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Hijos de un dios salvaje

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En el año 2011 se estrenaba una película dirigida por Roman Polanski y basada en una novela de la escritora francesa Yasmina Reza que, en España, se tituló exactamente igual que este artículo.

Dos niños se peleaban en el colegio y sus padres quedaban para solucionar el tema. Pero el tema acababa como el rosario de la aurora. La historia mostraba hasta qué punto, en ocasiones, el ego desmedido de los padres puede perjudicar a los hijos. Nosotros estamos viviendo cómo afecta la invasión desmedida del Estado, nuevo "padre" de nuestros hijos sobre la principal institución de nuestra sociedad: la familia.

En pleno siglo XXI 

Aunque parezca exagerado el párrafo inicial, resulta que se están dando casos que a muchos nos dejan boquiabiertos. Y no se trata precisamente de países tercermundistas dominados por tiranos, sino dos de los, supuestamente, líderes de nuestra época: Alemania, el líder europeo y, Estados Unidos, el líder mundial.

El primer caso fue denunciado por la cadena de televisión Fox. Justine, diagnosticada de una enfermedad mitocondrial de origen genético de niña, lleva una vida normal, hasta que, con quince años, aflora su mal y sus padres la llevan al médico. El equipo que la trata la medica y gracias a los cuidados de la familia, puede llevar una vida feliz. Pero al cabo de un tiempo aquejada de gripe acude al Boston Children’s Hospital donde un equipo diferente desmiente el diagnóstico de la enfermedad mitocondrial y emite un nuevo diagnóstico, una enfermedad mental. Pero los padres no se fían de este nuevo diagnóstico y lo cuestionan. Entonces, el equipo médico nuevo denuncia a los padres por sobremedicar a Justine, dado que para ellos no existe la enfermedad mitocondrial, y le retiran la custodia a los padres. Justine es ingresada en una institución mental, no le administran medicación para su enfermedad y el caso está en manos de los tribunales de Connecticut. El antiguo equipo médico, psicólogos, abogados… todos han tenido que acudir a los tribunales para asegurar que los padres de Justine son unos padres entregados y amorosos, la hermana y el padre han aparecido en programas de televisión reclamando al estado que le devuelvan a su hija, realmente secuestrada por las autoridades.

El segundo caso es mucho más habitual. Se trata de una familia alemana en la que los padres decidieron educar a sus hijos en casa, era una familia de homeschoolers. Pero no es una opción admitida en este país. El pasado agosto tras un proceso judicial los padres, se sentenció que la conducta de estos padres que se negaban a llevar a sus hijos a la escuela pública era ilegal.

En septiembre, sin previo aviso, una veintena de asistentes sociales y policías rodeaba la casa familiar del pueblo de Darmstad y se llevaba a los niños. Un policía le daba un codazo a la madre cuando intentaba besar a uno de los hijos. La hija mayor de catorce años fue llevada a la fuerza, y los padres se vieron tratados como delincuentes. En octubre, tras el compromiso de los padres de acatar la sentencia judicial, devolvieron a los niños a su hogar, pero manteniendo la custodia estatal. La familia solicitó que se le devolvieran la custodia y los pasaportes a los hijos, que están aún retenidos, para poder irse a vivir a un lugar más libre. Pero les fueron denegadas ambas peticiones.

¿Cómo hemos llegado a esto?

¿Qué razones poderosas llevan a estados como el estadounidense y el alemán a gastar recursos de los ciudadanos en arrebatar a niños de sus hogares? Aunque se pueda argumentar que son dos casos aislados, son muy graves, son dos familias amorosas, no estamos ante padres alcohólicos, abusadores, maltratadores, sin recursos… Son familias como la suya o la mía. ¿No hay en las dos democracias más relumbrantes del soberbio Occidente mecanismos que eviten estos atropellos?

Por increíble que parezca, cuando salen a la luz estas noticias hay muchas personas de bien que arremeten contra mi indignación porque creen sinceramente que el Estado protege mejor a los niños que los propios padres. La educación en casa, aún, a pesar de los esfuerzos de madres escritoras como Laura Mascaró, por ejemplo, por explicar que los padres homeschoolers no celebran ritos satánicos ni obligan a comer gusanos a sus hijos, sino que crecen en contacto con otros niños y son tan "normales" como los demás, es objeto de enormes tabúes que frenan su desarrollo.

Los argumentos simplistas contra el homeschooling que, como diría Carlos Rodriguez Braun, generalizan los casos marginales, pavimentan el camino que hemos recorrido hasta llegar donde estamos. Tal vez leer más sobre el tema ayudaría. Y que estos casos fueran portada de noticieros y periódicos, también.

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