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La trampa de la «reconstrucción»

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«Why do you build me up buttercup, baby just to let me down and mess me around?» Mike D’Abo

En solo una semana, el INE, el Banco de España y la OCDE nos han recordado la extrema debilidad de la economía española, el fracaso del mando único y el efecto devastador del cierre forzoso de la economía por decreto y sin coordinación.

Según la OCDE, la economía española lideraría el desplome económico mundial. En el escenario más adverso la economía española caería en 2020 un 14,4%, la mayor de los países industrializados, y en el escenario base un 11,1%. El Banco de España empeoraba sus previsiones con caídas del PIB de entre un 9% y un 15,1%. Lo más preocupante es el lento y difícil camino a la recuperación del empleo, con un paro del 18,1% al 23,6% en 2020 y, además, en todos sus escenarios la tasa de paro superaría en 2022 el 17,1% en el escenario más benigno y un 22,2% en el más negativo.

La recuperación del nivel previo a la crisis se retrasaría hasta el 2023 en los peores escenarios. Aunque los datos de mayo reflejan un rebote -como no podía ser de otra manera- no podemos ignorar que el efecto base tras un desplome como el de abril suele enmascarar una mejora que simplemente es insuficiente.

España no tiene peores empresarios ni peor talento o potencial que otras economías. ¿Por qué caemos mucho más y nos recuperamos mucho peor? La excusa del turismo no es del todo válida. Países como Grecia o Portugal, donde el turismo es clave para la economía, caerán menos y se recuperarían antes. Además, si hay algo que el maravilloso sector del turismo español ha demostrado es que se adapta a situaciones de crisis y entornos difíciles de manera admirable.

España se enfrenta a las crisis con mayores dificultades porque tenemos empresas más pequeñas que la media de nuestro entorno, más paro y una alta economía sumergida.

Todos estos factores tienen un tronco común: una fiscalidad normativa que se sitúa entre las menos competitivas de la Unión Europea y la OCDE y una batería de escollos burocráticos y administrativos a la inversión y el empleo que son difíciles de encontrar en países similares.

El coste y problemáticas a la hora de contratar se añade una administración que trata a los agentes económicos como cajeros automáticos, una burocracia a la que le parece normal que se tarden dos años en recibir una licencia para operar, que le parece normal que el empresario y emprendedor español pase más tiempo cumplimentando trámites burocráticos que la media de nuestro entorno, según PWC y EY, y además que encima le digan los políticos que pagan pocos impuestos con el subterfugio de que recaudamos «poco».

España recauda ópticamente menos que la media de la Eurozona porque tiene más paro, empresas más pequeñas y más economía sumergida. En vez de atacar esos problemas, los políticos siempre se lanzan a aumentar el esfuerzo fiscal de los que sobreviven al expolio.

Ahora, los mismos que exigen economía de guerra a los creadores de empleo y familias mientras mantienen subvenciones y administración política de bonanza, nos dicen que ellos -ellos- van a liderar la reconstrucción. Un grupo de personas que jamás ha creado un puesto de trabajo va a ser responsable de la reconstrucción. ¿De verdad? ¿Reconstrucción?

Primero, ignoran los riesgos de la epidemia, luego gestionan mal lo que se supone que es su competencia estelar -la sanidad- y posteriormente imponen el cierre forzoso de la economía más imprudente y descoordinado de las economías de nuestro entorno. Después, ponen escollos a la inversión y la atracción de capital que pueda ayudar a fortalecer la recuperación con leyes intervencionistas y amenazas constantes. Y entonces, con esa generosidad con el dinero de los demás que solo un burócrata puede tener, se presentan como la solución.

España podría recuperar el empleo rápidamente si eliminasen la brutal subida de los impuestos al trabajo escondida bajo el subterfugio del SMI, pero no. España podría recuperar rápidamente la capitalización y fortalecimiento de las empresas en dificultades si redujesen los enormes impuestos y escollos a la inversión, pero no. Las empresas españolas podrían adaptarse al entorno incierto, como lo hacen cada día en tantos países, si tuvieran protocolos claros y serios, pero no.

España no necesita un comité de reconstrucción y mucho menos uno liderado por políticos dirigistas que jamás han creado una empresa. No hay nada que «reconstruir».

El tejido industrial, el talento, la capacidad inversora y la tecnología están intactas. No hace falta que nadie dirija la reconstrucción. Las empresas españolas saben perfectamente gestionar entornos complejos cuando no se les ponen todavía más escollos y trabas.

No es un problema de incertidumbre, sino de certidumbre. Las empresas invierten todos los días en un entorno de incertidumbre y lo incorporan a sus análisis de riesgo. Unas triunfan y otras fallan. Eso es el progreso. El problema de España es que a la sana incertidumbre económica y riesgo empresarial se añade la certidumbre de las políticas extractivas que nos quieren imponer y la inseguridad jurídica que quieren implantar.

España no necesita un comité de reconstrucción. Necesita que los miembros de ese comité se vayan de vacaciones, dejen de poner la zancadilla a la iniciativa creadora de empleo y que el gobierno permita a los agentes económicos creadores de riqueza fortalecer el país. España necesita más administración privada y menos intervención política. Solo así saldremos de esta crisis.

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