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La diferencia entre Nueva York y La Meca

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La noticia pasó al principio desapercibida. Hay decenas de mezquitas en Nueva York, dos de ellas han operado durante décadas en el bajo Manhattan a solo unas manzanas de la Zona Cero. En el propio edificio donde ahora quiere construirse el centro islámico ya se congregan cientos de fieles para rezar. En las Torres Gemelas había áreas de plegaria para musulmanes, lo mismo que en el Pentágono. Ninguno de estos hechos había causado polémica. Pero hay elecciones al Congreso y los medios y los políticos no han podido resistirse a convertir la iniciativa en parte de la campaña.

Dicen que construir una mezquita tan cerca de la Zona Cero es una provocación, una ofensa a las víctimas del 11-S. Los terroristas también rezaban en mezquitas y leían el Corán, permitir que se alce allí un templo de su propia religión es como consentir un memorial de su victoria. Pero la mezquita es solo una ofensa si se equipara el islam con el terrorismo, algo que la inmensa mayoría de fieles americanos no puede aceptar de ningún modo. La responsabilidad recae en los terroristas y sus seguidores fundamentalistas, no en los millones de musulmanes moderados que practican su fe pacíficamente y se sienten americanos como cualquier otro. Quienes se indignan por la construcción de la mezquita están pidiendo a millones de ciudadanos estadounidenses que se declaren simpatizantes de terroristas.

Por otro lado, sorprende que la oposición a la mezquita provenga en buena medida de la misma derecha que defiende la "liberación" de los musulmanes de Irak y Afganistán. O sea, hay que verter sangre y dinero para salvar a los pobres musulmanes de la tiranía, pero la religión que practican es ofensiva y merece ser desterrada de las proximidades de la Zona Cero por estar vinculada al terrorismo. ¿En qué quedamos, son amigos o enemigos?

Charles Krauthammer hablaba de "sacrilegio en la Zona Cero" (aunque la mezquita vaya a ubicarse realmente fuera de ella) y comparaba el proyecto con la construcción de un centro cultural germano en Treblinka o un centro cultural japonés en Pearl Harbor. Aunque los alemanes o japoneses contemporáneos no sean responsables de los crímenes de sus antepasados, un centro cultural nacional en esas localizaciones demostraría insensibilidad hacia las víctimas. Pero, de nuevo, la mezquita sólo demuestra insensibilidad si se parte de la premisa de que el islam como religión y sus fieles como tales comparten alguna responsabilidad por los atentados del 11-S. Un centro cultural japonés o alemán en esas localizaciones se revela insensible sólo y precisamente en la medida en que aún se asocia a esas naciones con los crímenes cometidos.

Añade Krauthammer que en Gettysburg no sería apropiado instalar un mirador comercial, por ser el antaño campo de batalla una manifestación de nobleza y sacrificio. Tampoco lo sería poner un prostíbulo junto a un colegio o una discoteca junto al templo de Lourdes. Pero las manzanas colindantes a la Zona Cero no son ningún lugar de contemplación o memorial a los caídos. No tienen ni han tenido durante la pasada década ningún estatus especial. Son áreas comerciales como cualquier otra parte de la ciudad, con oficinas, pizzerías y templos religiosos, como la St. Paul’s Chapel, la Trinity Church o la sinagoga de Battery Park.

Los promotores del proyecto afirman que su intención es fomentar la convivencia entre religiones y desvincular el islam de los atentados al World Trade Center. El centro cultural, que costará 100 millones de dólares, estará abierto al público y no incluye solo una mezquita. Contará además con un auditorio con capacidad para 500 personas, un teatro, un centro de arte escénico, gimnasio, piscina, pista de básquet, área infantil, biblioteca, escuela de cocina, estudio de arte y comedor.

Los detractores piden que se investigue las fuentes de financiación, por si tiene lazos terroristas, pero en ningún proyecto de estas características se concede a las autoridades derecho a husmear quién financia qué y no hay razón para discriminar en este caso. Los responsables, no obstante, han prometido hacer pública la lista de inversores y han asegurado que rechazarán fondos provenientes de Irán, Hamas o cualquier organización con valores anti-americanos.

El imán Abdul Rauf se ha convertido en el centro de atención. Ahora le acusan, retorciendo sus palabras, de congeniar con radicales y proferir amenazas. Rauf, sin embargo, ha sido considerado un clérigo moderado por la Administración durante años, condenó firmemente los atentados del 11-S y en una reciente entrevista con Larry King ha tildado a Hamas de terrorista. Pero sus declaraciones incluyen matices, como que la política exterior de Estados Unidos en Oriente Medio provoca miles de muertos inocentes y ello fomenta el odio y hostilidad. Nada que no diga Ron Paul, el más liberal de los congresistas, en la CNN, pero los que ven la realidad como un partido de fútbol no aceptan que haya más de un culpable y los matices ya son motivo de sospecha.

El alcalde de Nueva York, el magnate Michael Bloomberg, defendió el proyecto con palabras muy sensatas en una entrevista en el Daily Show de Jon Stewart: "En Arabia Saudita no puedes construir una iglesia. Eso es precisamente lo que diferencia Arabia Saudita de América. Hay otra mezquita a cuatro manzanas de allí, tiendas porno, restaurantes de comida rápida… Es una comunidad vibrante, es Nueva York." Luego explica como un hombretón le asaltó en medio de una cena para decirle que acababa de volver de la guerra y eso es por lo que ha estado luchando, para que cada uno tenga derecho a construir lo que quiera.

La exigencia de reciprocidad, "toleraremos los minaretes y los velos cuando en Meca toleren las iglesias y los crucifijos", implica que los Estados islámicos marquen los estándares de lo que debe tolerarse en Occidente. Ya no es la "libertad de culto" o la "libertad de expresión" propia del liberalismo el principio rector. Nos piden que nos convirtamos en lo que decimos combatir.

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