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La violencia de las ideas y la de los hechos

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Las críticas a Trump han caído en la deshumanización, que es el paso previo al crimen político.

Un hombre de 66 años, de nombre James T. Hodgkinson, acudió el pasado día 14 a la cancha de baseball de Alexandria, Virginia (junto a la capital), donde iba a tener lugar un partido sin más pretensiones competitivas que las de batir el récord de fondos recaudados para fines benéficos. Iba a participar el miembro de la Cámara de Representantes Steve Scalise, junto con otros republicanos. Hodgkinson estaba allí con una pistola de 9 mm y un rifle del 7.62, y los empleó contra los políticos del Grand Old Party. Hirió a cinco personas, entre quienes está Scalise, que a la hora de entregar este artículo sigue en condición grave.

Podría haber sido mucho peor si Scalise no hubiera ido, pues pertenece a la dirección de los Republicanos en el Congreso, por lo que iba acompañado por unos guardaespaldas de la Policía que, tras un intercambio de disparos, lograron reducir al hombre.

Hodgkinson está muerto, de modo que no podrá contarnos porqué llevó su inquina contra los republicanos a la comisión de un crimen múltiple. Su mujer ha declarado que “no tenía ni idea de que iba a hacer algo así”, pero no fue un arrebato. Lo planeó durante meses, y el pasado 24 de marzo un policía le reconvino cuando se entrenaba en un bosque cercano a su casa. 

Este tiroteo con motivaciones políticas ha provocado un debate en los Estados Unidos. ¿Hay un cable que transmita la violencia de las palabras a la de los hechos? No es una idea nueva. En septiembre de 2009, Nancy Pelosi, tomando nota de lo que decían por entonces los republicanos, afirmaba: “Tengo miedo por cierto lenguaje que se está utilizando, porque yo he visto con mis propios ojos a finales de los 70’ en San Francisco, en referencia al asesinato del alcalde, Harvey Milk. “Este tipo de retórica es muy amenazante, y crea un clima en el que tuvo lugar la violencia”, por lo que deseaba “que todos refrenemos nuestro entusiasmo en algunas de las declaraciones que hacemos”. Uno se plantea qué palabras incendiarias pronunciarían los republicanos entonces, pero ella se refería a cuando ellos creían que Obamacare suponía una amenaza para la libertad. 

Ahora, quienes tienden ese cable entre las palabras y las acciones son los demócratas. Sean Duffy, un representante republicano que estuvo en el tiroteo, dice que “mis colegas republicanos que han participado en debates ante el público han sido acosados y zarandeados” y que varios de sus colegas han sufrido escraches. Un escrache, para el que no lo sepa, es una manifestación reforzada, al igual que la CIA habla de “interrogatorios reforzados”. “Recibimos amenazas de muerte. Amenazan a nuestras familias. Y puedes ver cómo los medios de comunicación se ríen de la violencia que se ejerce contra los representantes públicos”. Y concluye: “La consecuencia natural es que haya una escalada hacia una mayor violencia”.

Es cierto que mucha gente que cree en el Partido Demócrata puede sentirse personalmente amenazada por los republicanos, si creen a los burros cuando dicen que con la reforma sanitaria de Trump morirán en las calles miles de personas. Y también lo es que las críticas al presidente han caído en la deshumanización, que es el paso previo al crimen político. 

Kathy Griffin es una de esas personas que llaman humor al odio ideológico. Recientemente se mostró ante los expectadores con una cabeza de Donald Trump desgajada del cuerpo y ensangrentada. Unos no habrán podido contener la risa, pero creo que somos más los que no hemos podido contener el asco. La reacción ha sido tan adversa que yo me pregunto qué grandes habilidades tendrá Griffin que le permitan ganarse la vida, porque parece que el lucrativo negocio del odio, que conocemos bien en España, se le ha acabado, al menos por el momento. 

La semana pasada se representó en Central Park una obra de teatro en la que Donald Trump era Julio César, y como él, moría antes de convertirse en un dictador. Sólo que el Rubicón que ha cruzado Trump es el de unas elecciones ganadas con toda legitimidad. Snoopy Dogg, un rapero que vende decenas de millones de discos, lo que en España llamaríamos “el mundo de la cultura”, representó hace meses a Donald Trump como un payaso y lo disparó en un escenario.

Loretta Lynch es la última Fiscal General nombrada por Barack Obama. Como tal, era la persona encargada de hacer que las leyes del país se cumplan. Hace sólo dos meses, Lynch (que lleva el mismo apellido que la persona de la que deriva el verbo “linchar”), se grabó a sí misma para que todo el que tenga una conexión a internet pudiese verla haciendo un llamamiento a la gente sencilla, que, “simplemente, ha visto lo que es necesario hacer”, y han apoyado los ideales “que cambian las cosas”. Y así, “se han manifestado, han sangrado y algunos han muerto”. Cómo entenderá su grey estas apelaciones a la sangre es difícil de prever. 

Según el republicano Newt Gingrich, “hemos visto una serie de cosas que señalan que está bien odiar a Trump, que está bien pensar en Trump en términos violentos, que está bien considerar el asesinato de Trump”. 

¿Qué tiene que decir Nancy Pelosi a todas estas manifestaciones de su propio pensamiento, pero expresadas por sus rivales políticos? Que son unas palabras “mojigatas”, y que quienes han envenenado el discurso político son los republicanos, desde los años 90’, cuando acusaron a Bill Clinton de perjurio, después de que éste mintiese ante un tribunal sobre sus encuentros con Lewovsky en el Despacho Oval. Pero es más que discutible que señalar a un perjuro o criticar Obamacare sean llamadas a la violencia. Y ya veremos en qué queda el millón de dólares que va a dedicar el Partido Demócrata a alimentar el fuego de este “verano de Resistencia”, como lo han denominado. 

El razonamiento de Nancy Pelosi está muy extendido. Para ella, expresar ideas que no son de izquierdas provoca la justa indignación de su grey, y desata los peores instintos de los más derechistas. El pensamiento conservador no sólo provoca la violencia, sino que constituye un acto violento, y sólo debe ser expresado en el mayor de los silencios.

En este debate, todos se equivocan. Tanto Nancy Pelosi como quienes dicen que las llamadas específicas a la violencia contra una persona, como las de Snoopy Dogg y Kathy Griffin, son una palanca que lanza a las personas al crimen. Es cierto que las ideas no son inocuas, y que los grandes crímenes de la humanidad se han cometido en nombre de las mayores aspiraciones del alma humana. Pero también lo es que el criminal, en el momento de realizar su acción, está solo. Y que cuenta con la libertad total de echarse atrás y dejar que corra el día sin su contribución al mal. La responsabilidad es por completo suya.

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