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La miseria de la estadística

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…que, en su Traité d’Économie Politique, publicado en 1803, desconfiaba de la pretendida respetabilidad que aporta la cuantificación en economía.

La reticencia de Say frente a las estadísticas no era nueva. También Adam Smith había expresado su desconfianza hacia las investigaciones estadísticas. Después de seguir los estudios de población que su amigo Alexander Webster había desarrollado a lo largo de toda su vida, éste le confesaba que el censo poblacional tenía un error de unas 250.000 personas. Desolador, después de años y años de trabajo exhaustivo y riguroso.

Hoy en día, recién inaugurada la segunda década del siglo XXI, las cautelas de los economistas del pasado parecen no tener cabida. Hemos desarrollado nuevas técnicas, nuevos métodos, nuevos procedimientos, contamos con apoyo informático, nada que ver con los rudimentos de otros siglos. Y sin embargo, día sí, día también, ministros del mismo gobierno, o representantes del gobierno y de la oposición, se enfrentan públicamente por culpa de los datos.

El último round, en concreto, ha sido por el diferente peso que Corbacho y Salgado le dan a la economía sumergida. Y cuando no, es por la interpretación de los datos del paro. O por la determinación de la tasa de crecimiento necesaria para que haya creación de empleo.

El caso es que los ciudadanos, a quienes supuestamente nos informan en las ruedas de prensa, estamos mucho más confusos tras la exposición de datos que antes. La reacción del común de los mortales, similar a la de Adam Smith, es un poco injusta porque tira por la borda el trabajo de los buenos estadísticos, que tratan con respeto los datos y matizan todo lo necesario a la hora de interpretarlos.

La estadística aplicada a la economía tiene serios problemas. Las normas que guían a la ciencia no son independientes del tipo de preguntas a las que responde. Además, la complejidad de los datos observados plantea problemas a la hora de decidir qué variable es relevante, qué suceso es destacable, qué correlación es significativa. A esto hay que sumar que no existen laboratorios en economía. Y la tendencia del observador a poner de su propia cosecha a la hora de estudiar las causas profundas de las transformaciones sociales. Demasiadas trabas como para confiar a ciegas en los datos como parecen hacerlo nuestros gobernantes.

La Nobel de Economía 2009, Elinor Ostrom, cuenta en el artículo que estudia la acción colectiva, Colective Action and the Evolution of Social Norms (2000), la importancia que tiene a la hora de asegurar la cooperación voluntaria de los ciudadanos, la posibilidad de mirarnos a la cara.

Es importante que sepamos quiénes son los gorrones y los cooperantes en la gestión de recursos de una comunidad. Pero más aún es echarles un vistazo: tirar un papel al suelo cuando todos te miran te avergüenza. El lenguaje no verbal importa. Lo cierto es que Corbacho no mira a la cara al parado que saca a su familia adelante haciendo chapuzas, si lo hiciera vería simplemente necesidad, en vez de impuestos perdidos y economía sumergida.

Es curioso que el autónomo que te ofrece un servicio «¿con o sin factura?» no se avergüenza, el cliente sabe que le puede tocar a él. Los parados tampoco tienen la oportunidad de señalar con el dedo al responsable de su drama: la crisis no tiene un culpable más allá de las cifras. En último caso, no pasa nada, se cocinan los datos que haga falta y en paz.

Como sucede en otros ámbitos de la vida del hombre, la clave está más en lo que no se puede aprehender que en lo evidente. La confianza, la empatía, el sentido común, el olfato empresarial no están representados en las estadísticas. Es cierto que por sus hechos les conoceréis y el resultado de las acciones sí se puede medir. Ahora bien, ¿cuál es el peso de la intuición a la hora de interpretar los datos? ¿Cómo aportar credibilidad a la frialdad de la estadística? Son respuestas difíciles de responder.

Como las demás disciplinas, la estadística también es limitada. Utilizarla como arma política, en muchas ocasiones, como decía Say, lleva a emprender tareas detestables y, tal vez, lleve a la ruina al Gobierno socialista.

María Blanco es miembro del Instituto Juan de Mariana y profesora de Economía en la Universidad CEU-San Pablo.
Este artículo fue publicado en Mercados, suplemento económico de El Mundo, el 31 de enero de 2010.

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