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Trump contra el gobierno mundial

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Los científicos llegaron al consenso (es decir, a la conclusión verdadera e irrefutable) de que el mundo se está enfriando.

Desde el mismo día de la elección, todos sabíamos que había que echar al presidente Trump de la Casa Blanca. Un pensamiento muy poco democrático, pero la defensa de la democracia siempre ha ido por barrios y por épocas. Hillary Clinton está desde entonces dando vueltas sobre sí misma, con la mirada perdida, y repitiendo sin principio ni fin “yo vencí a Trump, yo vencí a Trump”. Otros exploraban la legalidad del impeachment (recusación) antes de que jurase su cargo. Aún otros fueron mucho más prudentes y pidieron su recusación desde el mismo día de inauguración de su presidencia.

Y eso que entonces no conocíamos todos sus crímenes. Que no es que los hubiera cometido, pero nosotros sabíamos que tenía ya las manos manchadas de una sangre futura. Si echarlo en contra del resultado democrático dice todo lo que tiene que decir sobre las verdaderas ideas de quienes lo quieren fuera ‘no matter what’, firmar condenas antes de que tuviese siquiera los medios para cometer atrocidades dice mucho también de la fragilidad del pensamiento que tienen infinidad de personas.

Bien, tampoco es que la política sea el ámbito más proclive a un pensamiento reposado, o sin reposar. Si lo fuera, seguramente Donald Trump no sería presidente de los Estados Unidos. Si alguien ha sabido manejar los sentimientos es él. El propio Trump dice que no habría llegado a la presidencia sin su cuenta de twitter, una red social divertidísima pero en la que sólo caben pensamientos de muy corto desarrollo.

La presidencia de Trump ha estado marcada por su activismo político, dicho sea en el sentido de su empeño por llevar a cabo gran parte de su programa y por el uso político, es decir, emocional, de su ejecutoria. Parte de ese programa que él presume de cumplir es dejar en la nada el Acuerdo de París, último intento de gobernar el mundo a partir del hecho de que el clima cambia.

Esta es una historia que lleva ya un tiempo. Los científicos llegaron al consenso (es decir, a la conclusión verdadera e irrefutable) de que el mundo se está enfriando, de que la causa es la acción del hombre, y de que las consecuencias serán catastróficas. Luego los científicos llegaron al consenso (es decir, a la conclusión verdadera e irrefutable) de que el mundo se está calentando, de que la causa es la acción del hombre, y de que las consecuencias serán catastróficas. Y en eso estamos.

Desde la cumbre del Clima de Río al protocolo de Kioto al Acuerdo de París, se ha escrito un relato que dice lo siguiente: Hay gases que tienen efecto invernadero, uno de ellos es el CO2, la industria lo genera, y la acumulación de ese gas eleva la temperatura global. La solución es reducir la industria. Parte del relato es verdadero, o al menos lo parece. Parece que la temperatura de la Tierra está subiendo. La acción del hombre, con las emisiones de CO2, contribuye al efecto invernadero. Y pare de contar. Porque ese efecto invernadero es sólo una de las posibles causas de la evolución de la temperatura global, y no tan determinante como otra: la actividad del sol, que es la principal fuente de energía en nuestro solitario planeta. Hay otras acciones del hombre que influyen en el clima, como el uso del suelo. La deforestación, ha restado la capacidad del globo de capturar CO2, pero en las últimas décadas el área cubierta por bosque ha aumentado.

El camino que los gobiernos han elegido para reducir el impacto del hombre en el clima es el de reducir las emisiones de CO2 poniendo límites a la industria. Es un camino muy costoso, especialmente para las economías emergentes. El desarrollo y las emisiones siguen una curva en forma de U invertida: crecen al comienzo y según la sociedad va siendo más rica, tienen más medios para adoptar tecnologías con menos emisiones. Es la llamada curva de Kuznets.

El camino de Kioto, el de París, consiste en bajar las emisiones a caponazos y es muy costoso económicamente, y más para las economías emergentes que para las desarrolladas. Además, tiene un impacto mínimo sobre el clima.

Bjorn Lomborg ha escrito un artículo científico en el que calcula los efectos que tendría la adopción (y el cumplimiento) del Acuerdo de París: Se reduciría la temperatura global en 0,0048 grados en 2100. Y con un coste económico muy importante.

Hay una alternativa: deslizarnos por la curva de Kuznets, apostar por el desarrollo económico y tecnológico y la adopción de energías más verdes. No los capones, las cuotas, las prohibiciones, los límites, sino el crecimiento económico, que nos acercará a lo que buscamos. Es fácil de entender, si uno no está aprisionado por su propia cerrazón: la riqueza nos da más medios para lograr lo que queremos. Si queremos un mundo con menos emisiones, tenemos que ser más ricos, no menos.

Si los beneficios de París son mínimos, si los costes son enormes, si hay un camino alternativo, ¿por qué hay ese empeño en seguir por ese sendero? Porque es una excusa para crear un gobierno global.

Es improbable que Donald Trump haya leído a Kuznets, aunque no lo descartaría. Pero Trump ha dado el paso de sacar a su país del Acuerdo de París por dos motivos especialmente. Uno, que él está para defender los intereses estadounidenses ahora; antes de que termine su mandato. Y, sobre todo, porque entiende que un gobierno mundial serviría a unos intereses que no son los de su país. Si Trump hubiese cedido, habría renunciado al núcleo de su programa político. No hacerlo es su gran virtud. O su gran crimen, el que todos, o muchos, se temían.

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