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Historia de una entrevista

Publicado en Libertad Digital

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El siguiente paso del control dictatorial de la extrema izquierda sobre nuestra sociedad es dictar qué podamos y qué no podemos decir.

No es habitual que una entrevista televisiva de media hora a un psicólogo con motivo del lanzamiento de su segundo libro –y el primero destinado a, digamos, cierto consumo masivo– sea vista cuatro millones de veces en YouTube en apenas diez días. Pero el entrevistado era Jordan Peterson, uno de mis dos canadienses preferidos. Saltó a la fama desde una relativa oscuridad académica a finales de 2016 cuando publicó tres vídeos en YouTube denunciando un proyecto de ley, que se aprobó finalmente al verano siguiente, que instauraba una suerte de inquisición LGTB que permitía sancionar a quien no utilizara los pronombres que le dictara su interlocutor, porque los activistas se han inventado anteayer términos como zezhir y cosas así para sustituir al he (él) y she (ella) en caso de que la persona a la que se refieren sea transexual, de género fluido o perteneciente a alguno de los colectivos que forman parte de esa ensalada de siglas en perpetuo crecimiento. Pero su fama no ha dejado de crecer, por sus lecciones propugnando el valor de la verdad y la responsabilidad y porque conoce e investiga las diferencias psicológicas entre hombres y mujeres, asunto incorrecto donde los haya.

Por su parte, la entrevistadora es la clásica progre incapaz de imaginar que alguien que no está de acuerdo con los dogmas de lo políticamente correcto pueda ser algo menos que un monstruo descerebrado, de modo que a cada argumento que daba Peterson sólo era capaz de responder tergiversándolo y convirtiéndolo en una caricatura. Pero como el entrevistado fue capaz de contrarrestar esta táctica con habilidad, conocimientos, inteligencia, tranquilidad y cortesía todo el mundo ha podido ver que la verdadera caricatura era Cathy Newman: caricatura de lo que se supone que debería ser un verdadero periodista, alguien que busca la verdad, no confirmar los prejuicios que trae de casa. Esto es quizá el mejor ejemplo, por corto y claro, de la docena larga que podemos encontrar en la entrevista:

–Peterson: Existe esa idea de que las estructuras jerárquicas son una construcción sociológica del patriarcado occidental. Y es increíblemente falso. Uso la langosta como ejemplo: nos separamos evolutivamente de las langostas hace más o menos 350 millones de años. Y las langostas existen en jerarquías. Tienen un sistema nervioso adaptado a la jerarquía. Y ese sistema nervioso funciona con serotonina como el nuestro. Son tan parecidos los sistemas nerviosos de las langostas y los humanos que los antidepresivos funcionan en las langostas. Y es parte de mi intento de demostrar que la idea de jerarquía no tiene absolutamente nada que ver con construcciones sociológicas.

–Newman: Permítame aclarar esto. ¿Está diciendo que deberíamos organizar nuestras sociedades del mismo modo que las langostas?

No, claro que no está diciendo que deberíamos vivir en el fondo del mar como Bob Esponja.

–Peterson: Estoy diciendo que es inevitable que haya cierta continuidad en el modo en que animales y seres humanos organizan sus estructuras. Es absolutamente inevitable y hay más de 300 millones de años de evolución detrás. Es tanto tiempo que ni siquiera había árboles entonces. Tienes un mecanismo en tu cerebro que funciona con serotonina muy similar al de las langostas que evalúa tu estatus, y cuanto más alto es, mejor reguladas estarán tus emociones. A medida que tus niveles de serotonina aumentan, sientes más emociones positivas y menos emociones negativas.

–Newman: Así que estás diciendo que, al igual que las langostas, estamos fabricados como hombres y mujeres para hacer ciertas cosas, para seguir ciertas líneas, y no hay nada que podamos hacer al respecto.

