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La milonga de los deberes

Publicado en Libertad Digital

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El mantra del «Pacto» tiene muchas opciones de acabar siendo una forma de eludir responsabilidades.

Los deberes son el tema de moda. España discute si los niños tienen muchos o pocos, si nuestros planes de estudio están adaptados a la nueva economía, si los exámenes y reválidas sirven para elevar el nivel o si el modelo pedagógico tradicional (basado en la memorización) tiene sentido en la Era Google. No hay semana en la que no aparezcan reportajes, columnas y estudios sobre la cuestión. Este sábado, El País publicaba una encuesta y titulaba: «La mayoría de los españoles cree que hay demasiados deberes escolares». En los próximos días, la huelga de deberes promovida por una asociación de padres calentará los ánimos.

Normalmente, el nivel de la discusión es bastante bajo. Se solventa con algún cuñadismo del tipo: «Antes sí que estudiábamos de verdad, si tú vieras la reválida que pasé yo para acceder a PREU» o «Pues he oído que en Finlandia los niños no tienen deberes y son los que mejores notas sacan». En raras ocasiones se enfrentan argumentos de calidad (por cierto, quizás otra señal de alarma sobre ese sistema educativo del que discutimos).

En las últimas semanas, sin embargo, han aparecido varias columnas de mucho peso:

  • Comenzó Benito Arruñada en El País criticando las «normas y falacias que aún cautivan a nuestro establishment pedagógico a juzgar por la propuesta de suprimir los deberes, las reformas que hacen aún más blando el bachillerato, el engaño de enseñar supuestas ‘competencias’ en vez de conocimiento, o la resistencia a permitir a los centros concertados organizarse en libertad (…) Hemos desprestigiado el esfuerzo y la competitividad, al fomentar el igualitarismo en la recompensa. En 2016, el porcentaje de estudiantes que superó las pruebas de Selectividad fue del 97%, y eso tras sonoras quejas por lo duro de algunos exámenes».
  • Le contestó Octavio Medina en el mismo medio, con una interesantísima reflexión: «La razón por la que se han eliminado reválidas y modelos selectivos (un proceso que lideraron países con excelentes resultados como Canadá, Holanda o los países nórdicos, por cierto) es porque no suelen ayudar a desarrollar esas actitudes que Arruñada añora. Sí que ayudan, en cambio, a perpetuar fenómenos como el de la repetición, política cara, ineficaz e injusta, en la cual España sí que es una anomalía».
  • Hace unos días, Santiago Navajas (más cercano a Arruñada, me temo) escribía un excelente comentario en Libertad Digital sobre el tema: «La pedagogía de la sonrisa abomina de cualquier actividad que se haya hecho en el pasado tachándola automáticamente de ‘tradicional’. Maniqueos y simplificadores de la realidad educativa, esta secta pedagógica sataniza cualquier tipo de estrés porque considera en su puerilidad culpable que sólo cabe el ‘derecho al juego’. Pero los profesores que quieren enseñar y los alumnos que anhelan aprender tienen derecho a los deberes. La letra entra no con sangre pero sí con mucho sudor y alguna lágrima».

La tentación de la anécdota es muy fuerte (de hecho, ésta es la peor parte del artículo de Arruñada y el flanco por el que permite que le entren las críticas), aunque también es cierto que ésta es una cuestión particularmente proclive a usar ejemplos del mundo real que pueden ser malinterpretados o ridiculizados de forma tramposa.

Yo, por ejemplo, soy tirando a hippie en esto de los deberes. Será por lo mucho que lo sufrí en su momento, pero el modelo clásico que se estila en los institutos y universidades españoles siempre me ha parecido absurdo. En la facultad, el 90% de mis clases consistían en un tipo que dictaba y 70-80 alumnos que copiaban lo que aquél dictaba; tres meses después, aquel tipo nos preguntaba si recordábamos lo que nos había dicho y los 70-80 alumnos intentábamos replicar con exactitud sus palabras. Si no entendías nada de lo que escribías o si dos días después todo había desaparecido como por ensalmo de tu memoria, eso era tu problema: lo importante era que supieras tomar el dictado, memorizar y repetir. Se me ocurren pocas cosas más inútiles. A esto le añado que tampoco me creo las historias sobre la mitificada escuela española pre-logse, pienso que la repetición de curso tal y como se practica en España hace más mal que bien, no me parece que la actitud en el trabajo de mis compañeros jóvenes difiera demasiado de la que yo tenía cuando entré en el mercado laboral hace 15 años (si acaso, diría que la nueva generación tiene más espíritu que la nuestra) y considero que el discurso genérico contra los millenials es muy injusto.

Dicho todo esto…. en la tesis de fondo, Arruñada tiene más razón que un santo.

La milonga de los deberes

Es cierto que muchos sistemas de éxito han eliminado los deberes y están experimentando con esos modernos métodos pedagógicos que tan bien quedan en los reportajes de los telediarios. Pero esto esconde una realidad que no se cuenta tanto:

– En el top de mejores notas en PISA 2012 en matemáticas había varias ciudades chinas que participaron en la prueba (Hong Kong, Shanghai y Macao, también Taipéi en Taiwan), junto a ellas, completan la parte alta de la clasificación los siguientes países (por este orden): Singapur, Corea del Sur, Japón, Suiza, Holanda, Estonia, Finlandia y Canadá.

