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La mirada económica desviada del Gobierno de España

Publicado en El Español

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Dice el dicho que el tiempo es oro. Yo diría que saber manejar los tiempos es un don maravilloso. Acompaña al llamado «sentido de la oportunidad», una especie de super poder innato que algunas personas tienen y que, en muchos casos explica la diferencia entre el éxito y el fracaso.

En economía es básico saber medir el tiempo. Considerar el largo plazo en vez del corto plazo implica, por ejemplo, que todos los costes sean variables en una empresa, que pongamos encima de la mesa el cambio tecnológico y, en definitiva, que miremos la economía como un proceso dinámico sostenible en el tiempo.

Como me decía mi profesor de autoescuela: hay que mirar con un ojo cerca y con otro lejos. Uno de los méritos del economista inglés Alfred Marshall, precisamente, fue que, a pesar de que su análisis es estático, logra incluir los plazos temporales cuando se plantea que pasaría si hubiera un shock de demanda, en el famoso ejemplo del barco de pesca.

La sostenibilidad, palabra que resurgió del baúl de los recuerdos gracias a los ecologistas y a los neomalthusianos, es un viejo objetivo de los economistas. Solamente quienes miran con simpleza el aquí y el ahora no se preocupan por la perdurabilidad del crecimiento económico.

Cierto es que una vez señalado el concepto, muchos de estos ecologistas y neomalthusianos se lanzan a proponer medidas, a mi juicio, desproporcionadas. La vida en el Walden de Henry David Thoreau no es el futuro que quiero para mis nietos: quiero que puedan elegir, incluso Walden.

Por desgracia, el calendario electoral nos impone, implacable, la toma de medidas económicas cosméticas que, no solamente no solucionan el problema, sino que, a menudo, lo agravan. Los retoques paramétricos de las pensiones, por ejemplo, esconden el mal de fondo de nuestro sistema, lo que hace que sean, precisamente, insostenibles.

El principio básico de la sostenibilidad es un viejo refrán de abuela: «Quita y no pon, y se acaba el montón». Y, al hilo de eso de poner, el lunes 5 se convocó la rueda de prensa de los negociadores del Parlamento Europeo encargados de llegar a un acuerdo, entre otras cosas, acerca de las fuentes de ingresos de la Unión Europea.

Enfrente, en esta negociación, está el Consejo de Europa. Hay discrepancias, desde hace tiempo, respecto a cómo aumentar los recursos a largo plazo, una vez que el Reino Unido abandonó la Unión Europea, y perdimos su aportación.

En febrero de este año no se llegó a un acuerdo. Y, entonces, llegó el coronavirus. Y con él, las necesidades de gasto, de ayudas, las reclamaciones por parte de todos los países. Y, por parte del Gobierno de la nación, la idea, peregrina como pocas, de que el dinero de las ayudas europeas llueve del cielo como el maná bíblico. Los más sensatos apuntan que hay dinero destinado a ayudas, pero que está condicionado al plan de reformas que se presente.

Se nos olvida que la propia Unión Europea ya estaba planteando subir las aportaciones de los miembros debido al ‘brexit’. ¿Y ahora que todos estamos empobrecidos y tenemos más necesidad de fondos? La lógica cortoplacista aconseja descansar en la idea de que la UE siempre va a poder endeudarse más sin quebrar nunca. Además «todo el mundo sabe» que Alemania y los demás se van a recuperar de manera más sólida que nosotros y «siempre» van a poder tirar del carro.

Una lógica de Carpanta que da por hecho nuestra irresponsabilidad como país: una carta de presentación muy dañina.

Es verdad que de las crisis se sale. Pero no por el atajo que está siguiendo nuestro gobierno, preparando el camino del nuevo techo de déficit y la algarada del gasto. Es imprescindible frenar la sangría empresarial.

Señalaba Daniel Lacalle que se han destruido más de 100.000 empresas en el último año, y 250 de ellas, grandes. Eso significa, no solamente que aumenta el desempleo, sino que no se recupera. Y no lo hará a menos que se creen nuevas empresas y con ellas, puestos de trabajo.

Para lo cual, es imprescindible abandonar los mantras económicos posmodernos y fomentar el ahorro y no la deuda; el trabajo y no la búsqueda de rentas; la rendición de cuentas (también económicas) y no la irresponsabilidad fiscal sin consecuencias.

Se queja, con razón, el profesor Juanma López Zafra en su último artículo Más trabajo, menos impuestos de la carga que el gobierno de coalición Sánchez-Iglesias va a poner encima de las ya cansadas espaldas de los españoles. La idea de subir el IVA a la educación y la sanidad privadas, y las medidas fiscales restrictivas al trabajo en remoto, no parecen acompasadas con la senda de la recuperación de otros países: Portugal, Francia, Alemania e Italia, menciona López Zafra.

No creo que los responsables de la toma de decisiones económicas sean menos inteligentes que Lacalle, o López Zafra, o yo, o tantas otras personas que señalamos, día sí y día también, los atropellos económicos de nuestro Gobierno.

Creo, sencillamente, que miran con las gafas equivocadas: las del corto plazo. No buscan la sostenibilidad del crecimiento, ni del bienestar de los ciudadanos, sino los gestos que permitan creer a sus votantes que sí lo hacen. Y les funciona. Porque, en general, preferimos que nos digan que si me pongo la camiseta de la suerte apruebo el examen, o que existe una pócima que cura todos los males.

De esta forma, nos hemos acostumbrado a los placebos como la mejor receta, en lugar de exigir soluciones reales, que funcionen aunque los responsables se jueguen el pellejo electoral. Y lo peor aún no ha llegado.

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