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Los dueños del relato

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"Ya es hora de que tengamos igualdad de salarios de una vez por todas e igualdad de derechos para las mujeres en los Estados Unidos de América". Patricia Arquette se llevó el Oscar a la Mejor Actriz de Reparto por su papel en Boyhood. Pero su discurso fue protagonista. Probablemente, su minuto delante del atril y las imágenes de Meryl Streep y Jennifer López levantándose de sus asientos para jalearla han sido el momento más repetido de la gala de los premios de la Academia.

La actriz no está sola en su reivindicación. La polémica sobre el gender gap (brecha salarial) se ha reavivado en los últimos meses, especialmente después de que Barack Obama incluyese un anuncio en su última campaña electoral en el que aseguraba que las mujeres ganan "77 centavos" por cada dólar que cobran los hombres "por hacer el mismo trabajo". Además, el presidente de EEUU volvió sobre el tema en su Discurso sobre el Estado de la Unión del pasado año. De hecho, la Casa Blanca asegura que éste es uno de los asuntos alrededor de los que girarán los dos últimos años de su mandato.

Éste siempre es un tema polémico, en el que reina la corrección política. Cualquiera que duda de estas cifras sabe que corre el riesgo de ser acusado de querer discriminar a las mujeres. Por ejemplo, la semana pasada, en España, se publicó un informe de UGT que aseguraba que "por trabajos del mismo valor" las mujeres cobraban un 24% menos que sus colegas masculinos. Incluso aunque el estudio incluía varias tablas que desmentían sus propios titulares, el mensaje principal que llegó a la opinión pública fue el del 24%.

Especialmente en los grandes medios, es muy complicado encontrar una opinión disidente; en parte porque un economista que manifieste una opinión contraria sabe que se está metiendo en un jardín que le traerá más quebraderos de cabeza que otra cosa.

Los 77 centavos

La polémica por el gender gap se inició en EEUU en los años 60 y también en este país es donde el debate más ha crecido en los últimos años. No hay más que ver la reacción de los grandes medios norteamericanos al discurso de Patricia Arquette, en lo que ha sido una continuación de la discusión que siguió a las palabras de Barack Obama. Partidarios y detractores se enfrentan en las tribunas de la prensa con datos y argumentos.

Lo primero que hay que apuntar es que nadie duda de la famosa cifra de los 77 centavos (si tomamos como referencia cada dólar que obtiene un hombre). Del mismo modo, en España todo el mundo acepta el 24% de diferencia que el INE recoge entre los salarios medios de uno y otro sexo. La discusión está en la coletilla "por igual trabajo". Eso es lo que no está tan claro.

Los críticos presentan dos tipos de argumentos. El primero es casi de teoría económica. No tiene sentido decir que las mujeres cobran menos por hacer el mismo trabajo, porque si así fuera no habría paro femenino. Los empresarios tienen como objetivo número uno la obtención de beneficios. Por lo tanto, si un colectivo cobrase menos por hacer exactamente lo mismo, las compañías sólo contratarían a integrantes de ese colectivo, porque eso dispararía sus ganancias frente a la competencia.

Esto tiene su reflejo en las cifras de casos reales demostrados de discriminación. Tanto en EEUU como en España los ministerios correspondientes han abierto numerosos expedientes de investigación, pero sólo han encontrado situaciones de discriminación en un porcentaje pequeñísimo de los casos. Por ejemplo, según la Equal Pay Act, en 2014la Comisión de Igualdad de Oportunidades del Gobierno norteamericano emitió 1.024 resoluciones. Sólo 79 (un 7,7%) implicaron una sanción. En España, en 2009, el Ministerio de Igualdad de Bibiana Aído realizó un estudio similar con datos de las inspecciones del Ministerio de Trabajo.

Sus conclusiones fueron: "De las 241 empresas analizadas, sólo en 12, menos del 5%, ‘se observa discriminación salarial’. Si tomamos a los trabajadores, de los 46.239 estudiados, sólo se discrimina a 590 (el 1%), de los que ¡245 son hombres! De hecho, en 2009 sólo hubo 7 ‘infracciones por discriminación salarial". Tanto en el caso estadounidense como en el español hay que tener en cuenta que hablamos de departamentos que tienen como objetivo la lucha contra la desigualdad. Es decir, puestos a que exista un sesgo, no sería el de minimizar estas cifras.

El segundo gran argumento contra los 77 centavos es que esta cifra no mide trabajos de igual valor. La explicación de la diferencia sería que hombres y mujeres tienen carreras profesionales diferentes. Independent Woman Forum (un think tank estadounidense conservador) recuperaba este vídeo (en inglés, 3 minutos de duración, pero muy claro en su exposición) tras el discurso de Arquette.

En la misma línea, hace unos meses, el fact checker de The Washington Post criticaba con dureza a Barack Obama por este tema. Este columnista, una especie de defensor del lector, cuestiona la afirmaciones de los políticos con una tabla de sanciones que van de uno a cuatro Pinochos, según el nivel de manipulación de sus palabras. Pues bien, al presidente norteamericano le daba dos pinochos (significativas omisiones o exageraciones) rozando el tercero (errores de facto significativos o contradicciones obvias).

