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Vacuna contra el mercado

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Un nuevo problema ha irrumpido en plena campaña. Estamos en pleno otoño y hay escasez de vacunas para la gripe en los Estados Unidos por lo que, por ejemplo, muchos colegios han tenido que renunciar a cumplir con los requisitos de inmunización contra el virus. Algo que esperaríamos de un país en vías de desarrollado, se está produciendo en la primera potencia económica mundial. ¿Cómo es eso posible? El de las vacunas, como el mercado farmacéutico en general, es complejo y está sujeto a muchas incertidumbres. La demanda es cambiante, los virus mutan con frecuencia, la producción de las vacunas es compleja, el mercado es relativamente reducido (6.000 millones de dólares dentro de los 340.000 que genera la farmacia en Estados Unidos). Pero ninguna de esas razones explica que más de 30 compañías que se dedicaban a cubrir este mercado se redujera a cuatro, hace años, y más tarde a las dos que sobreviven en la actualidad. Tampoco explica que el invierno pasado, pese a que también se produjo escasez de vacunas se quedaran sin utilizar cuatro millones de dosis, de los 87 millones que produjo la industria. Tiene que haber algún motivo que explique tamaño desajuste.

La respuesta está, como no podía ser de otro modo, en la intervención estatal. Las vacunas son adquiridas por las agencias gubernamentales a precios muy bajos, lo que deja un margen de beneficio muy pequeño a los productores. Gregory A. Poland, director del grupo de investigación de vacunas de la Clinica Mayo reconocía recientemente al New York Times que este problema "no debería sorprender a nadie. De hecho me maravillo de que todavía haya empresas que quieran permanecer en el negocio". Si por un lado el Estado paga poco y mal a las compañías, por otro regula su producción con crecientes exigencias y condiciones. La FDA (agencia estatal para los fármacos) ha obligado a las compañías a una permanente inversión en la adecuación de sus planta a sus normas, que se han hecho más estrictas el los últimos años. De este modo han aumentado los costes. Una de las dos compañías que sobreviven, ha perdido 50 millones de dólares en las tres últimas temporadas. En estas condiciones decenas de compañías han abandonado el mercado y las que quedan no producen lo suficiente como para abastecerlo. Si el encargado de distribuirlas es en gran parte el Gobierno, es lógico que queden necesidades sin atender mientras se almacenan las vacunas sin usar, cuyo coste se adjudica, además, a las compañías. Como si ello no fuera suficiente carga, las compañías se han visto obligadas a indemnizaciones excesivas e injustas.

Los efectos de la regulación van más allá de la escasez del producto, que cada año se hace más acuciantes. Con tan poco margen y tan magras perspectivas de beneficio se ha detenido la inversión en nuevos métodos de producción, como el uso de células humanas o de mono, por lo que se sigue el método tradicional, utilizando huevos de gallina. Por otro lado se sabe que la prevención por medio de las vacunas es menos costosa que el tratamiento de la enfermedad, lo que hace al sistema sanitario más caro e ineficaz. Los demócratas proponen nuevas regulaciones, es decir, nuevos problemas, mientras que George W. Bush ha prometido un aumento del gasto que no haría más eficaz el sistema ni solucionaría sus problemas más graves.

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