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La no vuelta al cole

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Septiembre nos trae cuadernos en blanco, largas listas de material escolar y carísimos libros de texto. Los niños apuran sus últimos días de libertad y los profesores, en algunos lares, se ponen en pie de guerra. Mientras los “agentes educativos” se ocupan de cuestiones menores, otros nos preguntamos para qué sirve realmente el tinglado escolar e intentamos discernir cuál es la mejor educación que podemos dar a nuestros hijos.

Los departamentos de admisiones de Harvard y Princeton, por ejemplo, no miran apenas el expediente académico de los aspirantes a alumnos sino que les interesa más saber a qué dedica uno su tiempo cuando puede disponer de él. Por eso les importa más conocer tus hobbies que tus calificaciones escolares. Consideran que las aficiones son la única información honesta que se puede extraer de un currículum, que son una ventana a la mente y al corazón de una persona.

Idealmente, dicen, uno debería tener al menos tres hobbies: uno físico, uno intelectual y otro social. La actividad social debería aportar valor a las demás personas, no sólo uno mismo. Y no, bajar al bar a tomarse unas cañas no cuenta como hobbie social. La actividad intelectual debería no estar relacionada con el currículum oficial de las escuelas, a menos que te permita llegar a dominar la materia elegida mucho más allá del nivel probablemente mediocre que te aportará la escuela. Pero donde realmente se marca la diferencia es en lo referente al hobbie físico. En las escuelas (y por extensión, en la mayoría de las familias) se valora enormemente que los niños practiquen un deporte de equipo, por aquello de bajarle el ego y de aprender a trabajar con otros. La palabra “individual” es casi obscena hoy en día. Por el contrario, en Harvard y Princeton (entre otras) valoran enormemente que la actividad física sea individual pero añaden, además, otra característica: que sea una actividad que implique un riesgo físico. Así que el tenis y el pádel quedan descartados, pues el riesgo físico es muy bajo. Debe tratarse de una actividad donde te juegues algo más que el riesgo a sufrir una tendinitis o un esguince. Algo como la hípica o la escalada, donde un error puede ser fatal para quienes los practican.

Les cuento esto porque cada año somos más las familias que, en una semana como ésta, celebramos la no vuelta al cole. Cuando comenzó el verano no nos preguntamos qué diablos íbamos a hacer tantas horas al día con los niños en casa, durante tantas semanas. No suspiramos porque alguien los quite de nuestra vista. Al contrario, los hemos tenido para estar con ellos y hacernos cargo. Ahora empieza el curso escolar y nuestro ritmo no tiene porque ser diferente. No habrá peleas a la hora de acostarse, no habrá madrugones ni llantos. Compraremos el material que queramos o que necesitemos, sólo dentro de nuestras posibilidades, sin que nadie nos imponga de qué color ha de ser la libreta de los dictados. Eso si decidimos tener una libreta de dictados. Grandes y pequeños elegiremos las actividades a las que queremos dedicar nuestro tiempo este año, juntos o por separado. Tal vez sigamos los consejos de Harvard y Princeton.

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