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Contra Blumen y en defensa de Fekete

Publicado en Libertad Digital

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Robert Blumen lleva varios años criticando la teoría más conocida de Antal Fekete –la doctrina de las letras reales (o Real Bills Doctrine)– y esta semana pasada sintetizó sus argumentos en un artículo en el Mises Institute.

Básicamente, el profesor Fekete sostiene que las promesas de pago giradas contra bienes de consumo presentes altamente líquidos (lo que él llama «capital circulante social») pueden emplearse como medios de pago complementarios al oro sin consecuencias inflacionistas y sin que se genere ciclo económico alguno. Basta con que esas promesas de pago se compensen entre sí para que el valor del dinero no se reduzca y para que no se produzcan rebajas artificiales de los tipos de interés a largo plazo. Por ejemplo, si un minorista emite una promesa de pago de 100 onzas de oro respaldada por el género que ya se está vendiendo y la utiliza para comprar las mercancías de otro minorista que a su vez ha emitido una promesa sobre su propio género por importe de 100 onzas de oro, ambas promesas terminarán llegando a la cámara de compensación y saldándose entre sí sin necesidad de movilizar efectivo; a efectos prácticos, es como si ambos minoristas hubiesen trocado sus bienes de consumo sin mediación del oro.

Fekete sostiene que sin ese sistema de letras de cambio con pagos por compensación –esto es, con un patrón oro donde todos los pagos se efectuaran con oro o con certificados de depósito respaldados 100% en oro– la economía sería incapaz de sostener un volumen creciente de pagos y la consecuencia sería una merma en nuestra capacidad para producir bienes y servicios.

Para Blumen, éste es el gran error de Fekete: «suponer que los pagos por compensación permiten realizar más transacciones y producir más bienes finales que un sistema de pagos en efectivo». Blumen, siguiendo a Rothbard, argumenta que el único efecto de los pagos por compensación (y de las letras de cambio) es reducir el dinero que los agentes necesitan tener atesorado (la demanda de dinero) para realizar sus operaciones y un menor atesoramiento sólo implica un «mayor nivel general de precios» (y viceversa). Un incremento de la demanda de dinero equivale a una reducción de la oferta y una reducción de la demanda de dinero a un incremento de la misma. Por tanto, concluye, un sistema de pagos en efectivo puede realizar exactamente las mismas transacciones que uno con pagos por compensación pero ajustando los precios a la baja hasta que sean compatibles con la cantidad de oro disponible: «Si todos tuviéramos 10 veces más dinero que ahora (…) sólo tendríamos que añadir un cero a todas nuestras transacciones (…) y si la oferta monetaria fuera una décima parte de la actual, produciríamos los mismos bienes, pero con un cero menos al final de cada operación».

Si bien Blumen admite que existen efectos de transición en los cambios en la demanda de dinero, sostiene que, una vez restablecido el equilibrio, el nivel de producción será el mismo con independencia de la demanda de dinero (es decir, se adscribe a la muy antiaustriaca hipótesis de la «neutralidad del dinero»); la única manera de incrementar nuestro nivel de producción es con un mayor volumen de ahorros reales, esto es, difiriendo nuestro consumo. Por consiguiente, la tesis de Fekete de que las letras de cambio son necesarias para sustentar un volumen creciente de transacciones y que para no ver reducida nuestra producción presente es simplemente falsa.

En abstracto –en la economía de giro uniforme, a la que el propio Blumen restringe su análisis– la crítica a Fekete puede tener cierto sentido: es verdad que ajustando los precios de los productos a la cantidad de dinero disponible puede efectuarse cualquier volumen de transacción y que nuestra producción futura depende sólo del ahorro presente y no de la cantidad de dinero disponible. Sin embargo, el primer error de Blumen reside en despreciar los efectos de transición, esto es, qué sucede ante un cambio en la demanda de dinero desde que pasamos de una posición de equilibrio a otra posición de equilibrio.

La postura de Blumen –y la de muchos rothbardianos– es que cuando aumenta la demanda de dinero –o cuando la oferta monetaria crece menos que la producción en un sistema de pagos en efectivo– los precios tienden a caer hasta restablecer el equilibrio pasado, sin ocasionar cambio alguno en la estructura productiva. Pero la respuesta es muy insatisfactoria por dos motivos, ambos interrelacionados: el primero es que ese ajuste a la baja de los precios puede no ser tan automático e instantáneo como se supone, pues pueden existir rigideces en algunos precios; el segundo es pensar –a las muy keynesiana y cuantitativista maneras– que la demanda de dinero es una demanda estéril, sin traslación alguna en la oferta de bienes reales.

