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Las amistades peligrosas: la lección de Nicolás

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Francisco Nicolás Gómez-Iglesias pasaba por un chaval pepero típico. No era un ‘borjamari’ cualquiera. Tenía muy estudiado el gesto, el tono y el discurso. Mintió, estafó y se coló en los ambientes más restringidos hasta las entrañas. Se podría fabular cómo comenzó todo. Una madre de clase media trabajadora quiere que su hijo vaya con gente bien, de derechas de toda la vida y se haga un hombre de bien. Dicen las crónicas que, efectivamente ella iba enseñando las fotos del hijo con tanto personaje importante y alardeaba: “Mira con quién va mi chico”. Y se moría de orgullo viendo a Nicolás, estudiante de CUNEF, ascender en la escala social a base de su esfuerzo y el del padre, repartidor.

Somos lo que parecemos

Cuando ella misma lo llevó a FAES no estaba mintiendo: el muchacho  era un joven con inquietudes, sin problemas graves, un niño bien, que se dice. No había razón alguna para que la gente de FAES desconfiara de esa carita de ángel de quince años, de la mano de mamá. Lo de después es otra cosa. De repente Nicolás decidió aprovecharse de las circunstancias. Puedo imaginar cuántas veces le habrán dicho: “Pareces mucho mayor”, “Hablas como un viejo”, “Eres muy maduro para tu edad”. Y en un parpadeo, explotando esa falsa percepción que proyecta sobre su entorno, lía la mundial.

La medida de su éxito es la entrevista al abogado de Manos Limpias, Miguel Bernad, defendiendo que sin duda tenía el respaldo de las más altas esferas, demostrando que la parafernalia del joven dio el pego totalmente. Deducir que un señor de aspecto corpulento, con un arma reglamentaria que dice que es Supermán, es Supermán porque su relato es típico de Supermán y por el arma, es un error de bulto. ¿De verdad solamente los exagentes tienen armas reglamentarias? Porque toda la palabrería no demuestra absolutamente nada. Y como esa, cientos de falsas impresiones han sido sembradas por quien se conoce como “el pequeño Nicolás” por el famoso cuento francés.

¿Habría podido hacer lo mismo vestido con pantalones de tiro bajo, rastas, camiseta del Ché y barba de chivo de las que se llevan ahora? Seguro que no. ¿Su efecto habría sido el mismo si, por el contrario, hubiera mostrado una imagen de hipster, con gafas de pasta y aspecto de geek? Tampoco. La apariencia pepera le proporcionó un pasaporte para trepar por los altos cargos de nuestro país, los empresarios, los banqueros, y demás personajes acostumbrados a tener una imagen pública, a tener que hacerse fotos con cualquiera a riesgo de pasar por antipático. Recuerdo en estos momentos el selfie de la reina Letizia, al más puro estilo campechano, pero renovado por las nuevas tecnologías. Y veo la foto del cabezazo real de Nicolás al rey Felipe VI el día de la coronación. Yo qué quieren que les diga. Me da la risa.

La lección de Nicolás

Pero, no se crean, se me congela la sonrisa cuando veo la reacción de la sociedad ante la noticia y lo pienso más despacio. En primer lugar, en plena campaña regional y autonómica, Nicolás ha regalado una oportunidad para hacer escarnio de los tontos que se hicieron foto con él. Podría haber sido yo, cualquier periodista o conferenciante, escritores, de derechas, de izquierdas y sin etiquetar. En fin, hasta tontos reales han picado y varias veces. Recordemos que le han detenido por hacerse pasar por agente del CNI y llamar al rey Juan Carlos. Le faltó Su Santidad para tener la colección completa. Hay que reflexionar acerca de por qué se nos ha colado este chico ¿Podríamos pensar qué habría pasado si hubiera tenido un objetivo más perverso que simplemente hacerse una foto para, a continuación, estafar a un incauto?

En segundo lugar, hace mucha gracia. Y es cómico. Para una película de Berlanga o de Santiago Segura, es cómico. Pero como realidad en mi país, no tiene tanta gracia. La facilidad con que las apariencias mandan me asusta. Me preocupa la gracia que nos hace a todos que un joven de 20 años decida que la mejor manera de ganarse la vida es la estafa y que se aproveche sin escrúpulos de la mentalidad de su entorno. Es una muestra de la miseria moral en la que nos movemos. Deberíamos avergonzarnos pero nos partimos de risa.

En tercer lugar, lo que ha hecho Nicolás ¿no es lo que le hemos enseñado? Políticos y personajes se visten, hablan y se muestran como si fueran de ésta o aquella manera para lograr votos, permanecer en el escaño o asaltarlo (como el cielo leninista de Podemos). Su comportamiento es censurable y debe pagar por lo que ha hecho. ¿Y el resto? De rositas. Y no solamente eso. Pasarán a la historia como hitos de la modernidad política del siglo XXI. 

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