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Podemos se hunde con el 155

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La Declaración de Independenciade Cataluña tendrá efectos políticos de enorme calado. Por fin, a España no le va a conocer ni la madre que le parió, como dijo en su momento Alfonso Guerra. Algunos pueden ser muy contradictorios. Los nacionalistas, ahora, buscan crear su republiquita para robar sin la amenaza de represión por las leyes españolas. Pero mayoritariamente se ha buscado dirigir, o influir, en la dirección de la política desde Barcelona. Ahora, ¿cuál va a ser la capacidad de influencia de unos grupos políticos golpistas en Madrit? Ni la mendaz admiración del resto de España por los nacionalistas catalanes será suficiente para redimirles.

Ese no será el principal cambio político, claro está. El sistema político español, y la propia sociedad, ha dejado que la bola de nieve nacionalista siga aumentando de peso y velocidad a cada paso, hasta arrollarlo todo. Se les ha permitido declararse como nación ya con Jordi Pujol. Se les ha permitido programar nacionalistas en las escuelas y en los medios de comunicación. Se les ha permitido violentar abierta y sistemáticamente la ley, siempre para el avance de su proyecto político. Y la única respuesta del Estado ha sido una imprudente retirada. La declaración de independencia es un corolario no sólo previsible, sino inevitable.

La aplicación del 155 lo cambia todo. Acaba con el espectáculo de los nacionalistas dando pasos adelante, pero nunca atrás. Sienta un precedente que es igual de válido para el País Vasco, para Galicia, para Baleares, para Valencia, para Canarias. Impide desconocer los mecanismos de destrucción de la convivencia y de fomento del odio a España, que sólo son posibles vulnerando, además, la libertad de los ciudadanos. No es casualidad el hecho de que, por vez primera, se hable en el Congreso del adoctrinamiento nacionalista en las escuelas. Hace visible al Estado a millones, sí, millones de ciudadanos que se sienten desamparados sólo por reconocerse españoles en España. Todo este proceso, además, ha fortalecido la figura del Rey y le ha dado muchos españoles la oportunidad para quitarse el complejo de serlo.

Todo ello son malas noticias para Podemos. Este es, también, otro de los cambios políticos de calado que va a vivir España, y en un plazo relativamente breve. La crisis del intento de secesión catalana era la ocasión perfecta para la estrategia leninista de Pablo Iglesias, que he explicado en estas páginas. Como Lenin con Finlandia, Iglesias y su banda han apoyado la secesión de Cataluña porque al hacerlo todo salta por los aires. La Constitución, las leyes, la convivencia, todo. Y en una situación así es más fácil encontrar una vía alternativa para la constitución de una República que, como ellos mismos dicen, enganche la historia de lo que quede de España con la Segunda.

Pablo Iglesias, cuando hablaba ante los suyos, cuando hablaba sin mentir, dijo: “La identidad España, para la izquierda, una vez que terminó la Guerra Civil, está perdida. No sirve para hacer política en Cataluña, en Galicia y en el País vasco, y es un agregador con el que gana la derecha”. Y por si no quedara suficientemente clara su idea, terminó aquél seminario en la Universidad de La Coruña, en septiembre de 2013, diciendo: “La respuesta es que no hay nada que hacer; perdimos la guerra”. Esta idea es clave. España, la vieja España, es una realidad histórica que nos une como sociedad. Y todo lo que nos fortalezca, todo lo que nos una, todo lo que suponga una oportunidad de avance por medios pacíficos, supone un obstáculo para los planes de Iglesias et al.

Esta es la oportunidad de los nacionalistas catalanes. Tienen que ganar la batalla y lograr que Cataluña sea independiente. Si no lo hacen, y no lo harán, habrán arruinado su futuro político. Lo mismo se puede decir de Podemos. Ya va cayendo en las encuestas. Y es sólo el comienzo de una carrera hacia la irrelevancia política del PCE en la democracia española.

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