Sendos errores se encuentran sintetizados en un fenómeno muy propio de un mercado monetario libre que, a tenor del automatismo propuesto por Blumen, quedaría sin explicación: las variaciones en la producción privada de oro. ¿Por qué en un mercado libre los empresarios contratan factores productivos para extraer oro de las minas? Pues porque es rentable, es decir, porque existe un señoriaje –un margen de ganancia– entre el poder adquisitivo del oro y su coste de producción (en términos de oro). Las caídas en el precio del resto de los bienes elevan el poder adquisitivo del oro sin que concomitantemente aumenten sus costes, de modo que unos mismos beneficios nominales implican unos beneficios reales mucho mayores. Si, como sostienen muchos rothbardianos, las variaciones en la demanda de oro se trasladan inmediatamente al nivel general de precios sin que se generen variaciones en los precios relativos entre industrias, los costes de producir oro deberían aumentar para que su rentabilidad fuera la misma con independencia de la magnitud de la demanda de oro y no se produjeran cambios en la estructura productiva (por fortuna, algunos rothbardianos ya han empezado a considerar que un incremento de la demanda de dinero tiene siempre los mismos efectos reales sobre la estructura productiva).

Y, sin embargo, el sentido común nos dicta que cuando aumenta la demanda de dinero, lo consecuente es que se incremente la producción minera de oro y que cuando se reduce la demanda de dinero, acaezca lo contrario. La razón es que demandar dinero (incrementar nuestros atesoramientos de oro) sí supone demandar algo del resto del sistema productivo; en concreto, desde un punto de vista individual supone demandar saldos de caja en oro para mantenerse líquido, algo que desde un punto de vista agregado se consigue trasladando factores productivos hacia las minas de oro (y no condenándolos al desempleo como temía Keynes).

Si, como dice Blumen, los cambios en la demanda de dinero carecieran de efectos reales, la forma exacta de la estructura productiva sería independiente de la composición concreta de los ahorros de los agentes (como dice Blumen, «todo lo que los pagos por compensación hacen es permitir que se produzca el mismo conjunto de bienes a un nivel de precios mayor»); a saber, daría igual si los agentes ahorran a muy corto, a corto, a medio, a largo o a muy largo plazo (esto es, el perfil temporal de nuestras inversiones sería independiente del perfil temporal del ahorro). La única manera de escapar de esta conclusión sería afirmando que los saldos de caja de cada agente –por los que está retrasando su consumo durante un cierto período de tiempo– no forman parte de su ahorro o del ahorro del conjunto de la economía, cosa que Blumen, siguiendo a Rothbard, sí se atreve a hacer: «Los saldos de caja acumulados no son ahorro (…) el acto de ahorrar supone la decisión de destinar algunos bienes finales para sufragar la producción de nuevos bienes de capital». Nuevamente, la conclusión es una: la estructura productiva es independiente de la demanda de dinero.

En este caso, el error de Blumen –y de Rothbard– es creer que como un mayor volumen de saldos de caja no implica necesariamente un mayor volumen de ahorros (pues puede ser simple inflacionismo), los saldos de caja no tienen nada que ver con el ahorro. En realidad, acumular saldos de caja es una forma de diferir el consumo de bienes presentes y, por tanto, de ahorrar. Claro que es una forma de ahorro extremadamente líquida, capaz de proporcionar control inmediato sobre los bienes económicos en cuanto se decida desatesorar ese dinero; objetivo que se malograría si todos los precios de la economía se modificaran tan pronto como un agente ampliara su atesoramiento para que nada cambiara dentro de la estructura productiva. Es sólo gracias a que no todos los precios se modifican ipso facto –en particular, porque el coste de producir oro no aumenta tanto como lo hace el poder adquisitivo del oro– por lo que la estructura productiva se reajusta ante aumentos del atesoramiento –el señoriaje del oro se incrementa y los factores se trasladan a producirlo– y por lo que todos los agentes pueden ganar un mayor control sobre bienes presentes cuando lo requieran (en concreto, sobre los factores empleados en líneas de producción tan prescindibles para la coordinación del resto de planes empresariales como puede ser la extracción de oro).

