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La huelga del «Machete al machito»

Publicado en Libertad Digital

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No conozco a ningún hombre que quiera a las mujeres «dóciles, sumisas y calladas».

El año pasado, el día internacional de la mujer estuvo marcado por el ridículo que hizo Podemos, una vez más, con su cartel repleto de mensajes como «Ni una menos» o «Un país con nosotras» y… la foto de Pablo Iglesias. Que, salvo que aceptemos que se siente de género binario no fluido o alguna cosa parecida, no es una mujer. Lo cual, por supuesto, no le ha impedido aparecer como feminista, como tampoco le han restado puntos sus ansias de «azotar hasta que sangre» a una periodista desafecta. Ni ponerse a la cabeza de la reivindicación de este año, que es una huelga de mujeres en la que los hombres no somos bienvenidos, pese a lo cual se supone que es una manifestación más de la lucha contra el sexismo.

Que el feminismo actual no es más que una careta de la extrema izquierdaresulta evidente a ojos de cualquiera que tenga… bueno… ojos. El problema es que abusa de una etiqueta que para muchos significaría abogar por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres para imponer una elusiva y unidireccional igualdad social. Elusiva, porque se pretende una representación igualitaria en sueldos, ocupaciones laborales, parlamentos y prácticamente cualquier ámbito considerado deseable donde las mujeres sean minoría, cuando un vistazo a la historia y al mero sentido común nos desvela que grupos diferenciados –sea por sexo, nacionalidad, cultura o cualquier otro baremo en que se pueda clasificar a los seres humanos en conjuntos con distintos intereses y aptitudes– jamás han tenido una representación igualitaria en nada. Unidireccional, porque jamás les preocupará que los hombres sean la práctica totalidad de los encarcelados, de los fallecidos en accidente laboral, de quienes pierden la custodia de los hijos o de los suicidas. Como tampoco luchan para que las mujeres sean la mitad de los que arreglan nuestros problemas con las fosas sépticas, conducen camiones durante jornadas interminables o consiguen que a nuestras casas llegue ese milagro conocido como electricidad. No. Lo que quieren es que las mujeres sean al menos la mitad de los arquitectos, no de los albañiles.

La izquierda ha reducido su visión del mundo al producto exclusivo de una serie de relaciones de poder, sin que ninguna otra causa pueda explicar nada. Por tanto, cualquier injusticia o desigualdad, real o percibida, en la situación de la mujer no puede sino ser provocada por un poder injusto impuesto por los opresores machos a las pobres oprimidas mujeres. De ahí que Julia Otero, tan incapaz de un pensamiento original como entusiasta portavoz de cualquier ocurrencia políticamente correcta, se dedique a insultar a Cayetana Álvarez de Toledo calificándola de «cómplice de la opresión» por no ser una feminista acrítica, valga la redundancia. Pero resulta difícil tomar en serio la existencia de un patriarcado omnipresente y todopoderoso como explicación de todo cuando existen Soraya Sáenz de Santamaría y Ana Patricia Botín. Si el patriarcado es el Poder y todo se explica por el Poder, no habría ninguna mujer en ningún puesto de tronío en ningún país occidental; el Poder se habría encargado de impedirlo. No se preocupen: las feministas también encuentran explicación a estos casos, como que esas mujeres no son mujeres realmente, porque han interiorizado los valores masculinos y en el fondo son hombres en esencia. Pero quizá es más sencillo y realista concluir que no todo se reduce a esa visión dialéctica simplista de la lucha de opresores y oprimidos.

Como el posmodernismo que late por debajo de casi toda la ideología de la izquierda de hoy niega legitimidad o capacidad explicativa a nada que no sea el poder, los esfuerzos de la ciencia por investigar las causas reales de la brecha de género, o de la criminología por intentar averiguar las razones reales que llevan a un hombre a asesinar a su pareja, son criticados como meras justificaciones del patriarcado. Exactamente igual que hace 150 años Marx encontraba en la clase social burguesa a la que pertenecían los demás economistas la razón por la que no estaban de acuerdo con él. Por eso el uso que hace el feminismo de hoy de la ciencia es selectivo: vale lo que valga para la causa. La biología sí sirve para justificar que los hombres tengan de media cinco años menos de esperanza de vida, pero no para explicar que las mujeres opten más a menudo por carreras enfocadas en las personas (de medicina a trabajo social) antes que en las cosas (ciencias e ingenierías), o que sean mayoritariamente ellas quienes prefieran tener una vida más equilibrada entre lo personal y lo profesional.

Pero, oye, igual resulta que esta manifestación es limpia, que no la han organizado este tipo de feministas posmodernas, que no es cosa de esas locas que gritan «Machete al machito» o «Al abortaje». Pero un vistazo siquiera superficial del manifiesto debería llevar a cualquier persona razonable, esté a favor o en contra de la convocatoria, a descartar esa posibilidad. Personas razonables entre las que obviamente no se encuentra el obispo Osoro, que de buenas a primeras ha decidido que la Virgen María estaría a favor del aborto o de la lucha contra «la alianza del patriarcado y el capitalismo que nos quiere dóciles, sumisas y calladas». Según la convocatoria de la huelga, para defender los derechos de las mujeres tienes que ser anticapitalista, antiliberal, abortista, anticlerical, antimilitarista y apoyar las fronteras abiertas. Es decir, tienes que ser de extrema izquierda.

La verdad, no conozco a ningún hombre que quiera a las mujeres «dóciles, sumisas y calladas». Ahora, conozco a muchísimos hombres y mujeres que sí querrían que este tipo de feministas se callara de una puta vez y dejara de darnos la matraca. Y cada vez somos más.

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