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La escuela pública sí tiene ideología… y con la ley Celaá, más

Publicado en Libertad Digital

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De todas las trampas (y, como explicábamos ayer en Libre Mercado, son muchas) de la ley Celaá, la peor, sin duda, es aquella que tiene que ver con la concertada y el dinero público. Además, es una trampa relativamente exitosa: he discutido alguna vez con amigos liberales que defendían el cierre del modelo concertado con argumentos no tan diferentes a los que emplean los miembros del Gobierno.

El razonamiento viene a ser del tipo:

  • El Estado no debe promover una ideología u otra.
  • En el ámbito de la escuela, eso implica que debe ser imparcial. Las creencias particulares se enseñan en casa.
  • Y con dinero público no debemos financiar esas creencias.
  • Por una cuestión de equidad y para impulsar la igualdad de oportunidades, el Estado sí debe financiar los estudios de todos. Y para eso está la pública.
  • El que quiera algo especial o una educación que encaje con sus creencias, que se lo pague.

En plan burdo, lo podríamos resumir en el siguiente tuit del juez Joaquim Bosch (y lo traigo aquí en parte por esa condición de magistrado y portavoz territorial de Juezas y Jueces para la Democracia):

Los mismos neoliberales que exigen Estado mínimo ahora se enfadan si no se subvenciona por todo lo alto la educación privada o concertada. Libertad de enseñanza es poder optar, pero el que no quiera la pública no puede reclamar el gratis total con el dinero de toda la sociedad.

Pero no lo tomen más que como un ejemplo. En el último mes hemos podido leer declaraciones similares en boca de la propia Isabel Celaá, en columnistas, editoriales de periódicos, etc…

La ‘neutralidad’ de la escuela pública

Hay que ser muy ingenuo para pensar que la escuela pública es neutral. O, incluso, para pensar que puede llegar a serlo. Cojan ustedes el plan de estudios o los libros de texto disponibles en las escuelas rusas, chinas, alemanas, francesas o españolas. A ver qué se encuentran. ¿Neutralidad? No, por supuesto: hay un componente ideológico muy claro en cada una de ellas.

De hecho, no nos tenemos que ir tan lejos. Comparen los contenidos de los manuales que estudian los estudiantes madrileños, catalanes o castellano-leoneses. ¿Iguales? Ni mucho menos. Y no hablamos de lo que tiene que ver con el nacionalismo o la lengua. Ahí las diferencias son abismales. Incluso en asignaturas en teoría neutras (matemáticas, ciencias…) podemos encontrar enfoques, ejemplos, ejercicios, materias complementarias, etc. que no tienen nada que ver entre sí y que contienen mucha carga ideológica.

Por poner un ejemplo muy sencillo, de esos que pasan casi desapercibidos: en los libros de mi hijo de 8 años, yo me he encontrado ejercicios que consistían en «Tacha las imágenes negativas para el medio ambiente». Y, claro, el dibujo que había que tachar era el de una fábrica. Pues bien, yo creo que el 99% de las fábricas que hay en España son positivas para el medio ambiente: sí, emiten gases contaminantes; y sí, gracias al plástico que se utiliza en esas fábricas no hay que talar miles de árboles y el uso de la energía es mucho más eficiente que si cada uno produjéramos esos bienes en casa. No seamos ingenuos, ideología hay en cada cosa que hacemos, incluso sin darnos cuenta.

Desde el campo liberal, el origen del error está en una famosa y acertada cita de Jefferson:

Obligar a un hombre a pagar contribuciones para la propagación de opiniones en las que no cree es pecaminoso y tiránico; incluso forzar a este hombre a apoyar este o aquel maestro religioso es privarle de la confortable libertad de entregar sus contribuciones a las particulares pasiones que siente son más correctas.

Los padres fundadores norteamericanos vivían en un entorno en el que se mezclaban personas de diferentes confesiones religiosas y sabían que esos pioneros no aceptarían que sus impuestos fueran destinados al sostenimiento de una iglesia que no era la suya.

Pero aquí es donde llega el triple salto mortal dialéctico (con tirabuzón y doble pirueta) que viene a decir que la religión es parte de las creencias privadas de cada familia y tiene que quedar al margen de las aulas… pero los planes de estudio actuales son «neutrales», «científicos», «pedagógicos», «imparciales» y «no están contaminados por creencias particulares».