Este artículo del Post es interesante porque resume bastante bien los argumentos contra la brecha salarial desde una posición no combativa. Básicamente recopila los datos que existen para explicar esta diferencia. Las siguientes son algunas de sus conclusiones más interesantes:

  • Entre hombres y mujeres solteros, la brecha salarial desaparece virtualmente. Incluso sin atender a otras consideraciones, ellas ganan 96 centavos por cada dólar de ellos.
  • Las mujeres tienden a escoger trabajos peor pagados pero con superiores beneficios sociales (por ejemplo, más flexibilidad en los permisos de paternidad o maternidad).
  • Nueve de las diez titulaciones mejor pagadas son mayoritariamente masculinas (los hombres son más del 50% de los alumnos de estas carreras). Al mismo tiempo, nueve de las diez titulaciones que dan paso a los trabajos peor pagados para universitarios están dominadas por mujeres.
  • Incluso en la Casa Blanca existe una brecha salarial del 9%. Es decir, las mujeres ganan 91 centavos por cada dólar de los hombres. Cuando se le preguntó, el portavoz de Barack Obama se quejó de que esa cifra era injusta, porque sólo media el agregado, sin tener en cuenta las circunstancias de cada trabajador… exactamente lo mismo que se puede decir de los 77 centavos que su jefe tomó como lema de campaña.

El resumen es que la mayor parte de la brecha salarial puede explicarse por las diferentes elecciones que hombres y mujeres hacen a lo largo de su carrera profesional. De hecho, ni siquiera hablamos de hombres y mujeres en general, porque las diferencias llegan con el matrimonio y los hijos. Por ejemplo, este artículo de Time recoge una sorprendente estadística: "En 147 de las 150 mayores ciudades de EEUU, los ingresos salariales medios de las mujeres de menos de 30 años solteras son un 8% superiores que los de los hombres en su misma situación".

¿Por qué, entonces, hay esa disparidad en el agregado de hombres y mujeres? Pues porque una vez que se casan y, sobre todo, tienen hijos, "hombres y mujeres escogen diferentes carreras [mejor pagados los sectores masculinos], ellos trabajan más horas a la semana y acumulan más experiencia porque no tienen interrupciones a lo largo de los años [sobre todo para el cuidado de familiares, tanto menores como ancianos]".

La discusión

No todos están al 100% de acuerdo con este razonamiento. En este artículo de The Wall Street Journal publicado a raíz de las palabras de Obama, Gary Burtless, economista del Brookings Institution (un think tank que podría calificarse como centrista dentro de la política norteamericana), asegura: "Nunca he visto a nadie que haya hecho un estudio equilibrado que no logre encontrar que existe una cantidad de discriminación residual contra las mujeres. Una diferencia que no puede ser atribuida a explicaciones inocentes [como las horas trabajadas o el sector escogido]".

Un informe oficial realizado por el Departamento del Trabajo durante la etapa de George W. Bush establecía que la brecha salarial real (es decir, no explicada por factores objetivos) por hora trabajada era del 5%. Como vemos, hay economistas que defienden que sigue habiendo un pequeño margen no explicado en las diferencias salariales hombre/mujer. Eso sí, ya no es el 23%. Es una cifra muchísimo más reducida.

Los anteriores datos no terminan con la discusión, pero la sitúan en un contexto diferente. En EEUU, hay otra cuestión que ha ocupado el centro del debate en los últimos años. Probablemente sea más interesante que el mero cálculo de salarios medios como incluso se admite en este artículo de Hanna Rosin en Slate (una de las referencias de los progresistas estadounidenses). Podríamos resumir sus principales argumentos:

  • Si tienes en cuenta las diferencias en las carreras profesionales, "la brecha salarial es de 91 centavos frente a un dólar".
  • Rosin asegura que el punto importante no es la desigualdad salarial. Las mujeres no deberían centrarse en una "estadística mal enfocada" porque pierden de vista el verdadero reto. La estadística del 91% sugiere problemas mucho más profundos: ¿Escogen nuestras mujeres profesiones peor pagadas o nuestro país valora menos las "profesiones femeninas"? "¿Por qué las mujeres trabajan menos horas? ¿Es discriminación o, como dice la economista Claudia Goldin, un resultado de elecciones racionales de hombres y mujeres?"
  • La escritora recoge un estudio de Goldin y Lawrence Katz, los estudiantes de MBA de la Universidad de Chicago entre 1990 y 2006 mostraban pocas diferencias en cuanto a sus salarios al año de terminar sus estudios. Pero 10-15 años más tarde, el margen se ampliaba al 40%, "casi todo debido a interrupciones en la carrera e menos horas trabajadas. La brecha se ampliaba cuando estas graduadas se casaban con hombres graduados también en un MBA".
  • Por eso, cree que lo preocupante es la "más profunda y sistemática discriminación en las políticas familiares. O de mujeres dando por supuesto que ellas tienen que dejar sus carreras. O mujeres decidiendo que están mejor preparadas para ser enfermeras o profesoras que doctores. Y, en esta discusión, que es mucho más complicada, tienes que dejar espacio para que cada uno elija libremente [y admitir] que quizás las mujeres simplemente no quieren trabajar como los hombres".

