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Natalidad, alternativas y economía: o la milonga de las guarderías

Publicado en Libertad Digital

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Si la tasa de natalidad sube como si sigue igual (o incluso si baja) será mucho más por un cambio de mentalidad que por decisiones políticas.

Siempre escuchamos que España es el país de Europa que tiene la peor política de apoyo a las familias. Yo creo que una política auténticamente democrática debe contribuir a que la gente tenga los hijos que quiera.

Hace algunos años, la gente tenía los hijos que quería. Ahora, la precariedad de los trabajos, la falta de ayudas públicas y la falta de servicios como las escuelas infantiles hace que la gente no pueda tener hijos. El Estado español no puede seguir siendo espectador de las políticas de natalidad.

En España tener un hijo es, a medias, un milagro y una maldición.

Octavio Granado, secretario de Estado de la Seguridad Social. Santander, 8 de julio

No ha sido el primero ni será el último. Pero Octavio Granado hizo, el pasado lunes en Santander, un resumen casi perfecto del pensamiento políticamente correcto sobre pensiones, inmigración y natalidad. El mantra que nadie discute. El pretexto que nos justifica. El meme que nos tranquiliza.

Seamos sinceros: la excusa económica es absurda, al menos tal y como nos la cuentan. Nos gusta porque nos quita responsabilidades. Nos dicen que no tenemos niños porque no podemos, porque es muy complicado, porque en estos tiempos es imposible… El problema es que es mentira. Hace 50 años, el PIB per cápita en España era menos de la mitad que el actual. Y teníamos más del doble de hijos por mujer.

En nuestras sociedades, en la Europa de 2019, sigue habiendo colectivos que tienen muchos más de esos 2,1 hijos por mujer que aseguran el reemplazo generacional. No son, precisamente, los más pudientes. Al contrario, son los inmigrantes y miembros de otras minorías los únicos que mantienen un nivel de natalidad similar al de hace unas décadas.

Y en nuestro mundo, más allá de las fronteras de esta Europa que envejece año a año, también hay países (pocos) que mantienen tasas de natalidad razonables. No es necesario mirar a África, con los problemas asociados a la pobreza. En muchos países de América, Asia u Oceanía, en ocasiones en lugares con una renta similar a la nuestra y en otros de renta más baja, tienen bastantes más hijos.

Por cierto, que la milonga ésta de las guarderías no es exclusiva de España. Hace unos días, The Economist también reincidía en el mismo tema. Esta vez con Alemania, celebrando una mínima subida en la tasa de natalidad (minimísima y que, más de la mitad, se debe a los inmigrantes llegados en los últimos años).

Pros y contras

No es el dinero. Nos gustaría que fuera así, quizás para tranquilizar nuestra conciencia. Pero no es verdad. No tenemos más hijos porque no queremos tener más hijos. No le den más vueltas.

Tener hijos tiene numerosos aspectos positivos. Sé que suena un poco cursi, pero seguramente el principal es la satisfacción que produce, cada día, verlos crecer. Enseñarles y que aprendan. Saber que estás influyendo, esperas que para bien, en cómo será ese ser humano que en algún momento se convertirá en un adulto.

Luego está esa idea un tanto difusa, pero tan importante, de dejar algo tras de ti. Que se note tu paso por el mundo. Eso que tanto inspiró a nuestros antepasados de que lo importante no eres tú, sino la continuidad de los que vinieron antes y vendrán luego. La herencia recibida y la que dejarás, el legado, la continuidad de la familia, el linaje…

Por último, también hay un aspecto económico: una de las razones por las que nuestros tatarabuelos tenían 6-7-8 hijos era porque necesitaban alguien a quien dejar sus tierras y tareas, alguien que les ayudase primero y que luego les cuidase cuando ellos ya no fueran capaces de valerse por sí mismos.

A cambio, los hijos también tienen su lado negativo. Por ejemplo, lo de las alegrías que dan y todo eso es muy bonito… pero cuidado, criar un niño es agotador (y no me quiero ni imaginar lo que es lidiar con dos o tres adolescentes). Hay días, y momentos de cada día, en que te preguntas si merece la pena, si no eras más feliz con 25 años cuando no tenías preocupaciones o si no estarán mejor tus amigos sin hijos, de vacaciones en Tailandia.

Porque ésa es otra. Un hijo te limita. Y mucho. En tiempo y en posibilidades. Tienes menos tiempo libre y menos cosas que hacer en esos momentos de tranquilidad. Además, también te genera problemas en el trabajo, porque te impone obligaciones y restricciones que otros compañeros no tienen.

Y luego, también, no hay por qué ocultarlo, está el tema del dinero. Porque nuestros tatarabuelos hacían las cuentas con lo que sus vástagos podían ayudarles en el campo. Pero en 2019, en España, tener hijos, en el corto plazo, para muchos es simplemente un gasto extra.

