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Greenpeace y el arroz dorado: ¿un genocidio silencioso?

Publicado en Libertad Digital

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La Hacienda española no es eficiente. O eso parece. Al menos no tanto como las agencias tributarias de los países de nuestro entorno. Al contribuyente hispano, tras todas las subidas de impuestos de los últimos años, esto le sonará a chino. Pero los datos de Eurostat publicados el lunes parecen concluyentes. La recaudación sobre el PIB en 2012 llegó al 54,4% en Finlandia, al 51,8% en Francia o al 51% en Bélgica. En España, se quedó en el 37,1%

El panorama que se dibuja es desolador. Por un lado, los tipos en España están entre los más elevados de la UE tanto en IRPFIVA y Sociedades. Pero esta voracidad recaudatoria ni siquiera sirve para que el Estado recaude mucho, como podría parecer lógico.

Estas cifras han servido de excusa para los políticos de todos los partidos. Desde que comenzó la crisis, cada vez que un ministro de Hacienda ha tenido que subir los impuestos (y los han subido todos), ha tirado de esta estadística. Cristóbal Montoro llegó a hablar de un nivel de presión fiscal "absurdo". De esta manera, se ha extendido el mantra de que España tiene un problema de ingresos y no de gasto. Esta semana, tras la publicación los datos de Eurostat, ha vuelto a sonar esta cantinela: lo que habría que hacer es recaudar más.

Gasto pre-crisis

Sin embargo, lo primero que hay que recordar que el gasto público es superior en estos momentos al que había cuando comenzó la crisis. Como explicaba hace unos meses Manuel Llamas en Libre Mercado: "A pesar de los recortes, centrados en la inversión, el sector público sigue gastando casi 4.000 millones más que en 2008 y hasta 40.000 millones extra si se compara con 2007, en pleno auge inmobiliario. Asimismo, en términos reales (descontando la inflación), el gasto total sigue superando los niveles de 2006, en la cima de la burbuja, y aún excluyendo los intereses de la deuda, el gasto registrado en 2012 seguiría superando el de 2006 en términos reales".

Además, si queremos comparar a España con el resto de países de la UE, no sólo hay que mirar la recaudación (presión fiscal), sino también el gasto financiado con déficit. Nuestro país ha tenido un déficit público superior al 9% del PIB los últimos cuatro ejercicios. Y el crédito del que ahora se tira habrá que pagarlo en algún momento, con más impuestos, en cuanto la recuperación lo permita mínimamente (casi podría hablarse de una presión fiscal implícita que todos los contribuyentes españoles tenemos por delante).

Por último, hay que recordar que al final los ingresos públicos no dependen sólo de lo que uno haga, sino también de variables externas, sobre las que no tiene pleno control, como el crecimiento económico y la generación de riqueza. A cambio, los gastos sí se deciden en los Presupuestos de cada año.

Imaginemos un trabajador que cobra 2.000 euros y gasta 1.900 al mes; un día es despedido y se queda en el paro con una prestación de 1.000 euros y hace algunos ajustes para gastar sólo 1.500. Pues bien, podrá decir que su problema es de ingresos, pero mientras no consiga otro empleo, le iría bien recortar incluso más sus gastos, que es algo que sólo depende de él. Los gobiernos españoles no han sido ni mucho menos tan austeros como el ciudadano de este ejemplo (no han bajado su gasto), pero su argumentación cuando presentan las cifras de déficit sí es parecida.

¿Por qué?

En cualquier caso, sigue abierta la pregunta de por qué España no recauda tanto como otros países. Es evidente que no es por tener impuestos bajos, a pesar de que ésta pueda parecer la respuesta lógica. Como ya hemos apuntado, los tipos generales de IRPF, Sociedades o IVA están en la banda alta (cuando no en el top) de entre los vigentes en el resto de la UE.

Algunos expertos señalan al diseño del sistema. Los tributos españoles son muy elevados, pero también incluyen agujeros que permiten que ciertos contribuyentes no paguen los tipos generales. Son bonificaciones, exenciones,… Así, quizás el Estado podría recaudar más con tipos más bajos (con lo que eso tendría de positivo para la inversión y el empleo). Sólo habría que rediseñar el sistema. De hecho, se supone que esto es parte del encargo que el Gobierno le ha hecho al grupo de expertos encargados de hacer un informe sobre la reformas fiscal.

Eso sí, hay que tener mucho cuidado con esta argumentación, porque ha sido utilizada con frecuencia por los políticos para justificar subidas encubiertas de impuestos. Se quitan todas las bonificaciones o exenciones o ventajas, pero no se tocan los tipos: es decir, se incrementa la presión fiscal sirviéndose de esta excusa.

Por otro lado, una buena reforma fiscal podría tener efectos benéficos para toda la economía. Bajar los tipos a cambio de quitar deducciones puede parecer un juego de suma cero para las arcas del Estado. Lo que se gana de un lado se pierde por el otro. Pero no es así. Un diseño correcto podría estimular por sí mismo la actividad económica, lo que llevaría a un aumento de la recaudación sin subir los impuestos.

Un efecto ‘natural’

Pero queda una cuestión en la que nadie parece reparar. Decir que España recauda poco es parecido a decir que Venezuela recauda poco. Puede ser, pero eso no es debido a que los impuestos sean bajos (que no lo son), sino a que no se genera actividad. Vamos, que no hay riqueza que tasar. Puedes subir los tributos un 90% y eso no sólo no aumentará la recaudación, sino que posiblemente la disminuirá.

No se dice mucho, pero la manera más natural de subir los ingresos de Hacienda es incrementar los ingresos de los españoles.

Imaginemos que mañana todos doblásemos nuestra productividad y, por consiguiente, pactásemos una subida de sueldo con nuestra empresa para cobrar el doble. Nuestra factura con la AEAT por IRPF subiría de inmediato. No sólo porque ganamos más dinero, sino porque pasaríamos a estar en los escalones más altos del tributo. Por ejemplo, tomemos un impuesto sobre la renta con dos tramos. Se paga el 20% hasta 25.000 euros y el 40% de esa cantidad a los 50.000. Alguien que gana esos 25.000 euros apoquina 5.000 euros; si le doblan el salario, la factura fiscal pasa a ser de 15.000 euros (el triple).

Pues bien, algo parecido podría pasar en España si buena parte de los seis millones de parados encontrasen un empleo o si subiesen los sueldos por incrementos en la productividad. Es un camino más complicado que simplemente subir los tributos; lleva más tiempo y probablemente exija reformas de más calado que las aprobadas hasta ahora.

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