Las propuestas

En este terreno de juego, la discusión ya no es tanto sobre la cifra de la brecha, que parece claro que no existe o es muy pequeña si lo que medimos es "el mismo trabajo" o las mismas circunstancias. La clave estaría en las causas que provocan esa diferencia en las carreras profesionales. También en este tema podemos encontrar dos posiciones enfrentadas.

Por un lado, están los que piensan que las diferencias en los sueldos se deben a las elecciones que libremente hacen mujeres y hombres. Los que así opinan recuerdan que incluso en los países más avanzados en este tema, como los nórdicos, las mujeres siguen siendo un porcentaje relativamente bajo de directivas o miembros de los consejos de administración (entre el 25 y el 30%).

En estos países, hombres y mujeres tienen muchas de las facilidades que siempre se han pedido para conseguir la igualdad entre sexos (permisos de paternidad, guarderías públicas de alcance casi universal, etc…) Pues bien, incluso así, el porcentaje de mujeres que escogen reducción de jornada, que interrumpen su carrera o que escogen los sectores con salarios más bajos es muy superior al de los hombres.

En este sentido, cuando se plantean estos temas se habla de que las mujeres "renuncian" a sus carreras. Hay quien prefiere dar la vuelta a esta visión y hablar de "prioridades". Desde esta perspectiva, no tendría nada de malo que haya más o menos mujeres en un sector determinado o en los consejos de administración si eso es resultado de que sus prioridades, en su vida y en su carrera, son diferentes a las de sus compañeros masculinos. Para los que así opinan, no habría nada más que hacer desde el punto de vista legal. Ni todas las mujeres ni todos los hombres se comportarán igual y la estadística no recogerá más que el sumatorio de sus decisiones.

En el campo contrario, están los que se preguntan si realmente las mujeres son libres cuando toman estas decisiones o están tan condicionadas que no puede hablarse de una prioridad real. El ejemplo sería el de un matrimonio con hijos que trabaja en la misma empresa; ambos reciben una oferta similar para un ascenso y se plantean que sólo uno de ellos puede aceptar, porque es necesario que el otro cubra el frente familiar.

Las estadísticas dicen que en una situación como ésta, más del 90% de las veces sería el marido el que aceptaría el ascenso. Los que defienden que sigue habiendo una discriminación implícita en la sociedad se preguntan: ¿de verdad hay tanta disparidad? Su respuesta es que este matrimonio sabe que el Consejo actual es un 90% masculino por lo que creen que será el marido quien tendrá más posibilidades de seguir avanzando en su carrera.

Así, toman la decisión de que sea ella la que dé un paso atrás, pero no tanto porque quiera el ascenso menos que su pareja, como porque siente que no se la tratará igual en un futuro. Es decir, está tomando una decisión económicamente racional para su familia empujada por un sesgo exterior que no controla.

Los que defienden esta postura sí piden que los poderes públicos intervengan para compensar esa supuesta desigualdad de origen. La propuesta más conocida es la de igualar la duración del permiso de paternidad y maternidad y hacerlos obligatorios, para así limitar el posible miedo de la empresa a contratar o ascender a una mujer antes que a un hombre.

El problema es que con una medida así quizás lo que se podría es generar un miedo a contratar o ascender a cualquier persona con probabilidades de ser padre o madre (es decir, extender la discriminación a cualquier joven con pareja estable), con el efecto indirecto, no buscado y peligroso de desincentivar los matrimonios y la natalidad.

Otra alternativa es la que se ha planteado en Italia, el país europeo en el que las mujeres estaban menos representadas en los consejos de administración. Hace unos años se aprobó una nueva norma que obliga a las empresas cotizadas a tener un 33% de presencia femenina en su máximo órgano de decisión, pero sólo durante nueve años (Fedea presentó hace unas semanas en Madrid un estudio sobre la implantación de la ley).

El punto de partida de los defensores de la norma es que no puede ser que sólo el 5% de los miembros de los consejos de administración sean mujeres, como pasaba hace unos pocos años. Esto no puede deberse sólo a que las italianas tengan prioridades diferentes a sus colegas masculinas, sino que tiene que haber algún tipo de discriminación.

La idea de imponer cuotas temporales es que una vez que se logre la igualdad (aunque sea a la fuerza) ésta se mantendrá sin necesidad de que la ley obligue a ello. Los partidarios de la medida, además, creen que tendrá efectos beneficiosos no sólo en los consejos, sino en todos los niveles, a través de un efecto cascada.

Los críticos con la norma alegan que limita la capacidad de las empresas para regirse con autonomía y que sólo tendrá un efecto cosmético (más mujeres en el Consejo, la parte más visible de una empresa) sin que eso se traduzca en cambios en las posiciones intermedias. Además, alertan de que las normas temporales tienen una sorprendente tendencia a hacerse permanentes, pervirtiendo de esta forma sus objetivos iniciales.

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