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Colectivos y libertad

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¿Podemos encontrar agrupaciones compatibles con las ideas que luchan por una sociedad más libre?

Muchas veces los defensores de la libertad caemos en la adoración excesiva del individuo. Bajo mi humilde posición tiendo a pensar que esto puede llegar a ser un error y llevarnos a rechazar modelos de sociedades en los que el protagonismo resida más en la comunidad o en un conjunto de personas aunque este esté compuesto por gente que voluntariamente ha decidido vivir así.

Creo que es muy interesante diferenciar entre «colectivos» marxistas, o que se basan en identidades, y los que se basan en la voluntariedad. En sí la palabra «colectivo» está enormemente deformada semánticamente por la modernidad. Su definición es «conjunto de personas que tienen intereses comunes», luego algo «colectivo» sería un asunto en el que todas las partes estuvieran de acuerdo.
¿Cómo entonces se puede hablar de «colectivo LGBT» o «colectivo de las mujeres» si lo que comparten es una característica identitaria y no un interés? ¿Cómo un miembro de esos grupos, o varios, puede hablar en nombre de todos? En el momento en el que uno solo esté en desacuerdo con un punto ya no podríamos hablar de colectivo, puesto que no es cierto que todos los que comparten ese rasgo compartan la misma posición. De hecho es extremadamente difícil (y más teniendo en cuenta que tanto mujeres como personas LGBT son millones) poner de acuerdo a todo el mundo con base en algo que no han elegido. Pasa lo mismo con los nacionalismos y la idea de que todas las personas por nacer en un territorio tienen que tener en común ciertos objetivos. ¿Cuál es, entonces, la razón de la insistencia en destacar este tipo de colectivos? Pues captar a rezagados que puedan llegar a pensar que los líderes lobistas van a luchar más por ellos que ellos mismos y generalizar la visión de que es posible organizar la sociedad dejando de lado la voluntariedad, aparte de que este discurso es muy útil a la filosofía marxista, ya que así encajamos con calzador la teoría de la lucha de clases en todos los ámbitos.

Existe, no obstante, otro tipo de colectividades que los defensores de la libertad no solo no deberíamos rechazar, sino que tendríamos (según mi opinión) que apoyar o incluso fomentar desde el ámbito privado, y son las que se basan (en la mayoría de ocasiones) en relaciones de afectividad de mayor o menor grado: las familias, las comunidades, las parroquias…

Cuando denunciamos los problemas de que el Estado maneje situaciones en los que no dispone de ninguna información necesaria para gestionarlas con acierto, podemos entender que por otro lado un esposo de manera sencilla puede tener la capacidad de resolver algún conflicto de su pareja de manera exitosa, ya que dispone de toda la cantidad de datos necesarios para abordarlo. Sabe con precisión las necesidades, las costumbres o los gustos de quien ama, y por ello no sería mala idea encomendarle la resolución de un problema o el abastecimiento de una necesidad en caso de incapacidad, por ejemplo. No debemos condenar este tipo de relaciones o minusvalorarlas, puesto que con más protagonismo podrían solventar de manera privada muchas de las pegas que se ponen a la libertad.

Las comunidades religiosas son otro ejemplo de esto. Podemos ver cómo la Iglesia construía hospitales y orfanatos caritativos sin basar su financiación en el robo sistemático, como sucede hoy en día con los impuestos, y más teniendo en cuenta que pertenecer o no a ella es cuestión de la decisión personal de cada uno (y evidentemente de la influencia de la familia, aunque creo que todos estaremos de acuerdo en que es mejor que un padre tome decisiones por un hijo a que lo haga Pedro Sánchez).