Los datos

Todo suma y no hay una causa única. Sí, podríamos tener una política de familia que mereciera ese nombre. Pero miren los datos de los demás países europeos. Ni con guarderías ni sin ellas. Ni sueldos altos ni bajos. Nadie llega a esos 2,1 hijos por mujer que aseguran el reemplazo. Si quitamos a los inmigrantes, contando sólo a los europeos de origen, probablemente ningún país alcance los 1,6-1,7 hijos por mujer. Hay países, como Holanda, en los que casi la mitad de los trabajadores tiene un empleo a tiempo parcial (y mayoritariamente de forma voluntaria), con las opciones para conciliación que eso supone. Pues ni con eso. Podemos seguir mintiéndonos, pero no nos acercaremos ni un milímetro a la solución.

Lo resumo con tres datos que me ha enviado, en los últimos días, Alejandro Macarrón, la persona que más y mejor ha escrito sobre esto en España en los últimos años:

  • «Si se mantuvieran las pautas de fecundidad del año pasado en los próximos lustros, el 38% de las españolas no tendría nunca ni siquiera un hijo (no hay datos de los hombres, pero serán iguales o ligeramente peores). Entre las CCAA donde más mujeres no tendrían nunca un bebé propio: 46% en Canarias; 42% en Galicia; 41% en Asturias, Castilla y León, Castilla La Mancha y La Rioja. En el otro extremo, sólo el 31% de las murcianas y el 36% de las andaluzas no tendrían ni siquiera un hijo en su vida. La falta de descendencia de un número creciente de españoles, que se traducirá entre otras cosas en mucha mayor soledad y falta de cariño familiar, algo especialmente duro cuando seamos mayores, alcanzó cotas tremendas en 2018. Que haya algunas personas sin hijos es algo normal. Siempre ha ocurrido y ocurrirá. Pero cuando tantísima gente a la vez no tiene ni uno, es algo sobrecogedor».
  • «Si multiplicamos los nacimientos por la esperanza de vida nos sale, más o menos, hacia qué tamaño tendería una determinada poblaciónsi no hubiera flujos migratorios externos netos ni variase la esperanza de vida. A nivel nacional, los españoles autóctonos, por los nacimientos de 2018, tenderíamos a ser unos 23 millones nada más (ahora somos algo menos de 39 millones). Sumando la aportación de los inmigrantes, la población tendencial de España sería de 31 millones de habitantes, desde los casi 47 millones actuales. Si cada año siguen naciendo menos niños que el anterior en toda España, esas poblaciones tendenciales serán cada año menores. Como seguramente seguirá creciendo la esperanza de vida, el decrecimiento futuro de la población sería algo más lento, pero a cambio estaría aún más envejecida«.
  • «El porvenir de Europa languidece, al registrar en 2018 la UE a 27, sin Reino Unido, el menor número de nacimientos desde hace muchas décadas. Las series de Eurostat empiezan en 1961, cuando los bebés fueron un 58% más que ahora, con un 21% menos de población. Y la diferencia negativa entre nacimientos y muertes fue en 2018 la mayor en siglos, en años sin guerras o grandes epidemias».

Esta es la realidad. Y lo primero es preguntarnos si queremos una solución. Porque la sensación que yo tengo es que al 90% de los que me rodean, sobre todo si son de mi generación o más jóvenes, esto les da bastante igual. Sólo hay cierta inquietud por las pensiones, por quién las pagará.

En España, como en el resto de los países ricos, la prosperidad del último medio siglo y los cambios tecnológicos se han traducido en un desplome de la natalidad. Pero no es sólo que seamos más ricos o tengamos acceso a métodos anticonceptivos. Nuestra mentalidad ha cambiado. Lo que antes era un paso natural, la opción por defecto sobre la que casi no se pensaba (llegabas a los 25-30 años y tenías hijos), ahora es una alternativa más entre muchas otras. Los tres componentes positivos a los que antes aludíamos (autorrealización–legado–ayuda económica de los hijos) ya no tienen el mismo peso. Casi diría que no tienen ninguno. Quizás el primero es el único que todavía nos empuja un poco: los que somos padres sabemos que, a pesar de las apariencias, tu vida es mejor y tú eres mejor desde que tienes hijos. Los otros dos factores son marginales o, si acaso, restan más que suman.

Por cierto, otra cuestión que no se menciona: el hundimiento de las tasas de fertilidad marcha en paralelo con la salida de la religión de nuestras vidas. Algo que por otro lado tiene todo el sentido del mundo: ese legado del que hablábamos antes, ¿para qué?