Y sí, en Finlandia o Canadá pueden ser más innovadores: en plan «que el niño aprenda por sí mismo», como a mí me gusta. Pero los países asiáticos -y son ellos los que mandan en las pruebas internacionales y en los exámenes de acceso a las universidades más prestigiosas de todo el mundo- siguen un modelo clásico, con múltiples exámenes, reválidas, memorización, repetición de ejercicios y muy exigente para los alumnos.

No nos confundamos, en Corea del Sur el Gobierno llegó a prohibir a las academias privadas (a las que acude el 74% de los estudiantes de instituto) estar abiertas después de las 22.00 horas porque temía por el exceso de trabajo que las familias imponían a los estudiantes. Lo mismo puede decirse de Japón, Singapur o de las ciudades chinas que arrasan en las comparaciones internacionales. Vamos, que los que tienen mejores notas también son los que más hincan los codos.

Por cierto, un aspecto fundamental de estos modelos es que esa competencia y exigencia parte de la cima del sistema educativo: la universidad. En Japón o Corea, para acceder a las mejores facultades, hay que tener unas notas excelentes en el instituto. Y es mucho más fácil tener acceso a los mejores empleos si uno ha ido a esos centros de prestigio. Por lo tanto, desde muy jóvenes, los adolescentes japones o coreanos saben que si quieren labrarse un futuro, tienen que hacerlo trabajando, estudiando y compitiendo.

– El segundo gran equívoco que se estila en España es el que asocia deberes (o falta de) y exigencia. También el que habla de autonomía de los centros y no da un paso más allá. Nos encantan los reportajes sobre escuelas holandesas sin libros de texto, colegios finlandeses que aplican el método del caso o institutos canadienses que mezclan ajedrez, piano y física. Y pensamos: «Qué bueno sería que los profesores españoles disfrutaran de esa autonomía para poder adaptarse a las necesidades de los alumnos y a los cambios sociales».

Pues bien, es mentira. No es mentira que existan esos centros. Ni que tengan grandes resultados. Ni que estos profesores puedan hacer (más o menos) lo que les venga en gana. Todo eso es cierto. Lo que es una milonga es la imagen que el español medio se crea en su cabeza cuando lee el reportaje del dominical. Porque toda esta libertad es sólo la otra cara de la moneda de algo que no nos gusta tanto: responsabilidad y rendición de cuentas.

En todos los países exitosos, europeos, asiáticos, americanos o del Polo Norte, la autonomía va ligada al control. Quizás las escuelas tengan libertad, pero se vigilarán sus resultados. ¿Cómo? En algunos países con exámenes clásicos; en otros, con pruebas muy exigentes para el acceso a la carrera docente y con una evaluación continua de los profesores; y algunos optan por dar libertad a los padres para elegir centro y los financian en función de su capacidad para atraer alumnos. Por cierto, una mezcla de todo esto es lo que se hace en Finlandia, el sistema de moda para políticos y periodistas españoles. Es decir, que si un profesor enrollado de los que a mí me gustan quiere enseñar matemáticas mezcladas con poesía puede hacerlo… pero también tendrá que rendir cuentas. Y si el método no ha funcionado, responderá.

Ahora, que vayan a decirle a los profesores funcionarios españoles que piden más autonomía que pueden ser despedidos o cobrar menos si las innovaciones no funcionan. Y pregúntenles si están dispuestos a la transacción. Yo tampoco lo veo. Quizás haya maestros que estarían encantados de probar con este modelo, pero los sindicatos y grupos de presión de nuestra enseñanza bloquearían cualquier paso en esta dirección. Pero la realidad es ésta: puede que en algunos de los países con las mejores notas en PISA no haya reválidas … pero el sistema, los colegios y los maestros sí se examinan cada día.

– Apunte: La columna de Arruñada comenzaba preguntándose por la conveniencia o no de ese Pacto de Estado en Educación que todos los partidos aseguran que se esforzarán en buscar. También todos defienden que es la base sobre la que construir el futuro de nuestras escuelas y universidades. Y es cierto que sería necesario para el medio plazo. No podemos aprobar una ley cada 4 años y esperar que surta efectos mágicos antes de las siguientes elecciones. Tampoco puedes legislar en esta materia contra la mitad de la población. Pero todos sabemos cómo son nuestros políticos: como dice Arruñada, el mantra del «Pacto» tiene muchas opciones de acabar siendo una forma de eludir responsabilidades. Y sí, pasarán más tiempo discutiendo cuántas horas en castellano/catalán o si la religión debe ser evaluable que pensando en cómo organizar la FP para que sea verdaderamente útil para el mercado laboral o qué hacer para generar valor añadido en la universidad.

– La semana que viene, segunda parte de esta columna: universidad, educación como inversión, jóvenes-mercado laboral y ¿somos pacientes los españoles?

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