Lo que hay que resaltar aquí es que para cubrir una necesidad o deseo correctamente se va a hacer de mejor manera cuanto más arriba estemos en la escala de afinidad emocional, por dos razones muy sencillas: el interés y la información. Las personas que más nos quieren van a tener más ganas de ayudarnos y van a conocernos mejor para saber cómo hacerlo y, evidentemente, nosotros mismos vamos a ser los primeros en intentar arreglar nuestras desavenencias. Cuando esto último no sucede, pongamos el caso extremo del suicidio, podríamos ver cómo un individuo se podría atacar a sí mismo por poca autoestima mientras que su madre se preocuparía por amor de su integridad, prevalece aquí el interés que tiene la segunda por su descendencia que el del propio hijo por si mismo, luego nos serviría para entender la tesis inicial de la importancia de la afinidad emocional que a veces no solo se basa en la cercanía del conflicto. Por ello es necesario, a mi forma de ver, dejar de lado el individualismo y comprender la necesidad de una sociedad compuesta por comunidades de adscripción voluntaria así como rechazar todas aquellas que se basen en rasgos identitarios o que de alguna manera no sean de libre elección.

Creo que es necesario resaltar la evidencia de que la institución más inútil para cubrir necesidades y deseos o solventar problemas es el Estado, puesto que se encuentra lejos de cualquier situación y no tiene ningún tipo de afinidad con los individuos, sino que más bien solo sirve a los intereses particulares de los políticos. El mayor problema del mundo moderno es el descenso del protagonismo de las relaciones interpersonales, no porque estas hayan sido sustituidas por el mercado, como muchos conservadores parecen creer, sino porque es precisamente el Estado el que intenta menoscabarlas. El capitalismo es perfectamente compatible con la idea que aquí estoy defendiendo, de hecho es esencial para cubrir todo aquello que (sin intención de empalagar) el amor no puede. Si mi familia y mis amigos fuéramos capaces de producir todo aquello que queremos no sería necesario comerciar, posiblemente nos pondríamos de acuerdo para organizarnos sin necesidad de establecer un sistema monetario o algo parecido. Es cuando tenemos que obtener cosas que salen de nuestro círculo cercano cuando nos vemos obligados a utilizar una metodología determinada en la que todos salgamos beneficiados, y la mejor y más acorde con la naturaleza humana es el libre mercado.

Muchas veces he oído aquello de que «el comunismo funciona en las pequeñas comunidades», la verdad es que esto no es del todo cierto, puesto que existen diferencias abismales entre una cosa y otra, destacaré tres.

La primera es que en las comunidades de adscripción voluntaria no se vive en una situación de igualdad, existe una clara línea jerárquica que es respetada por sus miembros en la mayoría de ocasiones (por ejemplo, en la familia los padres están por encima de los hijos). El marxismo ha calificado desde Engels a la familia como una relación opresiva equiparando al marido con la burguesía y a la mujer con el proletariado, y tiene un especial interés en destruirla porque tener lealtad por alguien que quieres te impide tenerla al Estado. Lo que se esconde debajo de esto tiende a ser más bien la búsqueda de la desconexión emocional hacia otras personas para rendir pleitesía ante un ente abstracto que se autodefine como «pueblo» y que no es más que el Gobierno. El ideal izquierdista en el que la sociedad se ha librado de todos los grupos de poder y se ha creado un estado de igualdad absoluta dista mucho de comunidades basadas en vínculos afectivos en los que podemos ver diferencias claras entre, por ejemplo, los ancianos, a los que normalmente se les tiene un inmenso respeto y admiración por su experiencia, y los niños, que se ven obligados a obedecer a sus mayores puesto que se entiende que por edad están envueltos por la inconsciencia y el desconocimiento del funcionamiento del mundo; prevalece, pues, la palabra del adulto que por interés y cercanía (y en este caso también mejor capacidad para gestionar la información) se preocupa por él.

El segundo punto reseñable es que las ideas socialistas son internacionalistas por su gran afán de incluir a todo el mundo en su ecuación igualitaria. Una comunidad en sí no tiene intención de captar al 100% de la humanidad, ya que cuanto más numerosa sea menores llegarán a ser ciertos vínculos de los componentes. Es muy dificultoso convivir con cualquier persona sea cual sea, sin tener en cuenta su personalidad o sus inquietudes. Nadie aspira a tener algún tipo de unión con todo el mundo. Suele sonar muy romántica la idea de que todo el “ser humano” forme un solo ser con objetivos comunes, como desean los izquierdistas, pero es algo realmente macabro que obligaría a renunciar a la individualidad, no como lo hace un colectivo voluntario en el que, al fin y al cabo, la unión se hace por compartir cierto tipo de intereses, sino de una forma absoluta en la que nos supeditaríamos a la voluntad de los dirigentes que, como de costumbre y como han demostrado en numerosas ocasiones, se creen con el derecho otorgado por alguna divinidad para representar la voluntad popular sin ni siquiera saber los nombres y conocer las vidas del 1% de los que componen ese «pueblo». Es, por ende, enormemente importante conocer personalmente a las personas con las que convives y darle a esas relaciones interpersonales cercanas mayor independencia y autonomía.

