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Menos proselitismo y más pedagogía

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“Menos proselitismo y más pedagogía” es lo que escribió mi padre en el apartado del boletín de notas de secundaria reservado a las observaciones de los padres de alumnos. El comentario iba dirigido al profesor de catalán, que tenía por costumbre hacer exámenes con preguntas de claro contenido ideológico. Antes, por supuesto, se había encargado de falsear la historia a su conveniencia, así que había que hacer el examen mintiendo y tapándose la nariz o suspender. Yo prefería suspender. Habría preferido que, para calificar nuestras aptitudes lingüísticas, nos hubieran hecho un dictado extraído de alguna obra de Pere Calders o Mercè Rodoreda, por ejemplo; o que nos hubieran pedido una redacción sobre nuestro libro preferido, sobre lo que habíamos hecho el verano anterior o sobre cualquier otra cuestión libre del sesgo ideológico. Pero no teníamos esa opción. 

Curiosamente, cuando llegué a Barcelona resultó que mis profesores de bachillerato valoraban enormemente que escribiera usando la variante balear. Me permitían usar las expresiones y el léxico propio del menorquín, algo que siempre entendieron como una riqueza cultural. Se sorprendieron al saber que en esta isla tan pequeña existen dos sistemas vocálicos, que cada pueblo tiene su léxico específico y que en Mallorca y en Ibiza se habla de otras formas. Jamás en Cataluña me dieron una tarea o una pregunta de examen con contenido ideológico, y no dudo que mis profesores tenían sus propias ideas sobre el nacionalismo catalán y sobre el nacionalismo español. Nunca supe cuáles eran esas ideas porque esa gente se dedicaba a hacer pedagogía. No sé si a día de hoy las cosas han cambiado en la Ciudad Condal, aunque intuyo que sí. Lo que sé es que por otros lares una buena parte del cuerpo docente es más papista que el papa. Son los mismos que piden pactos por la educación cuando no gobiernan los suyos pero que imponen su limitada cosmovisión cuando tienen el poder. Los mismos que aplauden la destitución de un cargo puesto a dedo por una expresión inadecuada en las redes sociales pero que aplauden igualmente que en cierto canal de televisión se dispare contra el Rey de España o se pida la muerte de quienes no comulgan con sus ideas. Los mismos que tergiversan la historia llegando a creerla, los que han conseguido que los abuelos menorquines y que los payeses menorquines pasen por ignorantes a ojos de los niños por no hablar como los manuales dicen que hay que hablar. 

Las Islas Baleares son las nuevas colonias, pero no por méritos propios de una Cataluña imperialista sino por la traición de quienes supuestamente habían de defender otras ideas. Esa aberración llamada “normalización lingüística” se la debemos al Partido Popular de Gabriel Cañellas y a la pasmosa pasividad de quienes les han seguido votando. Porque nada hace tanto daño a una cultura y a una lengua como la combinación explosiva de la cobardía de quienes imponen a golpe de decreto y la vileza de quienes se erigen en únicos y legítimos defensores de una noble causa por la que cincelan los tiernos cerebros de nuestros niños.

La izquierda balear, catalanista por definición, pelea en las redes sociales con los populares, supuestamente españolistas pero ignorantes de que la catalanización de las islas la oficializó su propio partido. Unos y otros evidencian su bajeza moral al caer en la descalificación personal y el insulto gratuito. Los datos y los argumentos brillan por su ausencia. En las aulas, mientras tanto, se sigue sustituyendo a la pedagogía por el proselitismo.

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