Por supuesto, también el papel del Estado, ese teórico garante de nuestras vidas, que nos cuida y nos protege «de la cuna a la tumba» es también clave para explicar todo esto. Lleva 200 años queriendo sustituir a la familia y, en la cabeza de muchos, lo está consiguiendo. Otra cosa son las consecuencias que esto tenga a medio plazo. Porque con 70 años, lo que quieres es alguien en quien apoyarte y que te quiera, no un burócrata que te paga una prestación.

Coste de oportunidad

Mientras los factores positivos pierden peso, los otros cada día son más importantes. Los economistas nos explican que el coste de oportunidad de tener un hijo cada día es más alto: por ejemplo, en términos de ocio, a lo que renunciamos es mejor. Ya no hablamos de unas vacaciones normalitas en Benidorm como en los años 60-70 (o, directamente, de no tener vacaciones como les pasaba a nuestros abuelos), ahora estamos pensando cada año en un continente nuevo que visitar. Tengo para mí que éste es uno de los elementos más importantes en la ecuación, pero del que nadie quiere hablar porque nos pone delante del espejo de un cierto egoísmo: pero es evidente que un hijo le hace una fuerte competencia a los viajes, las cenas o los conciertos.

Por la parte del empleo, pues casi lo mismo: los trabajos a los que deberíamos renunciar (en todo o en parte) son cada vez mejores y están mejor pagados. Sí, a pesar de lo que a veces se dice, nuestros empleos son mucho mejores que los de nuestros abuelos. No queremos dejarlos, ni nuestra carrera laboral futura ni tampoco la libertad económica que va asociada a la misma. En este punto, es evidente que una muy buena noticia, como es la incorporación de la mujer al mercado laboral, también es uno de los factores más relevantes para explicar la caída de la tasa de natalidad. Y es lógico que así sea. Porque lo de la conciliación está muy bien para las campañas de propaganda oficial, pero cualquier familia sabe que compaginar varios hijos y dos empleos a jornada completa es muy complicado.

Aquí entra otra variable más: a los que tenemos, les queremos dedicar mucha más atención, cuidados y dinero. No es sólo que cada vez haya más personas que no tienen ningún hijo. Aquellos que deciden ser padres lo hacen cada vez más tarde. Y en parte por eso, y en parte porque no queremos más de 1-2 hijos, las familias con más de 3-4 hijos empiezan a ser casi una rareza.

Además, somos mucho más cortoplacistas. En todo. En lo que hace referencia a nuestros deseos (lo queremos aquí y ahora, y no queremos renunciar) y en nuestra aproximación a la familia y a lo que esta significa. También en la alergia al compromiso y a las obligaciones que éste implica. En este punto, estoy con Macarrón cuando nos avisa sobre las consecuencias a medio plazo de una sociedad envejecida, con millones de personas de 70-80 años, con varias décadas de vida por delante y sin hijos, sobrinos o nietos en los que apoyarse y con los que compartir esa vida. La soledad será uno de nuestros grandes retos en este siglo XXI. Y en buena parte lo será como consecuencia de nuestras decisiones.

Al final, es una cuestión de elección y escasez. Es verdad que en muchas encuestas, a la pregunta de cuántos hijos querríamos tener, damos cifras más altas que la que refleja la tasa de natalidad. Pero es que esas encuestas no son reales. No lo son en el sentido de que no plantean alternativas excluyentes. La cuestión no es cuántos hijos querrías tener en genérico; la pregunta es ¿tendrías un hijo a cambio de renunciar a…? Es ahí cuando nos echamos para atrás, cuando valoramos lo que eso supone.

Todo esto no es una crítica ni un halago a las miles de personas que cada día optan por tener o no tener hijos. Siempre ha habido familias que no tenían descendencia (por elección o por imposibilidad) y eso no las hacía mejores o peores que el resto. Es cierto que a mí me gustaría que se valorase más, o al menos no menospreciase como ahora, a quien opta por tener una familia numerosa o por dejar su trabajo para centrarse en ella (sea hombre o mujer).

Por todo ello estoy convencido de que tanto si la tasa de natalidad sube como si sigue igual (o incluso si baja) será mucho más por un cambio de mentalidad que por decisiones políticas. Lo otro puede ayudar marginalmente, pero no será más que una décima aquí o allá en la tasa de natalidad. Dejemos de engañarnos. No tenemos hijos porque no queremos. Y tenemos buenas razones para ello. Las que ha explicado en este artículo son muy lógicas todas ellas. Es verdad que creo que también hay motivos excepcionales para ampliar nuestras familias y que no siempre están presentes en el discurso público. Mis amigos jóvenes saben que les insisto cada día con ellas. Pero lo que no podemos hacer es escondernos detrás de una excusa. No son las guarderías, ni los sueldos ni los alquileres. Quizás sería más cómodo pensarlo, pero también sería mentira.

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