólo eso debería poner en guardia a cualquier lector crítico; incluso a un periodista.

Ya que los redactores de esta “alerta” se retrotraen al mensaje de 1992, vamos a hacerlo nosotros mismos para ver qué ha pasado con las advertencias de entonces. Según los CCCP, uno de los principales problemas de nuestra Tierra es el agujero de ozono, que para eso es el primero que citan. Pero según acaba de informar la NASAse ha reducido hasta niveles no vistos desde 1988. Otro problema de ida y vuelta a la atmósfera es la polución. Sigue siendo grave, pero en estas dos décadas y media en la que los CCCP no han logrado detener el capitalismo, éste ha reducido la polución de forma espectacular en los países desarrollados. Por ejemplo, en los Estados Unidos, de 1990 a 2016, la concentración de monóxido de carbono ha descendido en un 77 por ciento, la de dióxido de nitrógeno un 56, el dióxido de sulfuro un 85 y la concentración de plomo, un 99 por ciento.

¿Qué habrá pasado en estos años con el agua? ¿Habremos acabado con la producción de comida? ¿Habremos ampliado las sequías tal como preveían? Según los datos del Banco Mundial, el porcentaje de la población con acceso al agua ha pasado del 77,4 por ciento en 1992 al 91 por ciento en 2015, último año para el que hay datos. Todos los años, ese porcentaje crece.

La alimentación ha mejorado en todo el mundo. En África, por ejemplo, el consumo medio de kilocalorías por persona era en 1992 de 2.320, y en 2013 2.624, según los datos de la FAO recopilados por Max Roser. En Asia la evolución ha sido igual (de 2.433 cuando los preocupados firmaron esta advertencia a 2.779), y lo mismo se puede decir de América del Sur. El problema en los países desarrollados no es la falta sino el exceso de calorías. La FAO certifica que en 1992 el 18,5 por ciento de la población mundial estaba alimentada pobremente, y en 2015, con una población mayor, era el 10,8 por ciento. Y no es casualidad. En la medida en que hemos ignorado a estos agoreros, la economía libre ha incrementado la productividad del campo, y es capaz de sostener a una mayor población,con menos superficie cultivada.

Es cierto que los océanos están sometidos a una gran presión de explotación. Y de hecho su producción se ha estancado desde entonces. El principal problema es que la gestión pública no ha logrado superar el problema causado por la gestión de bienes comunales. Con lo que no contaron estos científicos es con el ingenio de los empresarios, que han creado toda una industria llamada acuicultura. En 2000 se produjeron en el mundo 32,4 millones de toneladas de pescado, y en 2015 eran ya 76,6.

Las noticias no son buenas en superficie forestal, ya que desde 1990 ha seguido reduciéndose, y hemos pasado de 4,13 miles de millones de hectáreas a 4.000 millones. La única buena noticia es que, según el informe de la FAO “la tasa neta de pérdida de superficie forestal se ha reducido en más de la mitad entre el período 1990-2000 y 2010-2015”, tanto porque se reduce la pérdida de superficie forestal como porque aumenta el ritmo de recuperación allí donde se produce. Las pérdidas son, prácticamente todas, en zonas tropicales. La deforestación del bosque templado ha desaparecido y, en Europa, por ejemplo, se recupera apreciablemente. No hay un buen indicador de biodiversidad, pero lo que tenemos sugiere que la situación puede haber empeorado desde entonces.

Los CCCP, como los quince mil que firman la actual advertencia, decían que el problema era la población. El documento emitido el día 13 es más preciso; dice que tenemos que “limitar nuestra propia reproducción, hasta un nivel de mantenimiento de la población como mucho”. Y a ello tenemos que sumar una disminución per capita de nuestro nivel de consumo. Con el ardiente deseo de que cumplan ellos lo que exigen para los demás, me permito decir al menos tres cosas. Una, que afortunadamente la gente hace lo que quiere sin tenerles a ellos en cuenta. Dos, que es falso que una mayor población lleve al agotamiento de los recursos. Tres, que la realidad desmiente inmisericorde a estos malthuianos predicadores del speaker’s corner pero que no hay dosis suficiente de descrédito que les haga cambiar de opinión. Hoy hay más de 2.000 millones de personas más en la tierra que cuando escribieron su apocalipsis (sí, revelación), y la situación es, en conjunto, mejor.

Hemos librado por vez primera vez a la inmensa mayoría de la población del trabajo en el campo, que es hoy menos duro que lo que ha sido hasta los últimos minutos de nuestra historia. Hemos pasado de forma masiva a esa población arrancada del campo por el sistema educativo, y con menos trabas de las que los CCCP hubieran querido, les hemos permitido trabajar, crear empresas, desarrollar su ingenio, y compartirlo todo por medio del libre mercado. Y el resultado es que cada vez somos más ricos y, por tanto, podemos dedicar más recursos a cuidar del medio ambiente.

Y tiene que ser así. Porque el último recurso, el que compensará nuestro descuido y nuestro desprecio, nuestros errores y nuestros desmanes, es el ingenio. Y ese no se agotará nunca.

 

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