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La banca privada está encamada con el banco central

Publicado en El Confidencial

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Las mayores entidades del país acceden mucho antes que el resto de inversores al contenido de la política monetaria del banco central.

Los bancos centrales son organismos estatales dirigidos a privilegiar a los bancos privados: y es que, a diferencia de lo que sucede con el resto de agentes económicos, las entidades financieras pueden acceder al crédito barato de la banca central siempre que lo requieran. Merced a ello, esas entidades financieras privadas pueden gestionar su balance de un modo harto imprudente: se endeudan masivamente a corto plazo (abonando bajos o nulos tipos de interés a sus acreedores) y prestan generalmente a largo plazo (cobrando altos tipos de interés a sus deudores). Si, pese a semejante deterioro de su liquidez, no caen inmediatamente en una suspensión de pagos es porque el banco central está dándoles un respaldo que niega al resto de agentes (salvo acaso a los gobiernos).

¿Por qué la banca central proporciona semejante prebenda a los bancos privados? De acuerdo con algunos relatos conspiranoicos, porque los bancos privados son los accionistas de la banca central y, por tanto, esta se somete a sus intereses. Sin embargo, la realidad es que el Banco Central Europeo es propiedad de los distintos estados europeos y, a su vez, la Reserva Federal está a todos los efectos controlada por la Administración pública estadounidense. La explicación es mucho más simple y mucho menos conspirativa: la clase política occidental desea promover una política de bajos tipos de interés para ‘estimular’ artificialmente el crecimiento económico (así como una colocación más asequible de su deuda pública), y la forma más fácil de lograrlo es empapuzando de liquidez a los intermediarios financierospor excelencia, esto es, a la banca privada.

Por consiguiente, la banca central no es una marioneta en manos de los bancos privados, sino una marioneta en manos de los políticos con la que otorgan injustificables privilegios oficiales al entramado financiero privado. Ahora bien, las prebendas que consigue la banca privada de su relación con un banco central público y monopolístico no terminan aquí: fruto de esta estrecha relación estructural, el tráfico de información privilegiada tiende a convertirse en una característica inherente al sistema.

O, al menos, esa es la hipótesis que pretende acreditar un reciente ‘paper’ de la escuela de negocios de la Universidad de Chicago titulado ‘¿Qué nos indican los viajes de taxi sobre las filtraciones de información de la Reserva Federal?‘. El ensayo analiza los más de 1.000 millones de viajes en taxi que se han producido en la ciudad de Nueva York desde 2009 para encontrar algún patrón en las rutas que se realizan desde la sede de la Reserva Federal hasta las oficinas de las principales instituciones financieras (y viceversa) o, también, en los trayectos que simultáneamente se inician desde esos dos puntos a un tercero común (lo que indicaría reuniones informales entre miembros de la Fed y representantes de las instituciones financieras).

Y ciertamente ese patrón existe: por un lado, durante los días en los que tiene lugar una reunión del consejo de gobierno de la Reserva Federal se incrementan los encuentros informales a mediodía entre representantes de la Fed y de los bancos privados (lo que probablemente indique una comida donde se intercambia información); por otro, los viajes desde las oficinas de los bancos privados a la sede de la Reserva Federal de Nueva York también crecen justo la medianoche del día en que terminan las restricciones legales a la transmisión de información sobre las decisiones de política monetaria de la Fed (lo que probablemente señalice un acceso legal, pero tempranamente ventajoso, a una información hasta ese instante clasificada).

Por supuesto, uno podría pensar bienintencionadamente e imaginar que toda esta miríada de encuentros que rozan la ilegalidad tan solo constituyen rutinarias rondas de consulta con las que los funcionarios de la Fed se limitan a recopilar información del sector financiero para un mejor diseño de su política monetaria (o encuentros donde se limitan a diseminar una información que el sector financiero les reclama tan pronto como es legal hacerlo). Sin embargo, aun cuando pensemos de un modo tan bienintencionado como ingenuo, no podrá negarse que, gracias a todo ello, los grandes bancos estadounidenses cuentan con un canal de interlocución exclusivo con sus reguladores, supervisores y financiadores: un canal de comunicación exclusivo que les permite acceder a información relevante mucho antes de lo que acceden el resto de operadores de mercado y que, por tanto, les permite invertir —y lucrarse— merced a una información cuasi privilegiada.

En definitiva, si hasta la fecha no contábamos ya con suficientes evidencias del peligrosísimo encamamiento entre el sistema financiero y la banca central, ahora descubrimos lo que, por otro lado, cabía sospechar desde un principio: que las mayores entidades del país acceden mucho antes que el resto de inversores al contenido de la política monetaria del banco central. No solo cuentan con financiación privilegiada sino también con información privilegiada. Y, mientras tanto, la mayor parte de la sociedad continúa reclamando un mayor poder para la banca central, esto es, unas mayores prebendas para unas macroinstituciones financieras que dejaron de estar expuestas al libre mercado hace muchas décadas.

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