Ahora bien, ¿qué sucede cuando el precio de los bienes económicos es relativamente rígido (o cuando los costes de producir oro suben) y, por tanto, el señoriaje del oro no aumenta ante incrementos en su demanda (es decir, cuando ni los beneficios nominales ni los reales de las minas de oro se modifican)? En ese caso, los consumidores se abstendrán de gastar (ahorrarán) pero los factores productivos no se trasladarán a la industria minera; según Keynes, permanecerán ociosos porque la rentabilidad de las industrias que vean minorado su gasto se erosionará. Según Blumen –aunque no lo afirma explícitamente– los recursos también deberían permanecer ociosos hasta que los precios relativos se reajustaran a las nuevas disponibilidades monetarias (sus despreciables «efectos de transición»), comprando de este modo la averiada mercancía keynesiana.

Es justamente aquí donde entra la doctrina de las letras reales de Fekete. Si bien los precios de los bienes económicos suelen ser bastante rígidos ante cambios súbitos y de corta duración en la demanda de dinero, hay un precio que sí es muy flexible: el tipo de descuento. El tipo de descuento es el precio de la prima de la liquidez del oro sobre la liquidez de los bienes de consumo altamente demandados y queda determinado por la oferta de oro y por la demanda de oro (oferta de letras de cambio para ser descontadas) en los mercados monetarios. A mayor oferta de oro, menor tipo de descuento, a mayor demanda de oro (mayor número de letras que desean ser descontadas), mayor tipo de descuento.

Si los agentes incrementan su atesoramiento sin que se reduzcan los precios del resto de bienes económicos, lo que a buen seguro sí sucederá será que el tipo de descuento caerá y al hacerlo se ensancharán los márgenes de beneficio de los comerciantes minoristas (pues el tipo de descuento supone un coste para ellos en la medida en que tienen que adelantarle al mayorista el importe de unas mercancías que todavía no han vendido). Merced al menor tipo de descuento, el minorista podrá incrementar sus compras al mayorista –y éste a sus productores– ante la expectativa de unas mayores ventas que ocurrirán sin necesidad de reducir sus precios (pues aunque la demanda de oro ha aumentado, la oferta de complementos monetarios en forma de letras de cambio giradas contra la nueva mercancía también lo ha hecho). En definitiva, los factores que se habían liberado como consecuencia del menor gasto de aquellos individuos que han aumentado su demanda de dinero se trasladarán a producir bienes de consumo que antes eran submarginales (líneas de producción que también son bastante prescindibles para cuando los atesoradores quieran hacer uso inmediato de su dinero captando los factores productivos allí empleados).

En otras palabras, lo que sin letras de cambio se hubiese traducido en un desempleo de factores productivos hasta que la transición hacia un nuevo equilibrio se consumara, con letras de cambio se plasma en un incremento de la producción marginal de bienes de consumo.

Si ahora nos trasladamos a un escenario en el que los cambios en la demanda de dinero –pese a las hipótesis cuantitativistas sobre s estabilidad– son muy frecuentes y donde además la producción de oro no siempre es capaz de seguir el ritmo de la producción de bienes presentes, entenderemos que Fekete sostenga, con razón, que sin letras de cambio padeceríamos un estancamiento deflacionario (siempre nos encontraríamos en un período de transición hacia un nuevo equilibrio monetario y conviviríamos con importantes recursos ociosos) y que con letras de cambio nuestra producción se incrementa aun cuando no lo haga el volumen de ahorros reales (porque el atesoramiento es una forma de ahorro que no tiene por qué materializarse en forma de producción a menos que los precios o el tipo de descuento se ajusten en correspondencia).

La tesis de Blumen (y en parte de Rothbard) quiebra por cuanto en su marco teórico no tienen cabida de manera consistente las siguientes proposiciones: a) el atesoramiento como una forma de ahorro, b) la coordinación entre el vencimiento de las inversiones y los plazos de los ahorros, c) la existencia de efectos apreciables de transición ante cambios en el atesoramiento y, por tanto, en el plazo de los ahorros, d) la respuesta que ofrece el sistema económico ante los continuos cambios de demanda de dinero dependiendo de si algunos precios se ajustan a la baja (producir oro) o de si todos o ninguno de los precios relativos cambian (producir bienes de consumo submarginales), e) la existencia de recursos ociosos en un mundo donde no se pudieran monetizar letras de cambio, aumentara la demanda de dinero y el señoriaje de las minas no se incrementara.

En definitiva, quiebra al estudiar los desequilibrios monetarios generados por los cambios en la demanda de dinero, que es precisamente el fenómeno más importante cuando analizamos los cambios siempre desequilibrantes en la demanda de dinero.

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