Otra de las diferencias es que, evidentemente, el comunismo se basa en la imposición, en utilizar la fuerza por considerar que todo “ser humano” tiene que tener algún tipo de vínculo por el hecho de pertenecer a la misma especie. Los colectivos que yo defiendo poseen legitimidad precisamente porque inherentemente crean herramientas que constantemente están comprobando si sus miembros siguen queriendo pertenecer a ellos. En una familia, si alguien es infiel, miente o engaña, la pareja se rompe; en una religión, si no se cumplen las normas, se excomulga inmediatamente, es decir, no solo no imponen que estés dentro sino que a la mínima te echan. Esto es muy fácil de ver si lo ejemplificamos en una universidad con mucha reputación que exige un alto nivel y una meticulosa forma de cumplir sus normas para poder estudiar en ella: en este caso todos estaríamos de acuerdo y nos parecería una maravillosa manera de organización social privada, sin embargo, cuando nombramos las palabras «familia» e «iglesia» nos suenan a imposición. Puede que esto venga por la manía de algunos conservadores de tratar de utilizar los poderes para construir una sociedad así, pero esto no quita que su surgimiento venga de la espontaneidad y su composición se base en la libertad como cualquier otra asociación. Desde luego a mí me parece mucho más realista imaginar un anarcocapitalismo en el que la gente se junte voluntariamente en administraciones privadas con rasgos emocionales y/o espirituales que otra en la que prevalezca exclusivamente el individuo. Por ello creo que en términos de la defensa de la libertad no solo no deberíamos oponernos a estas cosas (aunque no queramos compartirlas en nuestra intimidad), sino que deberíamos verlas con buenos ojos.

Dicho esto, no pretendo con este texto decir verdades absolutas e incuestionables sino, más bien, abrir el debate sobre si es o no importante defender estas posiciones e intentar compatibilizarlas (pese a que normalmente suelen estar más relacionadas con el conservadurismo) con las ideas de la libertad. Entiendo, no obstante, que desde muchos puntos de vista resulte contradictorio aceptar que pueda tener algo de razón la gente de derechas, que, injustamente según mi criterio, muchas veces son equiparados al progresismo cuando sus raíces y bases son completamente diferentes.

3 Comentarios

  1. Acertado punta de vista,
    Acertado punta de vista, Benjamín José: comprender la necesidad de una sociedad compuesta por COMUNIDADES DE ADSCRIPCIÓN VOLUNTARIA, así como rechazar todas aquellas que se basen en rasgos identitarios o que de alguna manera no sean de libre elección (esto es, no voluntarias o que utilicen medios coactivos).

    • Aquí tenemos un contra
      Un contra-ejemplo: https://cdn.mises.org/qjae3_4_4.pdf
      – Anderson, William R., Jr. «Manuel Castells and the Decline of Twentieth-Century Sociology» Quart J Austrian Econ (2000) 3, 4: 77-89.
      – Crítica a uno de esos académico de enfoque holístico y polilogista que deforma semánticamente los «colectivos» al interpretarlos como conjunto de personas que (supuestamente) tienen una identidad común fija, y de ahí derivan que tendrían también intereses comunes determinados.

    • Un estudio contrastando
      Un estudio contrastando diferentes enfoques en Sociología:
      – Anderson, William P. (2004) «Mises versus Weber on Bureaucracy and Sociological Method», Journal of Libertarian Studies 18, 1: 1-29.
      https://cdn.mises.org/18_1_1.pdf


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