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La inocencia y el odio

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No sé si los que promueven verbal o gráficamente ideas que derivan en acciones violentas deben ser penalizados antes de que ocurran y eso de la justicia preventiva me asusta porque puede llevar a lugares terribles.

Carnaval en Madrid. La gente en la calle. Lo normal. Las familias pasean con los niños. Hay un teatrillo de títeres en el parque. ¿Usted pensaría que es de mayores? No. Yo tampoco. Como si me encuentro a unos payasos en ese mismo día de carnaval. Nunca imaginaría que van a representar una sátira política profunda para entretener solamente a adultos. Pero resulta que el espectáculo es de adultos y, según leo, el argumento es bastante retorcido, en el que un policía coloca una pancarta en la que se lee “Gora Alka-ETA” a una anarquista que yace inconsciente en el suelo para inculparla. De lo más edificante. Además hay que sumar la representación de violación de monjas, asesinatos y otros detallitos. Y todos cantan al unísono “Pío, pío, que yo no he sido”.

Los artistas y los contratistas

Los titiriteros ya han alegado en su defensa que son seguidores de la tradición de Lorca y Shakespeare  (pobre Lorca, pobre Shakespeare), y que aunque en la publicidad ponía que el espectáculo era para niños, ellos nunca dijeron que la obra lo fuera. ¿Que se paraban niños con sus padres a ver la obra? Allá ellos. La responsabilidad es de otro.

El ayuntamiento les detiene “para esclarecer las cosas”. Y Mayer, la misma edil que toma esa decisión, pide su libertad al día siguiente. Debe ser que ya está todo claro. La alcaldesa y ella misma expresan que es una obra para adultos, execrable, inapropiada, espantosa y lo que ustedes quieran, pero que la libertad de expresión es así y qué le vamos a hacer. Los afines de izquierda radical, por otro lado, también hablan de libertad de expresión, de mordazas, de fascismo, de Franco y todo lo demás. Lo de siempre.

La oposición del PP, que contrató al mismo grupo el año pasado, aunque sin problemas por contenido inadecuado de la obra en aquella ocasión, hablan de enaltecimiento del terrorismo, de rojos radicales y piden dimisiones por doquier. PSOE y Ciudadanos se unen a la indignación y a la oportunidad, estando como estamos en un momento de difícil equilibrio, en el que un esmoquin define muchas cosas, al parecer.

Una pena. Porque, sinceramente, desde mi punto de vista, la Transición española acabó el día en el que se volvió a explotar el dolor ajeno, esta vez de los familiares de los muertos de cualquiera de los dos bandos, enterrados en cunetas o en fosas comunes, que merecen saber dónde están sus familiares sin que la izquierda o la derecha expriman su memoria con fines electoralistas, para montar bulla y despertar miedos y odios. Y ese es el tema: el odio.

Hay que leer el libro de José Luis Ibáñez Salas, La Transición, que abre el capítulo acerca de las primeras elecciones españolas, con un fragmento de la alocución de Adolfo Suárez en 1977  retransmitida por televisión, en la que decía: “Puedo, en fin, prometer y prometo que el logro de una España para todos no se pondrá en peligro por las ambiciones de algunos y los privilegios de unos cuantos.” Nada queda.

Los niños pagan

Y, al final, son los niños los que pagan. Esos niños que creían que iban a ver una inocente representación de títeres en pleno carnaval. Aguantan que los políticos se fotografíen con ellos, que los usen como argumento por la obtención de votos. Son utilizados para aniquilar al del otro partido, al de la otra trinchera, y a la vez, no se ataca la pederastia como se merece, por poner un ejemplo.

Reproduzco las palabras de mi amiga Berta Rivera, directora ejecutiva de loff.it, que lo expresa mejor que yo: “Los niños son lo más auténtico del ser humano, son lo que fuimos antes de que la realidad y los malos pervirtieran nuestros pensamientos y antes de que el periodismo y la política se convirtieran en sucias artes al servicio de los mayores manipuladores que en el mundo han sido. Un niño es una esperanza, la única esperanza, en un futuro más justo y más humano, menos machista, menos feminista y más, mucho más, humanista”.

Yo creo en la libertad de expresión de todos, radicales incluidos. No sé si los que promueven verbal o gráficamente ideas que derivan en acciones violentas deben ser penalizados antes de que ocurran y eso de la justicia preventiva me asusta porque puede llevar a lugares terribles.

Pero no olvidemos de que se trata de un espectáculo anunciado como infantil. Y aquí nadie da un paso al frente por la libertad de los niños. Los titiriteros, los políticos, los periodistas, los agitadores, y todos los demás, para mí, no tienen el coraje que hay que tener para discernir que lo importante en este caso es la inocencia. Y, entre todos, matan al ruiseñor.

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