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Repartir el crecimiento

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Creer que esa mejoría se debe a acuerdos corporativistas o a medidas políticas y legislativas es una fantasía.

Los políticos insisten en que ahora que la economía española crece, es el momento de subir los salarios, para “repartir el crecimiento”. Así ha sido interpretado el acuerdo firmado recientemente por los sindicatos y la patronal, que contempla una subida de salarios del 2 %, más otro 1 % variable, e incluye también el aumento de los salarios más bajos hasta los 1.000 euros mensuales por catorce pagas.

Nadie en su sano juicio puede lamentar que mejoren las retribuciones de los trabajadores, pero creer que esa mejoría se debe a acuerdos corporativistas o a medidas políticas y legislativas es una fantasía. El crecimiento de los salarios se basa en la productividad del trabajo: si ésta no aumenta, los intentos de elevar los sueldos mediante negociaciones y leyes rara vez darán un buen resultado colectivo.

En consecuencia, conviene facilitar la acción de los trabajadores y los empresarios, bajando los impuestos y removiendo los obstáculos que la legislación impone a sus actividades y negocios. Desgraciadamente, no son esos los vientos que soplan, sino más bien los contrarios, puesto que el acuerdo firmado apunta a revertir la flexibilización laboral lograda en los últimos años.

Políticos, sindicalistas y dirigentes empresariales pretenderán colgarse medallas por el llamado “diálogo social”, pero no está nada claro que una mayor rigidez vaya a beneficiar al empleo. Es posible, en cambio, que las subidas salariales no tengan un coste alto en términos de contratación, primero, porque los salarios se han contenido en la crisis, y, segundo, porque el horizonte inflacionario es mayor que antes.

Lo de “repartir el crecimiento” es una antigua falacia que nos remonta al gran economista inglés John Stuart Mill, que la planteó por primera vez en sus Principios de 1848. En realidad, la economía no crea primero riqueza y después la distribuye, sino que la distribuye cuando la crea. Por eso las personas más productivas ganan más que las menos productivas, y los empresarios que satisfacen mejor las necesidades de sus clientes ganan más que los que no lo hacen.

Actuar como si la riqueza se creara y estuviera allí, lista para que los políticos y los grupos de presión la repartan, acarrea el grave peligro de conspirar contra su crecimiento y, por tanto, contra el bienestar de todos.

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