¿No hay nada que podamos hacer al respecto? ¿De dónde saca esa conclusión? Ciertamente, no de Peterson, a quien se la atribuye. Y así transcurrió la media hora entera, con el psicólogo intentando aportar datos soportados por estudios, información útil y realista y la entrevistadora caricaturizándolo porque no puede rebatir lo que dice y no puede aceptarlo tampoco porque va en contra de todas las estupideces que lleva creyendo toda su vida adulta. Y cuando la realidad y nuestra percepción entran en conflicto, entramos en disonancia cognitiva, que solemos resolver negando la realidad para meterla a martillazos en nuestro sistema de creencias y valores. Es fascinante verlo una y otra vez durante media hora, especialmente el fragmento que seguramente ha sido el responsable de que tantos millones de personas hayan visto la entrevista completa, cerca del final:

–Newman: ¿Por qué tu libertad de expresión debe prevalecer sobre el derecho de un transexual a no sentirse ofendido?

–Peterson: Porque para poder pensar tienes que arriesgarte a ser ofensivo. Es decir, fíjate en la conversación que estamos teniendo ahora mismo. Sin duda te estás arriesgando a ofenderme en busca de la verdad, ¿por qué deberías tener el derecho a hacerlo? Está siendo bastante incómodo.

–Newman: Bueno, me alegro de haberte puesto en esa situación.

–Peterson: Pero entiendes a dónde quiero llegar. Estás escarbando un poco para ver qué demonios está pasando y es lo que debes hacer, pero estás usando tu libertad de expresión arriesgándose a ofenderme y está bien. Más poder para ti en lo que a mí respecta.

–Newman: Así que no te has sentado ahí y… lo siento, estoy intentando… es decir…

–Peterson: ¡Ja! ¡Te pillé!

La dictadura de lo políticamente correcto ha llegado hasta el punto de que una periodista, ¡una periodista!, cree sinceramente que el derecho de alguien a no sentirse ofendido debe prevalecer sobre la herramienta de trabajo que le permite ejercer su profesión. El epílogo, por previsible, no deja de ser triste. En lugar de aceptar lo que todo el mundo que quiso verlo ha visto, tanto la cadena como Newman han usado las críticas y las burlas que ha recibido tras la entrevista para interpretarlas como supuestas «amenazas» –que, les adelanto ya, prácticamente no existen– para justiciar que hayan llamado a «expertos en seguridad» para evaluarlas. Y la noticia para la prensa biempensante ha dejado de ser su ridículo histórico, sino unas supuestas amenazas misóginas que no se han producido, y de las que no nos han dado ningún ejemplo.

Peterson declaró en su día que si es multado por negarse a usar el lenguaje que la ley le obliga a utilizar se negará a pagar, y que si es encarcelado por ello hará huelga de hambre. El control del lenguaje es el primer paso del totalitarismo y cree que es su responsabilidad resistirse a él. Como liberal experto en historia del comunismo y nazismo y autor de un libro que explica la psicología detrás de las monstruosidades de los totalitarios, sabe bien de lo que habla y está dispuesto a luchar por lo que cree. Como hizo mi otro canadiense predilecto, Mark Steyn, que luchó contra las monstruosas «comisiones de derechos humanos» de Canadá, en su caso por su derecho a decir la verdad sobre el islamismo, y lleva años enfangado en juicios por su derecho a expresar su opinión (negativa, claro) de uno de los grandes popes del calentamiento global. El siguiente paso del control dictatorial de la extrema izquierda sobre nuestra sociedad es dictar qué podamos y qué no podemos decir, tachando de «delito de odio» en un primer lugar las cosas más extremas, los nazis de verdad, aunque naturalmente sólo de un lado del espectro ideológico. Pero, conseguido eso, lo siguiente es estrechar el cerco cada vez más, de modo que sea ilegal hablar de lo que no quieren que se hable y, por lo tanto, pensar. Podemos ha llevado ya al Congreso una monstruosa y liberticida norma por la que quiere implantar una inquisición que queme libros y multe a quien decida una comisión de activistas LGTB. Y los únicos que han levantado la voz han sido los católicos. Qué vergüenza damos los liberales a veces.

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