Sería risible si el tema no fuera tan grave y la trampa no estuviera tan extendida. Es tan burdo que llama la atención. ¡Y muchos denominados liberales se la creen! O dicen que se lo creen; yo en realidad hace tiempo que he asumido que la mayoría no se lo traga, pero que, como buena parte de lo que se enseña ahora encaja en sus creencias particulares, miran de forma hipócrita para otro lado (son los mismos que bramarían de indignación, y con razón, si a sus hijos los metieran a estudiar religión).

La ‘neutralidad’ de la Ley Celaá

Cojo los siguientes párrafos del muy completo artículo resumen que Olga R. Sanmartín escribió para El Mundo a propósito de la ley Celaá:

  • La ley quiere «reforzar la autoestima» de sus alumnos promoviendo la «diversidad», la «empatía» hacia los «seres sintientes» y la «educación para el desarrollo sostenible y la ciudadanía mundial»
  • La educación financiera se convierte en el reconocimiento del «papel social de los impuestos y de la justicia fiscal». La seguridad vial pasará a llamarse «movilidad segura y sostenible»
  • Los alumnos recibirán educación afectivo-sexual ya desde Primaria. Tendrán que «conocer y valorar la dimensión humana de la sexualidad en toda su diversidad»
  • Las actividades complementarias serán gratuitas y, por consiguiente, obligatorias, para blindar las charlas LGTBI ante el pin parental de Vox.
  • Los centros que separan por sexos no podrán recibir ya fondos públicos, pese a que el modelo lo avala el Tribunal Constitucional.
  • Se crea una nueva asignatura de Valores, en donde los partidos de la oposición ven una nueva Educación para la Ciudadanía. Los alumnos estudiarán contenidos de «Memoria Democrática».
  • La Religión ya no contará para la nota ni para pedir becas.

¿Y aquí no hay ideología? ¿El que quiera ideología o creencias particulares que se las pague? ¿Los que busquen neutralidad a la pública? ¿Cerrar la concertada es lo liberal?

Aquí alguno sacará la carta PSOE: esto es culpa de la ley Celaá, lo que hay que hacer es trabajar para tener una escuela pública neutral. Y no, aunque haya leyes más sectarias que otras (como ésta, por ejemplo, que va mucho más allá de lo que habíamos visto en las últimas décadas), la escuela pública siempre tendrá ideología, como todas las demás escuelas.

Tendrá ideología porque la tendrán los maestros que allí enseñan. Uno de los puntos de la lista de arriba habla de la educación financiera. Lo usaremos como ejemplo con una cuestión de apariencia técnica. Pensemos en una clase sobre qué es el tipo de interés. Parece un tema no sujeto a conflicto. Ahora imaginen dos profesores, uno que comienza su clase diciendo «hoy os explicaré lo que es el tipo de interés para que podáis maximizar vuestros ahorros” y otro que lo hace diciendo «si manejáis bien este concepto, evitaréis que os engañen los bancos». Las fórmulas matemáticas que escriban en la pizarra serán las mismas… la idea que se lleven sus alumnos a casa no tendrá nada que ver.

Esto no quiere decir que los maestros lleguen cada día a clase pensando: «Hoy les voy a adoctrinar con…». Los habrá más proclives a hacerlo; otros lo serán menos y preferirán centrarse en los contenidos y en ofrecer herramientas a sus alumnos para que estos piensen por sí mismos. Pero no es el tema de este artículo.

Probablemente, la mayoría de los profesores emplea el 80-90% del tiempo en el aula de forma similar, en el colegio más progresista y en el más conservador que podamos imaginar. Intuyo que, en ambos casos, la mayor parte de las clases se usa en enseñar a sumar o a poner bien las tildes. Tampoco es eso de lo que hablamos, sino de si los padres tienen algo que decir en el ideario de los centros a los que van sus hijos y de si ese ideario puede ser neutral.

