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¿Bravo por Obama?

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Este verano sigo con preocupación y curiosidad las noticias sobre las intervenciones "selectivas" de aviones norteamericanos en el norte de Iraq. Desde luego que las atrocidades de ese ejército yihadista del Estado Islámico merecen toda nuestra condena, a pesar de que algunos se empeñen en medio justificar su existencia debido a la ya un poco lejana invasión de Bush o la famosa foto de Las Azores. Resultaría un tanto hipócrita ponderar a Sadam Hussein (como a veces se lee entre líneas) por una supuesta tolerancia (que habría que analizar despacio) con las minorías cristianas o yasidíes que ahora son masacradas violentamente. Yo no soy capaz de comparar la perversidad de uno u otro régimen: solo puedo insistir en la necesidad de establecer sistemas de convivencia en los que se respete la libertad religiosa y civil de unos ciudadanos que, también en el ejercicio de su libertad, decidan quiénes les gobiernan y puedan remover a sus líderes de sus cargos cuando no lo hacen bien. Ésta es una lección que hemos aprendido en Occidente después de tiempo y sufrimientos, y que considero perfectamente transferible al resto de culturas, civilizaciones o creencias religiosas. Como bien ha señalado el Papa Francisco, al que me referiré enseguida, "matar en nombre de Dios es una blasfemia".

La curiosidad que les decía se debe a la coincidencia de haber sido el mismo Presidente americano, que fue elegido por su mensaje de retirar las tropas de Iraq, el que se haya visto obligado a intervenir militarmente allí mismo. Es cierto que por ahora no hay un ejército de ocupación, ni aparentemente daños en la población civil. Por otra parte, las noticias que nos llegan deben estar bastante controladas; al principio incluso escuché en la radio que apenas hubo más que un bombardeo sobre unas piezas de artillería, que se tuvo que repetir para lograr su objetivo. Últimamente parece que la cosa va más en serio, e incluso dicen que Obama se está encontrando con alguna respuesta disconforme en su país.

Confieso que los EEUU me desconciertan un poco: es una sociedad con un sentido de los derechos individuales muchas veces envidiable, pero en la que conviven al mismo tiempo los más aburridos clichés de la progresía occidental. Por eso, no deja de tener un poco de morbo que sea Obama el que haya ordenado esos bombardeos: tampoco me parece el mejor Presidente desde la óptica de quienes defendemos con pasión la libertad, pero al menos quería señalar que en esta ocasión ha sido más valiente que otros muchos (¡si no todos!) gobernantes europeos que se paralizan ante cualquier slogan pacifista que les haga perder popularidad.

¿Dirán entonces que podemos justificar la guerra? De ninguna manera: hace siglos ya dejó escrito Cicerón que en tiempos de guerra se desmorona el orden legal ("silent leges inter arma"); tampoco suele ser una solución útil, como me gusta repetir con esa frase de la que desconozco su autor: "war is a bad business". Pero sí conviene asumir con realismo la naturaleza humana que, frente a las bondades rousseaunianas o los buenismos zapateristas, en muchas ocasiones trata de abusar del prójimo. Para los cristianos, se trata de un efecto del pecado original y el Catecismo de la Iglesia Católica especifica que "el amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad. Es, por tanto, legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida. El que defiende su vida no es culpable de homicidio, incluso cuando se ve obligado a asestar a su agresor un golpe mortal" (nº 2264).

¿Dónde están los límites? Pueden leer algunas consideraciones interesantes alrededor de ese punto: la prudencia para intervenir militarmente cuando no haya otra salida o la adecuación de las armas y los medios al peligro objetivo. Incluso se habla, como en aquellos viejos tratados De iure belli de nuestros escolásticos salmantinos, de la necesidad de que "se reúnan las condiciones serias de éxito" (nº 2309): vaya, que puestos a entrar en una guerra, hay que estar seguros de ganarla…! (en fin, no pretendo frivolizar de ninguna forma en un asunto tan grave).

Es por todo ello que no me han extrañado las declaraciones del Papa Francisco a propósito de la situación en Iraq: "es legítimo detener a un agresor injusto". Ya pueden suponer que lo expresaba con toda la cautela que cabe esperar: "no estoy diciendo bombardear o hacer la guerra, sino detener". Eso forma parte del juicio ponderado que reclama la Iglesia a los gobernantes, no solo respecto a cuándo intervenir, sino también a cómo hacerlo. Proponía por ejemplo que "una única nación no puede juzgar cómo debe ser frenado un agresor injusto".

Aquí el Papa me ha recordado una apreciación del Catecismo (nº 2308) que también se encuentra en la doctrina del Vaticano II (Gaudium et Spes): "sin embargo, mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional competente y provista de la fuerza correspondiente, una vez agotados todos los medios de acuerdo pacífico, no se podrá negar a los gobiernos el derecho a la legítima defensa". Es un tema complejo esto de la "autoridad competente", que nos evoca esas referencias a una "gobernanza mundial" que a veces hemos escuchado desde Roma (mayormente a propósito de cuestiones económicas), y sobre la que personalmente recelo. De lo que no cabe duda, me parece, es que los países representados en la ONU tienen una muy seria responsabilidad moral en la defensa, en estos días, de las minorías cristianas y yasidíes a las que aludía al comienzo de este Comentario.

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