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Trump no entiende lo que significa EEUU para el mundo

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Es verdad que Estados Unidos carga con un peso desproporcionado de los costos de esa responsabilidad, pero eso fue lo que determinaron Roosevelt  y Truman.

¡Madre mía! El señor Donald Trump no lleva dos semanas en la Casa Blanca y ya se ha peleado severamente con Enrique Peña Nieto, presidente de México, y reñido con el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, por el asunto del TLC, y con el de Australia, Malcom Turnbull, debido al compromiso previamente firmado con Obama para trasladar a USA a varios cientos de refugiados sirios.

¿No sabe Donald Trump que los países directamente desovados por Inglaterra (USA, Canadá, Australia y Nueva Zelanda; y, claro, la madre patria británica) tienen una valiosa alianza secreta de intercambio de inteligencia (UKUSA Agreement) que peligra con esas tensiones inútiles?

No ha quedado títere o aliado con cabeza. Muchos han reaccionado con incomodidad. La canciller alemana, Ángela Merkel, y el presidente francés, François Hollande; la mitad del Reino Unido que votó (y perdió) contra el Brexit; y hasta la Unión Europea, que advirtió de que negaría el placet a Ted Malloch, embajador elegido por el presidente de EEUU (aún sin confirmar), por su desprecio a la propia UE y al euro.

Las consecuencias de estos desencuentros son múltiples, y todas muy costosas. Las 27 naciones de la UE –ya descontado el autoexcluido Reino Unido– se separarán más de EEUU en todos los terrenos, pese a las docenas de bases e instalaciones militares creadas por Washington en Europa, fundamentalmente en Alemania y, en menor grado, en Italia.

Para el presidente Trump, que viene del mundillo empresarial de los bienes raíces, donde todo se mide por la bottom line, o pérdidas y beneficios, esos países han vivido de la protección americana sin aportar lo que les corresponde, acaso porque no entiende que USA estaba pagando por un escudo protector internacional para no tener que pelear en territorio americano, mientras multiplicaba y repartía los blancos potenciales a los que debía hacer frente la URSS.

Esa era la estrategia de rodear al enemigo. Por una punta, se amenazaba al peligroso adversario; por la otra, se protegía a Estados Unidos.

Pasé los últimos 20 años de la Guerra Fría (1970-1990) en Madrid. Sabíamos que, si se desataba un conflicto bélico entre Moscú y Washington, la capital de España sería arrasada por los misiles soviéticos dirigidos contra la base aérea de Torrejón de Ardoz; de la misma manera que la base naval de Rota, en Cádiz, Andalucía, también sería pulverizada. En esos años la URSS contaba con más de 5.000 ojivas nucleares. Muchos más que los blancos militares, de manera que numerosas ciudades europeas y norteamericanas hubieran sido borradas de los mapas.

El problema de fondo es que Trump cree que Estados Unidos es una nación como cualquier otra, y, en tal condición, supone, debe velar por sus intereses económicos. No se da cuenta de que Estados Unidos es una entidad diferente, modelo y motor del resto de una buena parte del planeta, como en el pasado remoto lo fueron Persia, Grecia y Roma, hasta que se desplazó el eje fundamental de Occidente al norte de Europa y, posteriormente, en el Medievo tardío, a las puertas del Renacimiento, comenzó a gestarse el mundo actual con la aparición de naciones-Estado.

A España le tocó ese papel rector en el siglo XVI, antes de la Ilustración, y luego fueron Francia e Inglaterra; hasta que Estados Unidos se convirtiera en la fuerza dominante y cabeza del mundo libre desde el fin de la Segunda Guerra mundial.

Es verdad que Estados Unidos carga con un peso desproporcionado de los costos de esa responsabilidad, pero eso fue lo que determinaron Roosevelt en Bretton Woods y Truman cuando creó el Plan Marshall, la OTAN, la CIA, la OEA y el resto de los mecanismos de defensa frente al espasmo imperial soviético.

Fue ese análisis el que llevó al país a la Guerra de Corea, o a Ike Einsehower a heredar a regañadientes el rol francés en Indochina con la desastrosa guerra vietnamita que luego afrontarían Kennedy y, sobre todo, Johnson.

Con sus luces y sombras, con marchas y contramarchas, Estados Unidos ha llevado razonablemente bien «el peso de la púrpura», como le dicen los españoles al coste tremendo de asumir el poder.

Lógicamente, ese papel de primus inter pares llegará un día a su fin y el país será sustituido por otra entidad líder, pero los síntomas vitales de Estados Unidos hoy siguen siendo los mejores del mundo en los terrenos militar, científico y financiero. Lo que está fallando, debido a Donald Trump, es la comprensión histórica del fenómeno del liderazgo de su país. Y eso es gravísimo.

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