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Cortes eléctricos

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El verano suele una época de noticias recurrentes. Existen días en que, si por descuido, tomásemos un periódico de un año anterior, nos resultaría difícil darnos cuenta de nuestro error. Una reducida actividad política y deportiva, conjuntamente con una repetición de determinados fenómenos hacen muchos días indistinguibles de otros.

Una de las noticias que más suele asociarse al periodo estival son los cortes de suministro eléctrico. Tradicionalmente se ha venido achacando la causa de este fenómeno al fuerte incremento de la demanda, motivado a su vez por las altas temperaturas propias de la época. Para mitigar los efectos de esta subida térmica, los consumidores ponen en funcionamiento los sistemas de refrigeración de sus domicilios particulares y lugares de trabajo, elevándose el consumo de electricidad. Además, se suele aducir que al acudir gran número de turistas a nuestro país a disfrutar de esta estación, el consumo vuelve a dispararse. Al producirse una gran subida de la demanda, sin que la oferta sea capaz de ajustarse a la misma, se produciría un fenómeno de escasez, con lo que tendríamos las interrupciones en el fluido eléctrico.

No obstante, esta explicación carece de paralelismo si examinamos otros bienes y servicios también afectados por estas variaciones en la demanda en época estival. Si examinamos el mercado de los refrescos nos encontraríamos con un fenómeno muy similar, ya que la demanda se incrementaría por las altas temperaturas y al aumentar la población que acude a nuestro país durante el verano. Sin embargo, en ningún establecimiento encontraremos problemas de suministros de este tipo de bien. Todo lo contrario, encontraremos multitud de ellos que probablemente hayan aumentado su horario de atención al público para atender a potenciales consumidores.

Se podría decir que existe una diferencia fundamental entre ambos mercados. Mientras que las bebidas son bienes almacenables, la electricidad no lo es. Si bien esta afirmación es parcialmente cierta (la electricidad no es almacenable, pero sí muchos de los elementos a partir de la cual se genera, como el agua de los pantanos, los combustibles fósiles o el uranio), cae por su propio peso si se compara con otra industria que comparta dicha característica. Por ejemplo, en el sector turístico, al tratarse de la prestación de un servicio, nos encontramos con el mismo problema, y es que no podemos almacenar la prestación de servicios de una temporada a la siguiente. Resulta imposible vender habitaciones de la temporada de invierno a un cliente que quiere pernoctar en verano. Sin embargo los clientes siguen pudiendo tomar sus vacaciones en verano sin que esta circunstancia se lo impida. Para ello los hoteles ponen en marcha distintos mecanismos. Así, existen establecimientos que únicamente abren en lo que se ha venido a denominar temporada alta, mientras que otros, siguiendo las más elementales leyes de la oferta y la demanda, establecen tarifas distintas según la ocupación prevista. El objetivo es claro, poder atender a todo cliente que a la empresa le reporte un beneficio. Por otro lado, el cliente se encuentra con la oportunidad de disponer de sus vacaciones aprovechando estas peculiaridades, pudiendo, si quiere, disfrutarlas en épocas en las que le salga más barato.

Cabe preguntar la razón por la que no sucede algo similar cuando hablamos de la electricidad. Un corte eléctrico no supone ningún beneficio para las empresas productoras o distribuidoras de electricidad ya que mientras no haya electricidad no pueden vender su suministro. Va en contra de cualquier lógica empresarial esta situación. Y sin embargo es una de las noticias que se produce año tras año. La diferencia fundamental con respecto a otras industrias la podemos encontrar en la maraña de leyes, reales decretos, reglamentos y órdenes ministeriales que regulan el mercado eléctrico. Mientras que en los otros mercados, los productores y demandantes pueden alcanzar los acuerdos que deseen, en el mercado eléctrico no existe prácticamente ningún margen de maniobra para la voluntad de las partes. La diferencia fundamental es que todos los esfuerzos en otros mercados van destinados a captar y mantener al cliente, para lo cual es necesario tenerlo satisfecho, situación que no se produce en el eléctrico.

Todos los actos del productor o distribuidor de electricidad, desde la construcción de una central eléctrica hasta el tendido, pasando por el precio o la forma de generación, están regulados por las distintas administraciones públicas. Las empresas deben destinar gran parte de su esfuerzo en satisfacer todos y cada uno de los apartados de estas legislaciones, y esfuerzo no es gratuito, ya que las compañías deben pasar más tiempo atendiendo estos requerimientos que a su propio cliente. El mayor foco de atención pasa a ser satisfacer la legislación, ya que su supervivencia depende en primer lugar de ésta, y no de su cliente. Es más, en caso de conflicto entre la voluntad del legislador y la del consumidor, va a prevalecer la primera, por lo que el productor va a tomar decisiones que va en contra de los intereses de su propio cliente, en lugar de transformar a éste en su razón de ser.

Los órganos legisladores, al dictar una ley, en la exposición de motivos suelen justificar la bondad de la misma bajo la excusa de que beneficiará al consumidor.  Sin embargo, cuando la ley impide la innovación en la prestación del servicio, ralentiza la adaptación a las necesidades siempre cambiantes del consumidor y limita su capacidad de contratación, cabe preguntarse qué beneficio realmente le aporta. Ninguna ley puede beneficiar al consumidor si limita sus dos principales ventajas, la libertad y la competencia. Sólo garantizando estos aspectos podrá ocupar el lugar que merece en la economía de libre mercado, el del máximo decisor. Y el productor tendrá que emplear todo su ingenio y capacidad de cambio para responder a los deseos del consumidor, ya que en caso contrario desaparecerá del mercado.

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