Otro tema del que los periodistas sabemos muchísimo: la selección de contenidos. La relevancia que se le da a los temas, el espacio que se le otorga, el enfoque del titular, lo que se cuenta y lo que no, las fotos que acompañan al texto… a menudo son mucho más importantes que la información tratada. Se puede no mentir (en el sentido de no dar datos falsos) y dar una imagen completamente distorsionada de la realidad.

Pues lo mismo ocurre con los planes de estudio. Esos planes los establece el Ministerio, pero la aplicación práctica en el aula la deciden colegios y profesores. No nos hagamos trampa: cada uno, si fuéramos maestros, le daríamos más relevancia a aquello que creemos que la tiene. Y sí, eso también es ideología.

El papel de la religión

Un tema capital es el papel de la religión, una de las grandes trampas de nuestros progresistas y nuestros liberal-progresistas. Es una manipulación que se ha extendido mucho y que comparte una mayoría de la población, incluso muchos creyentes, probablemente en parte como respuesta al predominio que la Iglesia tuvo en la educación durante años. Me refiero a esa idea absurda de que si no hay religión en las aulas lo que allí se enseña es neutral. Pues no, el enfoque ateo o agnóstico de la vida es tan ideológico como el que pueda defender un protestante evangélico de los que interpretan la Biblia de forma literal.

Sé que esto les chocará a muchos ateos-agnósticos liberales, que tienen un largo camino por delante para salirse de su marco mental, porque llevan años viviendo en esa ficción de que lo suyo o no son creencias ¡o son ciencia! Los niños hacen millones de preguntas sobre temas morales y metafísicos: de hecho, para explicar algunas cuestiones, es casi inevitable tomar una postura al respecto. Pero sin añagazas, no hablar a los niños de Dios desde los 6 a los 18 años es una decisión ideológica tan respetable como leerles la Biblia cada día… pero igualmente cargada de subjetividad y creencias.

Es que incluso en lo más básico, el 2+2=4, hay ideología. No en la fórmula, pero sí en todo lo que rodea a la ecuación: si el profesor es más o menos exigente con los alumnos que fallan el problema, si manda más o menos deberes para casa, si usa un método más tradicional o más innovador de enseñanza… ¿Que ahí no hay ideología? Saquen el tema en casa en las próximas Navidades y ya verán si todas estas cuestiones son objetivas o es fácil llegar a un consenso.

¿Un acuerdo de mínimos?

Si no nos queremos hacer trampas, sólo hay una solución posible: un acuerdo general entre los grandes partidos para establecer un currículo de contenidos mínimos que sean realmente muy mínimos (lengua, matemáticas, contenidos básicos de historia y ciencias naturales, lengua extranjera y poco más) y que al mismo tiempo otorgue mucha libertad de acción a los centros, tanto públicos como privados (privados puros o concertados). Una libertad que alcanzaría a los contenidos pero también a las técnicas pedagógicas y a los niveles de exigencia.

Y todo esto unido a un formato tipo cheque escolar, que permita a los padres elegir centro.

Además, hay muchas maneras de aplicar ese famoso cheque escolar: por ejemplo, se podrían buscar fórmulas para equilibrar el porcentaje de alumnos desfavorecidos en los centros si se detecta que hay determinados colectivos que no tienen acceso a los colegios que pretenden sus familias.

Voy a copiar por segunda vez en dos días la cita de Víctor Lapuente para El País, aunque sólo sea para que quede claro que ese acuerdo es perfectamente posible.

Si comparas el sistema español con los de nuestro entorno, alcanzar un acuerdo para una educación más inclusiva es fácil. Bastaría con integrar de verdad a la concertada y la pública en una red de centros que compitieran entre sí por unos (idénticos) recursos públicos en pie de igualdad, sin el doping de las aportaciones de los padres. En este pacto todo el mundo cede. El Estado paga más por cada alumno a los colegios concertados y, a cambio, estos ponen en marcha mecanismos para evitar la segregación. Eso sí sería auténtica libertad educativa —de todos los centros para introducir los métodos pedagógicos que creyeran más efectivos y de todos los padres para elegir el mejor colegio para sus hijos sin pensar en el dinero—.

Para lograr este consenso, lo primero es señalar lo obvio: ideología tenemos todos, también los que dicen que con su dinero no quieren pagar aquello en lo que no creen… pero no nos dejan a los demás decir exactamente lo mismo.

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